«¡Ay, cuánto tarda en llegar la muerte!»: la última charla lúcida de Azorín mientras agonizaba
El insigne escritor e histórico redactor de ABC fue plenamente consciente de que su final se acercaba en mayo de 1967 y fue él mismo quién mandó llamar a un sacerdote para que le diera la extremaunción
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Veinte páginas, además de la portada, le dedicó ABC a José Martínez Ruiz, ‘Azorín’ cuando murió el 2 de marzo de 1967. Tenía 93 años y una lucidez envidiable. Contaba José María Pemán en ‘La Tercera’ de este diario que Gregorio Marañón, médico del insigne escritor en el pasado, le explicó la longevidad de nuestro protagonista «por la parvedad de sus despilfarros vitales. Tenía toda la vida que no gastaba. Disponía de tan espléndidas rentas intelectuales para vivir que no necesitaba para nada tocar su capital».
+ infoAzorín pasó sus últimos días en su casa de la calle Zorrilla, en Madrid, esperando tranquilamente a que llegara su momento de partir. Cuando se percató de que la parca estaba cerca, él mismo pidió que llamaran a un sacerdote para que le diera la extremaunción.
Eran muchos los españoles que se encontraban afectados por la inminente pérdida del último escritor de la Generación del 98, pues Pío Baroja había muerto una década antes y Ramiro de Maeztu había sido asesinado en Aravaca al comienzo de la Guerra Civil. Solo quedaba él de aquel grupo de autores que tan bien reflejó la crisis moral, política y social desencadenada por la pérdida de Puerto Rico, Guam, Cuba y Filipinas en 1898.
La muerte de Azorín era especial para ABC, puesto que no solo despedía a un genio de la literatura, sino a un compañero que había trabajado como redactor en nuestro Archivo durante 25 años. Además, fue una crónica telegráfica suya –la primera en España– la que inauguró esta cabecera como diario, sobre la función que el presidente francés Émile Loubet ofreció al Rey Alfonso XIII en la Ópera de París. Ingresó en 1924 en la Real Academia de la Lengua en 1924 y tras la contienda se exilió a París. Durante todo este tiempo publicó más de un centenar de obras, algunas tan importantes como ‘El escritor’, ‘Cavilar y contar’, ‘El enfermo’, ‘Con Cervantes’ y ‘Memorias inmemoriales’.
+ infoLos familiares
A finales de febrero de 1967, Azorín ya sabía que padecía una ligera afección de carácter renal, pero no se preocupó hasta que su estado empeoró repentinamente. Así lo relataba ABC: «El escritor sufrió súbitamente unos trastornos circulatorios. Anteayer [por el 1 de marzo] se levantó a media mañana y sintió un mareo. Su médico de cabecera, que casualmente fue a visitarle, le aconsejó que se acostara. Por la tarde se agravó el estado del ilustre paciente, hasta el extremo de pedir él mismo la asistencia espiritual de un sacerdote. El padre Bernardo, capuchino, le administró los Santos Sacramentos en ausencia del habitual confesor de Azorín, el padre Marañón».
+ info«En las primeras horas de la noche –añadía el diario– se alivió el curso de la inesperada enfermedad, pero volvió a empeorar de madrugada. Azorín, con plena lucidez y dándose perfecta cuenta de que se moría, se despidió de sus familiares. Entre las cuatro y cinco de la madrugada, dijo a su enfermera, María Teresa Villamor, que venía cuidándole desde hacía seis años: ‘Estos son mis últimos momentos’. La enfermera, al ver que se llevaba una mano al costado, le preguntó: ‘¿Es muy molesto el dolor?’. La respuesta fue: ‘Molesto, no. Es penoso’. Y más adelante, cogiendo la mano a un familiar, exclamó: ‘¡Ay, cuánto tarda en llegar la muerte!’».
A las ocho de la mañana del día 2 empezó a agonizar. No sufrió ningún delirio ni entró en estado de coma. Simplemente se intensificó su fatiga y, «con ojos de ternura, miró a todos los presentes». Lo último que hizo en vida Azorín fue pedir un poco de agua. En el momento de expirar, al glorioso prosista le rodeaban sus sobrinos, su cuñada y la enfermera. La que había sido su esposa desde 1908, Julia Guinda de Urzanqui, que tenía 90 años, había sido llevada a otra habitación que no sufriera.
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