El «cruel» destino de los animales de un circo abandonado en 1954: «Mueren de hambre y frío»
En 1954, ABC visitó las instalaciones llenas de osos, elefantes, perros y monos «condenados a muerte», para escribir uno de los primeros artículos de denunciaba del maltrato animal de la prensa española
España continúa a la cabeza como país Europeo con mayor tasa de abandonos de animales

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Cuando Luis de Armiñán llegó a Barcelona en noviembre de 1954, estaba convencido de que «algo grave debía pasar». El periodista de ABC había recibido la llamada de Francisco Sert, presidente de la Liga para la Protección de Animales y Plantes, para alertarle de la situación en la que se encontraban unos animales que habían sido abandonados. «Allí vi unos carretones azules, con las ruedas comidas por el largo rodaje. Son jaulas de lo que fue un gran circo. En la más próxima hay un mono, un papión de aguda jeta, ojillos malos y nalgas bermejas, que me mira como con esperanza. Tirita un poco y tiende la mano de viejo suplicante», escribía en las páginas de este periódico, con el siguiente titular: ' Cuando el hombre es la fiera'.
A continuación, reproducía la conversación con uno de los trabajadores:
—Quería ver…
—Ya queda poco. Ahora mismo estaba salando esa piel que justifica una muerte más. Ahí, en aquel hoyo, están enterrados los que han muerto.
—¿Los que han muerto?
—Sí, claro, los que han muerto de hambre. Un elefante se comió las astillas del techo de su jaula y... fíjese cómo agoniza este. Ya no puede comer. Yo le doy parte de la ración del pan que me corresponde, pero no la traga.
La descripción de los animales que ve a continuación, y que habían sido abandonados un año antes en ese mismo lugar, es igual de dramática: «El trabajador saca de su bolsillo un trozo de pan blanco, de pan de pueblo, y lo pone en el borde del jaulón. El oso negruzco tibetano abre los ojos, alarga la garra y se lo acerca al hocico. Luego vuelvo a su sopor, a su agonía. En otra jaula tres osos polares y uno pardo pasean y se agitan. Uno de ellos es la sombra terrible de lo que fue, un soberbio ejemplar. La piel amarillenta flota entre sus huesos y la cabeza parece haberse achicado de modo inverosímil».
+ infoLa posguerra
La Liga para la Protección de Animales y Plantas había sido fundada por el conde de Sert cinco años después del final de la Guerra Civil, en uno de los peores momentos de la posguerra en lo que al hambre de los españoles se refiere. Cuatro años antes, un informe de la Falange advertía al régimen: «La situación es pavorosa, tenemos toda la provincia sin pan y sin la posibilidad de adquirirlo. Hace más de cuatro meses que no se raciona pan, y otros productos ni digamos. En la provincia todos seríamos cadáveres si tuviéramos que comer del racionamiento de la Delegación de Abastos».
A causa de ello se disparaban la mortalidad infantil y enfermedades como la tuberculosis, el paludismo y la disentería. En medio de esta situación tan pavorosa, Francisco Sert se propuso «restaurar el civismo de una sociedad maltrecha» con la fundación de esta organización, cuyo objetivo era «la defensa y protección de los animales por todos los medios posibles, y muy especialmente de la raza canina en justa compensación a los inapreciables servicios que esta presta al hombre», puede leerse en la página web de esta Liga, cuyos primeros socios fundadores pagaban una cuota mensual de una peseta mensual. ABC costaba 25 céntimos.
«Esto era un circo, un circo al parecer alemán, que vino de Europa y fue risa y asombro de las poblaciones españolas. El invierno les llegó en la Mancha y no pudo continuar. Me dicen que su zoo albergaba más de cuarenta animales. Los datos más justos acusan la muerte de todos los monos, menos el papión, tres elefantes, dos leones, varios osos, dos puercoespines, perros y caballos. La última leona, después de varios días sin alimento, se comió los restos del último caballo. Ahora quedan los tres perros dálmatas, dos osos blancos, uno pardo, ese tibetano que agoniza y un cóndor. Todos condenados a una muerte, por falta de cuidado y comida, que no se hará esperar, afortunadamente, para ellos», contaba De Armiñán.
+ info«La crueldad del hombre»
El periodista añadía: «La quiebra tiene consecuencias de este tono y desastre. Sin una censura para nadie, digo que es cruel, terriblemente cruel, dejar que se mueran de hambre, de calor y de frío, animales enjaulados que fueron elemento de trabajo y son criaturas a las que, por lo menos el de Asís, miraba con ternura. Sé que el Ayuntamiento de Madrid votó un crédito para el traslado de los bichos a El Retiro, y no sé por qué no se hizo».
Esta denuncia se producía décadas antes de que, en 1987, se proclamara la Declaración Universal de los Derechos del Animal, que tuvo su primera secuela en España, un año después, con la Ley de Protección de los Animales de Cataluña. A continuación, otras comunidades autónomas se sumaron a esta protección, como Asturias, Extremadura, Andalucía y Aragón entre 2002 y 2003. A todos ellos se incorporó, además, la prohibición de los circos con fauna silvestre.
Luis de Armiñán concluía así su artículo, sin que sepamos el destino de todos estos animales abandonados a su suerte: «Me acerco al oso tibetano que se muere. Hasta acaricio sus pelos apelotonados, sucios, fríos de sudor y de agonía. Abre los ojuelos y los entorna. Nos vamos. El papión nos sigue hasta la puerta con sus ojillos curiosos y tristes. Francis, un antiguo enano del circo que permaneció en el lugar, asoma la cabezuela enfurruñada y dice: ‘Este, un día, amanece asfixiado’. La puerta se cierra, y se abre un interrogante hacia la crueldad del hombre».
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