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La gigantesca deuda que Alemania nunca pagó por los daños provocados en la Primera Guerra Mundial

Tal día como hoy se cumplen 100 años de la conferencia en la que cerró las indemnizaciones de la guerra

El regreso de prisioneros franceses internados en Alemania.+ info
El regreso de prisioneros franceses internados en Alemania. - ABC
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De lejos y con los ojos entornados parecía una paz, pero en cuanto los soldados volvieron a casa tras la Primera Guerra Mundial se descubrió que, de cerca, el paisaje político, social, económico e ideológico de Europa se parecía a la calma lo que un león africano a un gato doméstico. Cuando se cumplen cien años de que en La Haya (Países Bajos) se clausurara una conferencia sobre las reparaciones de guerra adeudadas por Alemania, el mundo recuerda las palabras del francés Ferdinand Foch como si, más que un mariscal, hubiera sido un oráculo: «Esto no es una paz. Es un armisticio de veinte años». Hitler acabaría dándole la razón.

El 28 de junio de 1919, se firmó el Tratado de Versalles, que recogía las duras condiciones impuestas a Alemania por los ganadores de la guerra.

El conde Ulrich von Brockdorff-Rantzau, quien dirigió la delegación alemana, regresó a casa convencido de que introducir, como hacía el tratado en su Artículo 231, que toda la culpa de la guerra era de su pueblo suponía sembrar el odio del mañana.

«El Imperio teatralmente proclamado en la famosa galería se ha convertido en espectro, filtrándose entre los muros del suntuoso edificio, y se ha desvanecido en el espacio...»

Ojo por ojo y todos ciegos. La propia elección del Palacio de Versalles para las negociaciones no fue casual. Allí los franceses habían sufrido la humillación de su derrota en la Guerra Franco prusiana, con la aclamación como Emperador de Guillermo I en el Salón de los Espejos del Palacio. El cronista de ABC en aquellos días reparó en la terrible coincidencia: «El acto de la paz apenas ha durado una hora. El Imperio teatralmente proclamado en la famosa galería se ha convertido en espectro, filtrándose entre los muros del suntuoso edificio, y se ha desvanecido en el espacio...».

Soldados belgas apostados en una iglesia de Lovaina.+ info
Soldados belgas apostados en una iglesia de Lovaina. - ABC

La tarea de crear en Versalles y en las conferencias posteriores un nuevo orden mundial corrió a cargo de los cuatro líderes de las potencias ganadoras: el presidente de EE.UU, Woodrow Wilson, el primer ministro británico, David Lloyd George, el primer ministro italiano, Vittorio Orlando, y el presidente francés, Georges Clemenceau. Este último se elevó como el más vehemente defensor de castigar a Alemania debido a las pérdidas humanas y materiales producidas en suelo francés. Clemenceau creía que el militarismo alemán y su fuerza industrial si no eran reprimidas resultaban incompatibles con la paz en Europa.

El pecado original

El otrora poderoso ejército alemán, con capacidad de poner en batalla a 4,5 millones de soldados, fue reducido a una fuerza de 100.000 hombres. Además, cuatro imperios dejaron de existir bajo la batuta de Versalles, mientras nacían hasta diez estados de las ruinas de las potencias derrotadas. La pérdida para Alemania de la soberanía sobre sus colonias y otros territorios, cerca del 13% de su superficie y el 10% de su población, serviría al nazismo para justificar sus ansias expansionistas en las siguientes décadas.

El día después de la aceptación del Tratado fue una jornada de luto en Alemania, que lo consideró el «pecado original» de la recién formada República de Weimar. «Debemos utilizar la monstruosidad del Tratado y la imposibilidad de cumplir muchas de sus estipulaciones para echar por tierra la paz en su totalidad», escribió el diplomático Bernhard von Bülow. Hasta conocer las condiciones de París, la mayoría de alemanes no sentían que su país hubiera sido vencido, pues el territorio patrio no había quedado destruido después de cuatro años de guerras, las tropas aliadas no habían pisado suelo enemigo en el momento del Armisticio y fuerzas imperiales seguían ocupando gran parte de Bélgica y Luxemburgo. Lo que no se habían logrado en los campos de batalla se obtuvo, según creían los nacionalistas alemanes, en los salones de Versalles. De ahí que el golpe fuera doble contra aquel gigante herido.

