La gran mentira sobre la entrada de España en la IIGM, según el acólito de Franco
El 22 de abril de 1989, Ramón Serrano Súñer publicó un artículo en el que narraba sus encuentros con el ‘Führer’ y admitía que él, y no Franco, le había convencido de la imposibilidad de que el país luchara con el Eje
+ info- Comentar
- Compartir
Ramón Serrano Suñer, de frente generosa y perenne mostacho, fue más que el ministro de Exteriores de la dictadura. A principios de los cuarenta, cuando Francisco Franco andaba a tirones con el nazismo para no batirse el cobre en la Segunda Guerra Mundial, el ‘cuñadísimo’ tuvo el destino del país en sus manos. O eso admitió en un artículo que escribió en ABC, allá por 1989, con motivo del centenario del nacimiento del ‘Führer’. Además de hacer un perfil intimista y personal de Adolf Hitler -al que definió como «un ser raro y sin amigos»- desveló que fue él, y no el Caudillo, quien convenció al megalómano germano de que España pasaba por un momento pésimo a nivel económico y que la ayuda era imposible.
No se puede negar que el ministro era una voz autorizada para hablar de Hitler. Germanófilo convencido –consideraba a la sociedad alemana como la más trabajadora y leal de Europa–, mantuvo varios encuentros con el ‘Führer’ dentro y fuera del ‘ Nido del águila’, la residencia alpina del teutón, y llevó a cabo varias visitas al Tercer Reich para hermanar a ambos pueblos. Tras la Segunda Guerra Mundial, eso sí, declaró que no era un seguidor acérrimo del nazismo y que se sentía mucho más cercano a otro dictador, uno que consideraba más genuino: «Yo no era ni nunca fui nazi. Hitler no era mi tipo. Sí lo era, y no me importa decirlo, Mussolini». Ni sus amigos más cercanos supieron nunca si aquello era verdad o adaptación.
De mediocre a líder
Más allá de ideología política, el artículo no tiene desperdicio y supone un testimonio de primera mano de una de las épocas más controvertidas de nuestro país. A lo largo de la página publicada –un texto extenso– Serrano Suñer desentrañó una pregunta que, según admitió, muchos de sus amigos le habían hecho desde que la Segunda Guerra Mundial había tocado a su fin: ¿Cómo era, en la intimidad, Adolf Hitler? «Se ha deseado siempre saber sus verdaderos pensamientos, el porqué de su conducta; en una palabra, cómo fue, en su realidad, la persona». El ministro admitió no haberle tratado en profundidad, no ser su amigo cercano, pero también indicó que era uno de los españoles que más había departido con el ‘Führer’:
«Después de haberlo encontrado en varias ocasiones, de haber comido dos veces con él (en la Casa Parda, en Múnich, una; otra en el tren), de haber hablado otras -entre estas en cuatro muy cargadas de responsabilidad sobre temas graves de la guerra y de Europa que afectaban a mi patria- no encontré nunca, en ningún momento, el punto, el gesto, en aquel interlocutor sin perfiles humanos, que me permitieran descubrir el fondo de su personalidad y establecer una comunicación normal».
+ infoSerrano Suñer no se mordió la lengua y atacó de frente al ‘Führer’. Aunque admitió que Hitler le causaba cierto pavor. En aquellos encuentros se topó con un hombre «subyugado por su afán de poder, que no sabía entender de razones capaces de contrariar sus ambiciones ni sus ansias de dominación». La lista de adjetivos que le dedicó fue tan extensa como incisiva: megalómano, ser extraño, primitivo, tosco... Lo que más sorprende es que le definió como un negado a nivel personal, en el cara a cara, a pesar de que era un mago de la comunicación de masas. «No tuvo amigos ni amores. Solo, adulto, se llevó consigo a una mujer, que la tenía como escondida».
