El gángster que silenció la verdad sobre el asesinato de Kennedy
Jack Ruby mató de un disparo al asesino del presidente de los Estados Unidos en los pasillos de la comisaría de Dallas ante las cámaras de televisión
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Si el asesinato de John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963 en Dallas conmocionó al mundo, el de su presunto asesino Lee Harvey Oswald dos días después en los pasillos de la comisaría hurtó entonces la posibilidad de hacer justicia y, lo que todavía es peor, de conocer la verdad.
+ infoSucedió en una mañana de domingo, el 24 de aquel trágico mes, mientras el cuerpo muerto del joven presidente de los Estados Unidos era trasladado a la capilla ardiente de la Rotonda del Capitolio de Washington. Un hombre llamado Jack Ruby, abreviación del apellido Rubinstein, se coló entre el medio centenar de periodistas y policías que esperaban en el subsuelo de la comisaría y cuando Oswald era trasladado a la cárcel del condado de Dallas sacó su arma del bolsillo, la acercó al vientre del detenido y le disparó sin vacilar, sabiendo que el tiro sería mortal.
Oswald se desplomó, encogido, dejando escapar un estertor, mientras varios policías se precipitaban sobre Ruby. «Alguien tenía que hacerlo», les dijo a los agentes que se lo llevaron preso, «vosotros no podíais...». El asesino de Kennedy moriría una hora después en la mesa de operaciones del Hospital Parkland, a apenas unos metros de aquel donde falleció Kennedy casi cuarenta y ocho horas antes.
+ info«Oswald murió sin decir una sola palabra», dijo entonces el fiscal del distrito de Dallas, Henry Wade. No hubo oportunidad de obtener una confesión en el lecho de muerte. «Ante mí Oswald se negó rotundamente a confesar su participación en el asesinato de Kennedy», señaló Wade. Sin embargo, añadió, «todas las pruebas acumuladas eran suficientes para enviar a Oswald a la silla eléctrica». Tampoco el fiscal llegó a saber los motivos que tuvo Oswald para asesinar a Kennedy. «Ellos han muerto con él».
«Es indudable que el atentado contra Oswald había sido premeditado por el asesino», subrayaba al día siguiente ABC, porque desde el principio de la investigación este turbio individuo, propietario del cabaret «Carroussel» de Dallas, se mezclaba frecuentemente con policías y periodistas distribuyendo generosamente invitaciones para que se tomaran una copa. Así logró colocarse a un paso del asesino de Kennedy en los pasillos del sótano de la comisaría, sin que nadie le pidiera un mal papel.
«Sabía que iban a sacar a ese hombre. Fui allí, paré el coche, bajé por la rampa que da al sótano, nadie me preguntó nada, me situé entre los periodistas que esperaban, llevaba mi pistola, y eso fue todo», dijo después.
Las cámaras de televisión captaron toda la escena «hasta el punto que parecía como si Rubinstein hubiera escogido el lugar conveniente para hacer su acto más espectacular todavía», añadía el periódico.
La hora del traslado de Oswald eran conocida por todos cuando «no tenía ni que haberse anunciado con horas de antelación ni que haber sido un tema para los fotógrafos de la Prensa y la Televisión», a juicio del corresponsal José María Massip, porque «la situación era demasiado seria, el trastorno del país demasiado trágico, para esta clase de frivolidades». Se suponía, por lo menos, que la presencia de los informadores iba a ser rigurosamente controlada y policías armados con fusiles vigilaban apostados desde las esquinas. Sin embargo, a Ruby se le dejó pasar.
En su primera audiencia ante el Juzgado tras el atentado, Ruby habló de su entusiasta amor por Kennedy y lloró por su patriotismo, pero no logró convencer al fiscal que le cortó la palabra diciéndole: «Señor Ruby, ¿cómo no se pone usted una banda de luto en el brazo izquierdo?...¿Por qué no llora usted un poco más, hasta que nos emocionemos todos ante su dolor?».
Fue juzgado y condenado a la silla eléctrica en marzo de 1964, pero el veredicto fue anulado por el Supremo de Texas, que ordenó un nuevo juicio en otra población al norte de Dallas, Wichita Falls. Días antes de que comenzara la vista de este segundo proceso, se conoció que Ruby padecía un cáncer de pulmón muy extendido, del que nadie sabía nada hasta entonces. Apenas unas semanas más tarde, el asesino de Oswald fallecía repentinamente a consecuencia «de un coágulo de sangre en sus pulmones», aunque los forenses no pudieron afirmar si el cáncer le produjo el coágulo.
Las extrañas circunstancias de su muerte multiplicaron aún más las sospechas sobre el asesinato de Kennedy. Se decía que Ruby mató a Oswald para que no se supiera quién había sido el autor intelectual del magnicidio.
+ infoTras examinar más de 3.000 pruebas y estudiar las declaraciones de más de 500 testigos seleccionados entre los 26.550 entrevistados por el FBI, la Comisión Warren concluyó que Oswald había actuado solo. Sin embargo, en 1979 el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos estimó la hipótesis de la conspiración.

Donald Trump prometió en 2017 que desclasificaría todos los archivos sobre Kennedy, pero postergó hasta 2021 la fecha límite para revelar los documentos más sensibles sobre su asesinato.
Quizá entonces se llegue a saber qué hay de verdad en esas teorías que han circulado durante años sobre la implicación de la mafia, la CIA, la KGB, el FBI y hasta el entonces vicepresidente de EE.UU., Lyndon B. Johnson.
Tal vez entonces se aclare también qué llevó a Jack Ruby a «asesinar la verdad». Como escribió Massip, «mientras existió Oswald existió la posibilidad de poner en claro la verdad de aquel horror. La vida de Lee Oswald era el último reducto de una sociedad civilizada para establecer, con pruebas, los motivos del crimen y la culpabilidad de su autor».
« No hubo conspiración», dijo Jack Ruby antes de morir.
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