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El famoso espontáneo que llegó a torear vestido de luces en Las Ventas

A Julián Calderón Guerrero, El Jato, un joyero que veía una corrida por televisión le reconoció como el hombre al que acusaba de estafa

Un joyero que veía la séptima de feria reconoció por televisión al hombre que le estafó, era el espontáneo que se lanzó a la Maestranza el día 30+ info
Un joyero que veía la séptima de feria reconoció por televisión al hombre que le estafó, era el espontáneo que se lanzó a la Maestranza el día 30 - José Arjona
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A todos los que veían la corrida de la feria de Sevilla ese 30 de abril de 1982 les sorprendió que aquel espontáneo saltara de repente al ruedo e intentara dar unos capotazos al toro, pero a un joyero de Madrid que presenciaba el espectáculo por televisión le dejó atónito. Aquel hombre de camisa oscura que había irrumpido en la Maestranza era el mismo al que había denunciado por estafa meses atrás.

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Acusaba a Julián Calderón Guerrero, de 46 años, de apropiación indebida de joyas valoradas en 748.300 pesetas. Al identificar al espontáneo de Sevilla como su presunto estafador, el denunciante lo comunicó a la comisaría y éste fue localizado y detenido en la capital andaluza, según informó ABC.

En la fotografía que acompañaba a la nota (la misma que encabeza el artículo), se recogía el momento en que el espontáneo, tras saltar al ruedo por el tendido 10, era detenido por el diestro Pepe Luis Vargas antes de conseguir enfrentarse al toro, un pablorromero, el cuarto de la tarde, que debía lidiar Ruiz Miguel y que fue devuelto a los corrales por cojo.

Puso la plaza de Valencia en pie

Aquel espontáneo no era ningún desconocido para los aficionados taurinos. El año anterior se había tirado al coso de Valencia dos días consecutivos y el último, logró poner a la plaza en pie tras realizar más de cincuenta pases toreando derecho, sin arrugas en la muleta, a un toro sin picar. Era el quinto de Bernardino Píriz y el presidente lo acababa de devolver a los corrales cuando Julián Calderón entró en escena. Así lo contó Vicente Zabala: «En esto salta un espontáneo. ¡Atiza, es el mismo de ayer! No lleva gafas graduadas. Ordena a un peón de Dámaso que se lo coloque en el tercio. El banderillero, inconscientemente, por inercia, obedece. De pronto reaccionan los toreros y pretenden quitarle el toro. Ya es demasiado tarde. El hombre se estira por el pitón derecho. Corre la mano con lentitud. Se ve que conoce el oficio. Cuatro series de redondos entre oles y ovaciones. Dos series más con la izquierda. Los de pecho le salen de cabeza a rabo. Unas giraldillas. La rana, sin saltos, gierando en la cara del toro. Ahora un desplante tirando la muleta y espada, vuelto de espaldas al toro, emulando a Miguel Báez "Litri"»

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El crítico taurino se fijó bien en el espontáneo con los prismáticos. «Creo recordar en su rostro a un novillero que conocí allá por los años cincuenta que se anunciaba El Jato», explicó. Llegó a debutar con picadores en la plaza de Madrid en una de las novilladas que organizaba el semanario «Dígame» por las noches. «Hoy El Jato, al que ayer no reconocí por sus gafas graduadas -continuó Zabala-, es un hombre con más de cuarenta años. Se aprecia que tiene clavada la espina del toreo en el alma, pues nunca tuvo facilidades. Ahora ha visto la oportunidad de tirarse en esos toros que devuelven a los corrales. Así se ha dado el gusto de torear uno de Dolores Aguirre y este bombón de hoy de Bernardino Píriz. Esta vez ha estado realmente bien».

Le aconsejaba, sin embargo, a El Jato que cuando cumpliera el arresto que le había impuesto el gobernador civil de Valencia «pensara que los años no pasan en balde, que ya es muy tarde para volver a empezar». Tras el alboroto de Valencia, le ofrecieron una novillada y fracasó.

