El hallazgo de la tumba más buscada en el Vaticano
Pío XII anunció en 1950 el descubrimiento del sepulcro de San Pedro y 18 años después Pablo VI dio a conocer al mundo que sus huesos habían sido identificados
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« ¿Se ha encontrado realmente la tumba de San Pedro? A tal pregunta, la conclusión de los trabajos y de los estudios responde con un clarísimo sí. La tumba del Príncipe de los Apóstoles se ha encontrado». Con estas palabras, Pío XII anunciaba al mundo en su mensaje navideño de 1950 el hallazgo de la sepultura más buscada en el Vaticano.
+ infoLos trabajos arqueológicos emprendidos décadas atrás bajo la Basílica de San Pedro habían culminado con éxito. «La gigantesca cúpula –añadió Pío XII en su alocución– se eleva exactamente sobre el sepulcro del primer obispo de Roma, del primer Papa. Sepulcro humildísimo en su origen, pero sobre el que la veneración de los siglos posteriores con sucesión maravillosa de obras de arte erigió el templo máximo de la cristiandad».
Se confirmaba así un runrún que había acompañado a aquel Año Santo. Desde que el Papa aludiera en un mensaje radiado en 1942 a un importante «monumento de forma simple» descubierto en las grutas vaticanas, en cuyas paredes se apreciaban grafías cristianas, se esperaba la solemne proclamación de este descubrimiento. Los órganos vaticanos guardaron una prudente reserva hasta que, cinco años después de la Segunda Guerra Mundial, se despejaron por fin las dudas.
En los trabajos arqueológicos dirigidos por monseñor Ludwig Kaas, se había encontrado un viejo altar del siglo VI. «¿Sería éste uno de los famosos 'monumentos' levantados sobre la tumba de San Pedro? – narró José Luis Martín Descalzo años después en ABC–. Los argumentos históricos parecían decir con certeza que allí debía estar el sepulcro del Príncipe de los apóstoles: los antiguos construyeron siempre sus basílicas sobre el lugar de las tumbas de los santos a quienes se dedicaban; el circo de Nerón, donde murió San Pedro, estaba situado justamente al lado, bajo la actual sacristía de la basílica; junto a este circo estaba la carretera que conducía a las Galias y es sabido que los antiguos enterraban siempre a los lados de las carreteras».
Un texto del siglo III, que recoge las palabras de un sacerdote romano llamado Gayo, atestiguaba la existencia de esas tradiciones que señalaban la colina vaticana como el lugar donde podían venerarse los 'trofeos' de San Pedro. «¿Pero el término 'trofeos' se refería a la tumba o algún otro monumento conmemorativo del lugar donde el apóstol padeció su martirio?», se preguntaba el escritor Rafael Laffon en ABC. Sobre este lugar se afianzó la creencia popular de que fue el lugar de enterramiento del santo y «mucho debió pesar esta creencia –continuó Laffon–, cuando en el siglo IV, Constantino, al edificar la primitiva basílica de San Pedro, tuvo que elegir un emplazamiento técnicamente incómodo, en el flanco de la colina, que imponía la ejecución de enormes obras de desmonte, por una parte, y de rellano, por otra. Igualmente resulta bien significativo que a la elección no obstara la necesidad de remover una gran necrópolis, protegida por las leyes romanas, que quedó terraplenada y sumergida desde entonces».
+ infoLa actual basílica de San Pedro, la de Bramante y Miguel Ángel, se levantó en el mismo emplazamiento de la iglesia constantiniana. El enlosado del nuevo templo se dispuso a unos tres metros del pavimento del antiguo y el espacio abovedado intermedio, conocido como las grutas del Vaticano, se empleó durante siglos para el reposo de Papas y personajes ilustres. Durante unas obras para rebajar el suelo de la gruta, se descubrieron restos arqueológicos que impulsaron al Vaticano a emprender las excavaciones que llevaron al hallazgo.