El presidente del consejo Clemenceau, firmando la ratificación del tratado de Versalles.+ info
El presidente del consejo Clemenceau, firmando la ratificación del tratado de Versalles. - ABC

Los 132.000 millones de marcos de oro que Alemania (2,8 veces el PIB alemán de 1913) debía pagar por los costes de la guerra pusieron una alfombra roja a las propuestas más extremistas. No era una cifra imposible de costear, de hecho no se pagó nunca, pero se convirtió en alimento para los populismos y en una patata caliente de las mesas de negociación. Tras duras negociaciones, la cantidad se recortó en un 60 por ciento y el pago anual se redujo a 2.000 millones de marcos. Pero esto solo se pagó un año ante la amenaza de colapso de la economía alemana.

La República de Weimar que reemplazó a la dinastía de los Hohenzollern, con los socialdemócratas en la presidencia, evitó la situación de explosión sufrida en Austria con una rápida desmovilización militar, un aumento de las exportaciones y una inyección agresiva de capital gracias a los bajos tipos de interés. Esto subió aún más la ascendente inflación, pero no fue, sino el pago de las reparaciones de guerra, o más bien, la incapacidad de pagarlas, lo que inició una tormenta sin igual de ascenso de precios.

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La mayor parte de los pagos de guerra y las ayudas a empresas se efectuaron emitiendo dinero sin límite. Los billetes puestos en circulación por el Estado llamados Papiermark, sin equivalente en oro, escalaron a niveles disparatados. En enero de 1922 la inflación se propulsó al 70% y el cambio del dólar a siete mil quinientos marcos, lo que significaba que la moneda alemana no valía nada. La consecuencia inmediata es que la gente prefería pagar con cualquier otra cosa que no fuera dinero unos alimentos y artículos de consumo que subían radicalmente de un día para otro.

En julio de 1922, se trató el tema de la deuda en la conferencia de La Haya, con una asistencia de 34 naciones como continuación de la reunión celebrada unos meses antes en Génova. La prensa alemana expresó su «escepticismo» ya que no creían que «la Conferencia tuviese gran éxito, dado el resultado poco satisfactorio de la de Génova».

«Hay pocos delegados que crean en el éxito final de la Conferencia, consecuencias de las enormes necesidades de Rusia y de las divergencias subsistentes entre los Soviets y los Gobiernos representados en la Conferencia», narraba ABC al inicio de un encuentro internacional donde, a parte de la economía mundial, estaba sobre la mesa la nueva relación entre la URSS y el mundo. Finalmente, el nuevo acuerdo caducó en cuestión de meses...

Crisis económica

En 1923 se llegaron a emitir billetes en Alemania con un valor teórico de cientos de millones de marcos. La inflación remitió a partir de ese año, cuando se suprimió la moneda Papiermark por el Rentenmark, o marco seguro, y se estableció un complejo sistema de ingeniería financiera para evitar pagar las deudas. El estadounidense Charles Gates Dawes firmó el llamado Plan Dawes (1924): préstamos a bajo interés, ayudas a fondo perdido, inversiones estadounidenses a gran escala que permitieron reducir el compromiso de pago de 2.000 millones a 800 anuales.

Entre 1924 y 1928, Alemania creció a una tasa media anual del 5% y apenas encaró la deuda, pero el Crac del 29 en EE.UU. resucitó viejos y nuevos fantasmas. En ese contexto de créditos a tipos muy bajos (lo mismo que hoy), la Bolsa de Nueva York no dejó de inflarse desde 1924 hasta multiplicar por tres su valor y, finalmente, estallar en la fatídica fecha del 24 de octubre de 1929.

Ese año hubo de nuevo que renegociar la deuda alemana. Bajo los auspicios de Owen D. Young, la cantidad que había que pagar se redujo de nuevo en un tercio y se escalonó el pago de lo restante a lo largo de cincuenta y nueve años. Paralelamente, Alemania recibió el préstamo Young por un montante de 1.200 millones de marcos a un 5,5 por ciento de interés, con vencimiento a los treinta y cinco años, para reflotar el Banco Central Alemán. Tampoco así se logró que pagara, por lo que se creó el Banco de Pagos Internacionales, dirigido por el francés Pierre Quesney, para presionar sin éxito a una Alemania en erupción. Con la llegada de los nazis al poder, cesó cualquier pago de las obligaciones.

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