Pero volvió a las andadas en Sevilla y tras el incidente del joyero, por el que pasó un tiempo en la cárcel de Carabanchel, se arrojó de nuevo al ruedo en la corrida del Corpus de Madrid. «El renqueante toro de Saltillo y la bondad de los subalternos le permitieron que hilvanara una faena de muchos passes sobre ambas manos, en los que predominó la quietud. La plaza se caía de ovaciones», contó ABC.

«El Jato no se rinde»

«El Jato no se rinde», le aseguró a Luis García cuando el periodista le entrevistó en 1984. A los 48 años, por fin tenía la oportunidad de torear en las Ventas.

-Jato, ¿qué ha pasado para tener que esperar tanto tiempo a hacer el paseíllo en las Ventas?

-Son las circunstancias de cada uno. Unos lo consiguen antes y otros después. Para mí ha llegado el turno ahora, y aquí estoy.

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-¿Te das cuenta que muchos de los que empezaron contigo están ya retirados y algunos hasta millonarios?

-Lo importante en esto del toro es mantener viva la ilusión, por eso nunca he desfallecido en mis propósitos.

-No quieres reconocer que el tiempo marchita las ilusiones.

-La única razón de existir que tiene el hombre, es la de dedicarse a lo que le satisface. A mí torear me complace ahora más que cuando decidí ser torero.

-Muchos han visto la realidad y han cogido las banderillas, han pasado a mozos de espadas, pero querer destacar a tus años...

-Sigo empeñado en algo, que a muchos puede parecer una locura, pero en lo que no veo ningún motivo para renunciar.

-Eso dices en estas octavillas repartidas el domingo en las Ventas.

-Te aseguro que en más de una ocasión he deseado desaparecer de este mundo. Acabar para siempre...

-¿Qué pasará con El Jato si el domingo no salen las cosas bien?

-Me he tenido que enfrentar muchas veces a la vida. He llegado incluso a desafiarla. Estoy acostumbrado a superar las dificultades. ¿Por qué iba a dejar de hacerlo una vez más?

-¿Serías capaz de emprender una nueva vida?

-Me he arrojado varias veces como espontáneo, es cierto, pero siempre en toros que habían sido devueltos al corral, para no perjudicar a mis compañeros, y alguno de ellos, como me ocurrió en Sevilla, en vez de ayudarme hizo todo lo contrario. Pero no guardo rencor a nadie, a pesar de que algunos de los que conocí en mis comienzos, sí podían haberme "echao" una mano cuando estaban de figuras del toreo.

-Sin embargo el otro día, cuando apareciste en televisión, hubo una secuencia que no decía nada en tu favor.

-Te agradezco la oportunidad que me brindas de poder aclarar los motivos de mi breve estancia en Carabanchel, que no dio lugar siquiera a que la Justicia me castigara. Todo surgió como consecuencia de un dinero que tomé prestado en una época en que para poder subsistir me dediqué a comprar y vender pequeñas joyas, y artículos de bisutería, y que no pude devolver a su debido tiempo. El asunto quedó aclarado a los pocos días, y el juez decretó mi libertad».

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Aquel domingo en las Ventas, el espontáneo, seguro, suelto de brazos y templado, de Madrid y Valencia, se convirtió, al decir de Vicente Zabala, «en un hombre indeciso, inseguro, torpe y sin ilusión, vestido -muy bien vestido eso sí- de luces. No quiso ni verlos con el capote que maneja desgarbado y sin aplomo. Le echaron dos toretes de Moreno Pidal. El primero tenía geniecillo y se quedaba corto. El otro derrochó nobleza. El Jato trasteó tesonero, impersonal, vulgar. Lo grave es que el sexto provocó la rechifla de un público harto del largo festejo, que cayó en la despiadada crueldad de la carcajada».

«Ahora a recapacitar, Julián -le instó el crítico taurino- porque las oportunidades ya se han acabado. Este punto final no se lo esperaba hace sólo unos años. Por lo menos ha habido revuelo, reportajes de televisión, entrevistas en diarios de la capital. Se va con cierto ruido. Un español más que quiso ser figura del toreo y no lo consiguió. Ese mismo tesón aplicado a otras cosas le reportará triunfos. Suerte, Julián, en la nueva vida».

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