No era el único que pensaba de esta manera. Albert Speer, uno de los ministros más cercanos a Hitler, le definió como «un ser un tanto primitivo y tosco», pero también «persuasivo con sus giros austríacos». La opinión es parecida a la del periodista de ABC Javier Bueno, que entrevistó al germano en 1923, cuando no era más que un líder político de medio pelo: «Hitler, falto de cultura y de preparación científica, no puede expresar ideas sirviéndose de conceptos abstractos; por eso recurre al ejemplo simplista, al símil, a la comparación de cosas concretas. Afirma rotundamente, sin admitir la duda, sintiéndose poseedor de la verdad absoluta».
+ infoSerrano Suñer, amigo personal de Mussolini, dejó también sobre blanco las sensaciones que despertó Hitler en el ‘Duce’. «Lo despreció primero, lo temió luego (cuando fue manifiesto el propósito nazi de apoderarse de Austria, que lo convertiría en fronterizo) y al final no tuvo otra salida que echarse en sus brazos». Así se lo hizo saber el italiano en una conversación privada que ambos mantuvieron frente a una copiosa cena ante el mar de Liguria. «Me dijo que Hitler era audaz, pero también un fanático». Una idea que el general Heinz Guderian había esgrimido ya en una entrevista concedida a este diario tras la Segunda Guerra Mundial.
El cómo un personaje de este calibre llegó a ascender hasta el Tercer Reich lo desveló el embajador francés en Alemania, François Poncer. El diplomático insistió en que el verdadero problema fue que, «antes de ser voz, fue eco». Eco de un sentimiento general de desquite del pueblo alemán contra el trato inicuo que, vencida y humillada, recibió Alemania en el Tratado de Versalles. Por desgracia, un eco que nadie supo aminorar y que fue ampliado por la no beligerancia de las potencias internacionales. Serrano Suñer se mostró partidario de esta visión: «Fue el sentimiento del pueblo entero: obreros, industriales, clase media e intelectuales pensaban que se les había infligido un castigo inmerecido».
Gran mentira
Pero Serrano Suñer no se quedó solo en elaborar un retrato robot a nivel psicológico. Con un punto de soberbia, narró de forma pormenorizada el segundo encuentro que había mantenido con el ‘Führer’ en el ‘Berghof’, el ‘Nido del águila’ de los Alpes bávaros que el dictador apenas pisó por su miedo a las alturas. Según el ministro, el germen de aquella visita arrancó poco después de que el nazi y Franco mantuvieran la ya famosa entrevista de Hendaya. El encuentro, con más grises que claros, dejó en el aire la participación española en la Segunda Guerra Mundial. Y fue a él a quien le tocó desplazarse hasta el Tercer Reich para hacer entender a Hitler que el país no lucharía con el Eje.
La conversación que mantuvo con el Generalísimo poco antes de salir de España –recogida en un artículo de Julio Merino publicado en 2020– demuestra la responsabilidad que portaba sobre sus espaldas:
+ info–Ramón, no olvides que llevas en tus manos a España.
–Paco, sabes que daría mi vida por España, pero no sé si podré hacer milagros.
–Pues, en tus manos encomiendo a España y rezaré porque al menos consigas ganar tiempo. […] Aceptaré lo que tu decidas en el ‘Berghof’.
Serrano Suñer arribó poco después al ‘Nido del águila’, donde mantuvo varias reuniones con Hitler. Este le insistió en que tenía que fijar la fecha para la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial y que, a continuación, Alemania iniciaría, sin dilación, la conquista de Gibraltar. Todo estaba preparado y a punto, incidió. El ministro se sintió sobrecogido y tardó en orquestar una respuesta. Cuando atesoró el valor necesario, le dijo que, hablando más desde la amistad que desde la diplomacia, era imposible que su país se enfrentara a los Aliados.