«La tumba era uno de los más curiosos documentos arqueológicos existentes: una especie de caja china en la que cada tumba encerraba siempre otra más antigua; así se halló que el gran altar de la Basílica de San Pedro, construido en el siglo XV por Clemente VIII era, en realidad, una funda del que en el siglo XII construyera allí mismo Calixto II. Este, a su vez, encerraba un tercer altar, el construido a fines del siglo VI por San Gregorio Magno. Este altar, una vez más, encerraba dentro un monumento de pórfido rojo, construido, construido en el año 315 por el emperador Constantino. En el corazón de este monumento había aún una pequeña 'edícula funeraria' construida en el año 150 para proteger una humildísima tumba del siglo primero: un simple hoyo en tierra, cubierto por dos grandes tejas rojas», explicó José Luis Martín Descalzo.
+ infoPero esa tumba estaba vacía. Todo parecía indicar que a lo largo de los siglos los huesos habían sido guardados en otro lugar por temor a su profanación. Se hallaron unos restos unos metros más arriba, en un hueco de un muro. Así lo dio a conocer Pío XII: «Al margen del sepulcro se han encontrado huesos humanos, pero hoy no es posible probar con certeza si pertenecieron al apóstol».
La profesora Margarita Guarducci, especialista en Epigrafía griega y paleocristiana, fue la encargada de estudiar los grafittis descubiertos en el mismo muro G donde se encontraron los restos. Eran escritos en los que un cristiano desconocido pedía al apóstol por un hijo o hombres de peregrinos llegados desde lejos para venerar la tumba. Guarducci descubrió el monograma que los cristianos primitivos usaban como signo de Pedro (con una 'P' y una 'E' mayúsculas). Después encontró en un hueco un débil pero claro grafito que decía «Petros eni» (Pedro está aquí). Era el mismo hueco en el que fueron hallados los huesos.
El antropólogo Venerando Correnti concluyó, tras años de estudio, que dichos restos pertenecían a un solo individuo, del siglo primero, bastante robusto, de entre 60 y 70 años. Un hombre que medía, aproximadamente, un metro sesenta y cinco centímetros.
+ infoSe estudiaron también otros materiales encontrados con los huesos humanos, como grumos de tierra, fragmentos de tela y algunos huesecillos de animales. La tela resultó ser un tejido de lana teñido de rojo, quizá púrpura, con algunos hilos de oro, que debió ser cuadrada y no muy grande. ¿Tal vez un paño que envolvió los huesos?
«Una nueva luz –casi definitiva– la trajo el estudio de los grumos de tierra, realizado en el gabinete del profesor Lauro. El resultado de su estudio fue revelador: aquella tierra no era igual que la que componía el muro G, sino igual a la de... la tumba de San Pedro, encontrada unos metros más abajo», relató Martín Descalzo.
En junio de 1968, Pablo VI anunció oficialmente que las reliquias de San Pedro habían sido «identificadas en modo que podemos considerar científicamente convincente». «No se habrán agotado con esto las investigaciones, comprobaciones, discusiones y polémicas –afirmó el Pontífice–, pero, por nuestra parte, nos parece un deber, según se hallan actualmente las conclusiones arqueológicas y científicas, daros a vosotros y a la Iglesia este anuncio feliz, obligados como estamos a honrar las sagradas reliquias –respaldadas con una serie de pruebas de su autenticidad– que fueron en un tiempo vivos miembros de Cristo. (...) Tenemos motivos para sostener que sido encontrados los pocos, pero sacrosantos restos mortales del Príncipe de los apóstoles, de Simón, hijo de Jonás, del pescador a quien Cristo llamó Pedro».
El Papa Francisco exhibió por primera vez en 2013 la arqueta de bronce en la que se guardan los «Huesos encontrados en el hipogeo de la Basílica Vaticana, considerados como de San Pedro Apóstol», según la inscripción que reza en ella.