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La desconocida guerra de la mafia contra el nazismo en Estados Unidos: una cuestión de honor y sangre

En 1938, el juez neoyorquino de origen judío Nathan Perlman echó mano del crimen organización para combatir con violencia la alarmante expansión de las organizaciones que simpatizaban con Hitler a las puertas de la Segunda Guerra Mundial

Miembros de German American Bund, desfilando cerca de Nueva York, en 1937
Miembros de German American Bund, desfilando cerca de Nueva York, en 1937 - Rex Hardy Jr.
Israel Viana
MadridActualizado:

El historiador y periodista francés Thomas Snégaroff explica en su último libro ‘Putzi. El confidente de Hitler’ (Seix Barral, 2022) la fascinación que el dictador alemán ejerció en todo el mundo. Muchos países no solo toleraron, sino que apoyaron su antisemitismo cuando ya se habían construido los primeros campos de concentración en Alemania y producido la trágica purga de la ‘Noche de los cuchillos largos’. Estados Unidos no fue una excepción, sobre todo hasta su entrada en la Segunda Guerra Mundial, pues los nazis contaron allí con muchas más simpatías de las que la mayoría de los estadounidenses están dispuestos a reconocer hoy en día.

El ejemplo más famoso es Charles Lindbergh, el primer piloto que cruzó el Atlántico en solitario, en un vuelo sin escalas entre París y Nueva York en 1927, que se declaró después seguidor acérrimo de Hitler, de su política antisemita y de la aplicación generalizada de la eugenesia.

En esa misma época nació un grupo abiertamente pronazi que consiguió numerosos apoyos entre la numerosa comunidad germana de Estados Unidos, se vivió un resurgimiento del Ku Klux Klan y surgieron otros partidos de corte fascista.

Uno de ellos fue el America First Committee, cuya propósito principal era que Estados Unidos no entrara en la guerra y contó con 800.000 miembros. Entre ellos había un buen número de simpatizantes del nazismo, pues compartían el fuerte sentimiento antisemita que pregonaba todo el grupo. De hecho, uno de sus principales líderes era el sacerdote católico Charles Coughlin, que llegó a defender en sus multitudinarios discursos que los judíos se había buscado ellos solos que fueran purgados en la citada ‘Noche de los cristales rotos’.

Los simpatizantes de Hitler estaban tan insertados en la sociedad estadounidense que, en 2005, Philip Roth publicó ‘La conjura contra América’, una novela en la que imaginaba que Lindbergh derrotaba a Franklin D. Roosevelt en las elecciones de 1940 e instauraba el antisemitismo de en todo Estados Unidos. Una ucronía que David Simon convirtió en serie de televisión hace dos años y que la misma mafia judía e italoamericana de las principales ciudades contribuyó a que no se hiciera realidad. Una historia increíble que no muchos aficionados a la historia conocen en la actualidad.

Reseña de 'La conjura de América', de Philip Roth+ info
Reseña de 'La conjura de América', de Philip Roth

Desfiles violentos

La ha recogido Michael Benson en su libro ‘Gánsteres contra nazis: cómo lucharon los mafiosos judíos contra los nazis en tiempos de guerra en Estados Unidos’ ( ‘Gangsters Vs. Nazis: How Jewish Mobsters Battled Nazis in Wartime America’, Editorial Kensington, 2022). El autor cuenta que, un día de 1938, el juez de Nueva York y líder de la comunidad judía Nathan Perlman se sentó en un bar y pensó: «¿Cómo es posible que estos nazis marchen por la calle 86, a paso de ganso y haciendo el saludo hitleriano como si fuera el desfile de Macy’s? ¿Cómo pueden ser tan descarados?».

Lo hacían porque podían, porque en ese clima de neutralidad, los admiradores de Hitler se sentían impunes para desfilar por las calles de la Gran Manzana gritando consignas nazis y amedrentando a la numerosa comunidad judía que vivía en aquel momento en el país. Una de las principales organizaciones en hacerlo, también la más peligrosa, fue German American Bund, heredera de la desaparecida Friends of New Germany. El movimiento fue creado en 1936 con la ayuda directa y el dinero de la Alemania nazi.

La presidía Fritz Kuhn, un excombatiente alemán de la Primera Guerra Mundial que emigró a Estados Unidos en 1928 y se nacionalizó seis años después. Viajó a Alemania en varias ocasiones y llegó a entrevistarse con Hitler, tras lo cual aseguró que este le había nombrado su «Führer americano». Le idolatraba tanto que pronto comenzó a imitar sus gestos y su forma de hablar y a repetir sus soflamas racistas en cada discurso que daba. Las marchas de su organización por todo el país eran cada vez más multitudinarias y violentas, copando las páginas de los periódicos. Y pronto exigió que sus miembros fueran de ascendencia aria y demostraran que no tenían sangre judía ni negra.