+ info«Le dije que España era un país en ruinas, sin transportes, con la industria destruida, falto de alimentos con que mantenernos, de materias primas para que el pueblo pudiera trabajar todos los días, y con un Ejército inerme para intervenir en la lucha, especialmente después de las innovaciones y la técnica por él introducidas en el arte de la guerra. En una palabra: que no podíamos soportar más sufrimientos».
El diplomático esperó respuesta. Se hizo el silencio y la tensión se paladeaba. Hitler paladeó y, para su sorpresa, no montó en cólera, sino que hizo cargo de la situación de España. «Me entendió, como pudo no haberlo entendido ni admitido, y él, poderoso, ante un ministro indefenso, frenando sus impaciencias, inclinándose como decepcionado y triste, sobre el lado derecho de la butaca, me dijo, resignado, estas palabras: ¡Pues tendremos que esperar algún mes más!’».
Visión tradicional
La teoría más aceptada es que Franco fue quien puso coto a Hitler en la famosa entrevista en la frontera. El encuentro se desarrolló durante tres horas en un vagón especial (el 'Erika') trasladado hasta Hendaya por el líder nazi. Ninguno dio su brazo a torcer. Hitler, sabedor de que necesitaba el apoyo de la Francia de Vichy, se negó a entregar los territorios que podía utilizar como moneda de cambio con los galos. La tensión fue en aumento hasta tal punto que el mismo 'Führer', airado, se puso en pie de un salto dispuesto a marcharse cuando Franco le explicó que albergaba dudas sobre la victoria del Reich en Inglaterra. Aunque, según desvela Paul Preston en 'Franco. Caudillo de España', volvió a sentarse para evitar crear un conflicto internacional.
Tal y como recordó uno de los diplomáticos presentes, Hitler salió del vagón murmurando maldiciones. «Con estos tipos no hay nada que hacer». El mariscal Keitel, durante la cena posterior, confirmó que el líder nazi «estaba muy descontento con la actitud de los españoles y era partidario de terminar con las conversaciones allí mismo». En sus palabras, «estaba muy irritado con Franco». Poco después, el 'Führer' le dijo a Mussolini que «antes que volver a pasar por eso, prefiero que me saquen dos o tres muelas». El ferrolano no salió, ni mucho menos, contento. A Serrano Suñer le confirmó que «quieren que entremos en la guerra a cambio de nada» y que le parecía intolerable su postura.
+ infoLa tensión se materializó sobre blanco unos meses después. En 1941, Hitler envió una carta a Franco en la que le exigía que contestara sin dilaciones sobre su participación en la Segunda Guerra Mundial. El ultimátum duraba 48 horas.
«El combate que con grandes esfuerzos llevan a cabo hoy Alemania e Italia decide también, según mi más sagrada opinión, el destino futuro de España. Solamente en caso de nuestra victoria podrá mantenerse el actual régimen. Pero si Alemania e Italia perdieran la guerra, también quedaría excluido cualquier porvenir de una España verdaderamente nacional e independiente. […] Nunca se han tratado, ni siquiera mencionado, fechas en la fijación de un plazo [para su entrada en la guerra], que queda en un lejano porvenir, sino siempre se ha hablado de un corto período dentro del cual Vd., Caudillo, ha creído poder llevar a cabo diversas medidas económicas en bien de su país. Ahora en nuestras reuniones, nos hemos puesto de acuerdo en que España declare su disponibilidad a firmar el Pacto Tripartito y a entrar en la guerra».
Franco respondió con evasivas. En una nueva carta, insistió en que el destino de ambos países estaba unido y que permanecía en deuda con el Reich desde la guerra civil. «Donde hemos estado siempre, seguimos estando hoy, con firme resolución e inconmovible convencimiento. Por ello no debe dudar Vd. de la incondicional sinceridad de mis convicciones políticas y en mi absoluto convencimiento de la comunión de nuestro destino nacional con los de Alemania e Italia», escribió. Con todo, insistió una vez más en la mala situación económica que atravesaba el país.
Ver los comentarios