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El fenomenal plantón del Cordobés a Oriana Fallaci

El torero hizo esperar a la periodista italiana durante cuatro horas y apenas le hizo caso en un primer momento

Oriana Fallaci con Manuel Benítez, el Cordobés+ info
Oriana Fallaci con Manuel Benítez, el Cordobés - Jaime Pato
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«Conocí a Oriana Fallaci, con sus bellos ojos de gato, en Villalobillos, la finca cordobesa de Manuel Benítez «El Cordobés». Estuve allí cerca de una semana en los sesenta haciendo un reportaje para «Blanco y Negro» que se tituló «Aprendiendo a vivir», ya que a morir Benítez había aprendido pronto y estaba dispuesto», recordaba Cándido en octubre de 2001, apenas un mes después del 11-S. La famosa periodista italiana estaba por aquel entonces en el candelero por sus artículos en los que denunciaba la decadencia de la civilización occidental, ante la amenaza del fundamentalismo islámico.

El Cordobés comiendo, con el cartel de su película «Aprendiendo a morir» detrás+ info
El Cordobés comiendo, con el cartel de su película «Aprendiendo a morir» detrás - Álvaro García Pelayo

Pero cuarenta años atrás, Oriana Fallaci notó otro choque de civilizaciones. Aquí, en España. O al menos así le pareció a Carlos Luis Álvarez, como en realidad se llamaba Cándido.

El reportero había viajado a Córdoba para conocer cómo vivía el torero, en la cumbre de su fama, y allí había coincidido con la periodista milanesa. «La Fallaci vivió horas de asombro al lado del torero, que es un incansable volcán», escribió junto a una fotografía de Jaime Pato en la que se veía a ambos.

Su primer encuentro no había sido muy afortunado. La periodista había llegado a la finca de Villalobillos a las once de la mañana, tal como se le había citado, pero el Cordobés no apareció hasta pasadas las tres de la tarde. Así lo contaba Cándido: «Son las tres y veinte de la tarde cuando me bajo del coche. Está esperando allí desde las once de la mañana la periodista italiana Oriana Pallaci. Puso dos telegramas desde Milán, tiene las horas contadas, todo quedó arreglado para las once... y son las tres y veinte. La Fallaci viste pantalones, el pelo de oro viejo lo lleva suelto y no disimula la contrariedad que le produce la fenomenal espera. La presentan al «Cordobés», que rezonga no sé qué, separándose de ella».

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Cuando el Cordobés se disponía a entrar en la casa, Cándido le tomó por un brazo y le dijo:

-Manolo...

-¿Qué? Vamos a los huevos fritos.

-Oye, Manolo, ésta es... importante. Las agencias internacionales le compran lo que escribe.

Y el Cordobés se volvió, dirigiéndose a Oriana Fallaci.

—Tú, pasa, vamos a comer unos huevos fritos.

Corrió el vino, el jamón y el chorizo en aquel almuerzo, aunque no los huevos fritos, por los que seguía preguntando el Cordobés. Oriana Fallaci llevaba en la mano una edición española de su libro «Los antipáticos» en el que había reunido entrevistas a famosos, entre los que figuraban algunos españoles como Cayetana de Alba, Jaime de Mora o el torero Antonio Ordóñez.

A la comida le siguió una reunión «encantadora y demencial», según la describió Cándido, con un hombre al que le faltaban las piernas que se arrancó a tocar la guitarra junto a Manuel Benítez, un cura, un cubano al que llaman entre risas Fidel o un señor llamado Antonio con quien la periodista italiana hablaba en francés.

«El «Cordobés» está ahora con la italiana, que ya no se acuerda del plantón. El «Cordobés» señala las fotografías que están encima de la chimenea y dice:

—Ese es...—se ríe.

La Falacci abre unos ojos como platos.

—¿Antonio? ¿Antonio?

—Sí—dice el «Cordobés», que se dobla de risa.

Sólo que la Pallaci está refiriéndose a Antonio Bienvenida, y el «Cordobés», no».

Siguieron los cantos de uno de los sobrinos del Cordobés y del cubano, hasta que el torero les invitó a todos a pasar al comedor. «Allá vamos el padre Arroyo, el paralítico, la «moísta», don Antonio, el cubano, la Fallaci, yo... ¡Qué reunión! En medio de un buen jolgorio, absolutamente ingenuo, casi infantil, comemos judías estofadas, huevos fritos con chorizo, merluza y naranjas», relataba Cándido. Por casualidad, el periodista de «Blanco y Negro» se había sentado a la derecha del «Cordobés» y a su izquierda, Oriana Fallaci.

El Cordobés conversa con Oriana Fallaci durante la comida+ info
El Cordobés conversa con Oriana Fallaci durante la comida - Jaime Pato

El diálogo entre la prestigiosa periodista y "El Cordobés" quedó en la memoria de Carlos Luis Álvarez «como una cosa divina». «La conversación, ya que ninguno de los dos habla el castellano, se desarrolló guiada por el método Ollendorf, hasta un límite que ni el propio Ollendorf hubiera podido imaginarse -escribió al año siguiente-. Al principio no quería recibirla. Yo le expliqué sumariamente que Oriana Fallaci era un punto fuerte de la Prensa europea, y entonces salió a decirle que pasara a comer un poco de jamón. Estábamos reunidos con Manuel Benítez seis o siete personas, entre ellas un guitarrista, un fotógrafo, una muchacha silenciosa, de quien el anfitrión decía que era modista, un cura y el mozo de espadas. La Fallaci se equivocó totalmente en aquella reunión. Nunca supo de qué iba aquello. Sus hermosos ojos de gata traslucían un intenso esfuerzo racional por comprender el nexo que unía a personas tan disparatadamente heterogéneas».

Cándido rememoró en diversas ocasiones aquel día. Aseguraba que la periodista italiana «estaba desconcertada por completo, no entendía nada de casi nada y casi nada de nada, aquel derroche existencial, de voluptuosidad ruidosa y continua, aquel exhibicionismo inconsciente que se manifestaba lo mismo ante los toros que volando en una avioneta. De pronto chocaba la agudeza sentenciosa de El Cordobés, pero es que había aceptado la muerte de antemano y eso distingue. Como digo, Oriana Fallaci no se enteraba de nada. Se empeñaba en pensar cuando lo importante allí era ver».

El Cordobés+ info
El Cordobés

Pero Fallaci también vio. Vio en El Cordobés al «símbolo viviente», en aquellos días, de una España «desesperada, analfabeta y derrotada», según escribió. Aquel muchacho huérfano había pasado de la miseria a tener varias fincas, coches e incluso una avioneta privada, jugándose la piel ante los toros. Se había convertido en un hombre famoso, al que todo el mundo adoraba, aunque desconociera quién era la reina de Inglaterra o el presidente de Italia. «Su coraje suicida es su verdadera riqueza, aparte del dinero, y lo derrocha en la plaza de toros, sin sospechar siquiera que una luz en esa oscuridad, una voz en ese silencio, lo transformaría de repente en un gran hombre, como El Cid, una bandera nacional», subrayó la periodista tras aquella experiencia que recogió en su libro « The Egotists».

«De hecho, no hay duda de que tiene una personalidad desconcertante, que es el mayor personaje dado a España en los últimos años», apreciaba Oriana Fallaci antes de especular con qué libro habría escrito Hemingway si lo hubiera conocido, «siempre que hubiera podido hablar con él, lo cual es casi imposible».

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