Página en la que aparecía la noticia de la deportación de Kuhn en 1945
Página en la que aparecía la noticia de la deportación de Kuhn en 1945 - ABC

Acudir a la mafia

Fue entonces cuando Perlman decidió tomar cartas en el asunto. En un principio no fue fácil, porque no había ningún resquicio legal en el país de las libertades para enfrentarse a la German American Bund, que llegó a contar con más de 20.000 miembros entre sus filas, la mayoría de los cuales vivía en Nueva York. Tras pensarlo mucho, el juez optó por el camino alternativo, aunque este fuera mucho más drástico y de dudosa ética. Lo que se necesitaba eran judíos sin miedo a violar las leyes y romper los huesos que fueran necesarios contra aquel virus que se estaba expanciendo poco a poco entre los ciudadanos.

Aprovechó entonces sus conexiones con el inframundo y, en concreto, con Meyer Lansky, el contrabandista que acabó convirtiéndose, junto a su amigo de la infancia Lucky Luciano, en uno de los principales referentes del crimen organizado judeoestadounidense del siglo XX y en el creador del mayor sistema de lavado de dinero de la mafia. El juez sabía que este líder del hampa tenía a su disposición a un buen grupo de matones judíos e italoamericanos de otra organización mafiosa, la ‘Murder Inc’, también llamados los ‘Chicos de Brownsville’.

Lansky aceptó el encargo con gusto y, de hecho, no aceptó pago ninguno por él. Él mismo era judío y su declaración de guerra a los nazis se convirtió en una cuestión de honor. «Lo siento por los judíos de Europa que están sufriendo, son mis hermanos», declaró en una de la reuniones, según cuenta Benson en su libro. El mafioso mandó a sus chicos a los actos públicos de la German American Bund y de todas las organizaciones nazis que había desde Nueva York a Chicago, pasando por Minnesota y Los Ángeles. El objetivo, intimidar a base de palizas a todo aquel que gritara «¡Heil, Hitler!» y llevase esvásticas.

Hitler, pronunciando su histórico discurso en la sesión del Reichstag, en 1939+ info
Hitler, pronunciando su histórico discurso en la sesión del Reichstag, en 1939 - ABC

Madison Square Garden

Los hombres de Lansky contaban a sus espaldas con un largo historial de asesinatos, pero en esta guerra contra los nazis, todos los judíos reclutados recibieron la consigna de que no hubiera muertos. Para que el mensaje quedara claro, el juez Perlman se llevó al rabino reformista y líder sionista Stephen Wise a una reunión con el líder de la mafia y le convenció. Aún así, los métodos fueron sangrientos, pues rompieron muchos cráneos, piernas y brazos, enviando a una gran cantidad de nazis al hospital con pronóstico grave.

El miedo cundió pronto entre los miembros de la German American Bund y las protestas se hicieron cada vez menos numerosas. La mayoría de ellas, incluso, se desconvocaron por las amenazas. Fritz Kuhn estaba muy enojado al ver que los judíos de la mafia le estaban ganando la batalla y decidió volcarse en la organización de un acto multitudinario. Gasto mucho dinero en publicidad y logró reunir a más de 20.000 seguidores en el Madison Square Garden en febrero de 1939.

El líder nazi estaba convencido de que los mafiosos judíos no se atreverían a llegar hasta allí y meterse en la boca del lobo, pero subestimó la posibilidad de que pudieran haber otros rebeldes improvisados. Cuando se encontraba seguro en el escenario, arropado por la muchedumbre, Kuhn inició su discurso mofándose de Roosevelt, en aquel momento candidato presidencial, cambiando su apellido por Rosenfeld, de origen judío, y calificando al New Deal de ‘Jew Deal’. A continuación, cuando pronunciaba su frase más polémica –«hay que proteger a Estados Unidos de una raza que no es la raza estadounidense y que ni siquiera es una raza blanca. Los judíos son los grandes enemigos del país»–, fue interrumpido con un nuevo estallido de violencia.

El piloto estadounidense Charles A. Lindbergh simpatizó con Hitler+ info
El piloto estadounidense Charles A. Lindbergh simpatizó con Hitler - ABC

El fontanero judío

Esta vez no lo protagonizaba la mafia, sino un indignado fontanero judío de Brooklyn que, al escuchar las palabras de Khun, subió al escenario lleno de ira y arrancó el cable del micrófono. Isadore Greenbaum, como se llamaba, recibió una paliza y fue desnudado hasta que la Policía consiguió entrar en el pabellón y rescatarlo. «Cuando escuché todas aquellas soflamas sobre la persecución contra mi religión, perdí la cabeza», reconoció la víctima al día siguiente, que consiguió acaparar toda la atención de los medios y echar por tierra las esperanzas que la German American Bund había puesto en su magno evento.

Con aquel acto comenzó el declive de Kuhn. Poco después, el alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, ordenó que se investigaran los impuestos de la organización nazi y se descubrió que su líder había malversado más de 14.000 dólares con ella. En concreto, había gastado gran parte de ese dinero con una amante.​ El fiscal de distrito Thomas E. Dewey emitió después una acusación contra él y, el 5 de diciembre de 1939, fue condenado a cinco años de prisión por evasión de impuestos y malversación de fondos.

En 1945 fue deportado a Alemania y no se le concedió la libertad hasta poco antes de morir en Munich, en 1951, por causas desconocidas. El obituario de ‘The New York Times’ concluyó que había fallecido «como un químico pobre y oscuro, sin reconocimiento».

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