El corresponsal de ABC que vivió el infierno de la IGM en la trincheras: «Cinco meses aquí es la muerte»
El célebre novelista Alberto Insúa aceptó el encargo de Torcuato Luca de Tena de ir a Francia para «contar este conflicto desde el frente de batalla», donde llegó a estar a 400 metros del enemigo describiendo la vida de los soldados en aquellas zanjas miserables

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ABC, 23 de julio de 1916 : «Voy a atravesar el campo de batalla del Marne, a detenerme frente a las ruinas augustas de Reims y a visitar las trincheras, varias líneas de trincheras… Voy a oír el cañón. Voy a ver y a sentir la guerra». Quien así escribía en este diario era Alberto Insúa (1883-1963), uno de los novelistas más leídos en España durante aquellos años que, al contrario de los que solía ocurrir, decidió dar el salto de la literatura al periodismo, como corresponsal, en uno de los momentos más peligrosos para serlo: la Primera Guerra Mundial, que en ese instante vivía uno de sus episodios más críticos.
La batalla del Somme , la más sangrienta de la Gran Guerra, había comenzado veinte días antes y acabaría superando el millón de bajas en tan solo cuatro meses . Algo más de 400.000 eran del imperio alemán (165.000 muertos) y 600.000 eran aliadas (146.000 muertos). Fue en este último bando en el que Insúa decidió incrustarse y visitar las trincheras del frente en lo que él llamó un «homenaje a los soldados de Francia».
«He querido verlos de cerca y, para comprender la grandeza de su heroísmo, he deseado estudiar las condiciones en que combaten, penetrando en las zanjas y los subterráneos que les sirven de hogar», añadía a continuación.
Esta importante labor como corresponsal de ABC en el conflicto más devastador de la historia hasta ese momento fue reunida en dos libros de crónicas: ‘Páginas de la guerra. Por Francia y por la libertad’ y ‘Nuevas páginas de la guerra’, ambos publicados en 1917 y reeditadas por Renacimiento. Un compendio de reportajes contados en primera persona en los que el horror compartía espacio con las anécdotas y la literatura, que fueron recuperadas por última vez, en 2018, por Santiago Fortuño Llorens en ‘Alberto Insúa. Corresponsal de la Gran Guerra’.
Catedral de Reims
Uno de los primeros lugares que visitó fueron las ruinas de una catedral de Reims que «agoniza y se muere» . «¿Podemos esperar su resurrección? – se pregunta Insúa en una de sus primeras crónicas desde el frente– El milagro depende de la artillería alemana, y hemos de aceptar la idea de lo que puede pasar aún, cuando lo que ya ha pasado nos parece horrible. Esta sensación de amenaza, de peligro inevitable, de fatalidad que se cierne sobre la basílica, es la más cruel, la más sombría de cuantas experimentamos a lo largo de nuestra peregrinación». Y concluye: «Lo terrible no es contemplar la muerte, sino ver morir».
El novelista se interesa por uno de los guardianes de la catedral, cuyo relato estremece: «El plomo derretido del techo a causa del incendio caía a chorros por los agujeros de las bóvedas». Y reproduce después la conversación mantenida con él, que da cuenta del daño sufrido por aquel templo construído en el siglo XIII:
«—¿Cuántos proyectiles cree usted que se han disparado contra la catedral?
—Unos 1.400. Llevo la cuenta al dedillo. Solo en el interior tenemos 111 proyectiles de obús… ¿Ha visto usted el órgano?
—Sí, parece sano.
—Pues tiene dentro un proyectil.»
A lo largo de las páginas de ABC, el lector podía apreciar cómo evolucionaba la mirada del cronista según avanzaba la guerra. Cada vez, Insúa se tornaba más reflexivo, humano, relatando la vida en el frente de los soldados. Así, el corresponsal aunaba en sus textos lo sórdido y lo desagradable del desastre con lo trascendente y lo fugitivo. Todo ello sin dejar de lado la denuncia de las controvertidas posturas de los políticos e intelectuales del momento, juzgados siempre desde un punto de vista francófilo que no escondía.
En defensa de Francia
Así quedó claro cuando el fundador de ABC, Torcuato Luca de Tena, lo llamó a su despacho para hacerle una propuesta que sorprendió a toda la redacción. «Hay que contar esta guerra desde el frente de batalla, en Francia. Los lectores de ABC no merecen menos. Y nadie lo hará mejor», le soltó con naturalidad. Insúa, que tenía 30 años, respondió extrañado:
«—Pero si yo me dedico a escribir novelas galantes.
—Como si eso fuera un problema…
—Bueno… sí hay un problema. Yo defiendo y defenderé siempre los valores de Francia.
—¿Y dónde está el problema?
—Pues que el periódico…
—A ver, Insúa, ¿qué le pasa al periódico?
—Que yo sepa es más partidario de Alemania, digamos».
A Luca de Tena no le importaba eso en absoluto. El fundador quería que sus articulistas extrajeran lo mejor de sí mismos explorando nuevos caminos y sabía que nadie mejor que Insúa para diseccionar el alma humana tal y como hacía en sus novelas. Y se marchó a escribir las crónicas en las que fue desgranando el sufrimiento de los implicados en el conflicto abrazando a la muerte de una manera trágica. «Veintidós mil casas destruídas… y las demás, sentenciadas. Raras son las no han recibido algún zarpazo de la metralla y las que no tienen los cristales rotos. Reims es inhabitable no solo porque sus viviendas se han reducido a la mitad, sino porque las que subsisten están a merced de los bombardeos aéreos y la artillería», contaba el novelista el 3 de agosto de 1916.
El 8 de agostó, Insúa publicaba otro reportaje titulado ‘Un viaje a las trincheras’ , en el que describía así la angustiosa calma antes de entrar en combate: «Tras una fatigosa marcha a través de otro ramal, llegaremos a la segunda línea. Ahora sentimos palpitar toda la trinchera. Van y vienen los soldados, ya sea para montar guardia o para ocuparse de los trabajos de zapa. La pala y el pico no descansan, asegurando, mejorando y extendiendo la posición [...]. Nuestro guía nos va mostrando, uno a uno, los secretos de la trinchera. Unos pasos más allá ponemos el pie en la línea avanzada. Nuestro acompañante baja un poco la voz y nos anuncia: ‘Estamos a 400 metros del enemigo’. ¿Cómo?¿Los alemanes están ahí, tan cerca, y no sentimos nada? Ni una voz, ni un murmullo, ni un tiro de fusil. Solo la artillería sigue sonando a lo lejos».
El tedio de la trincheras
La crónica continúa poco después: «La actividad dará sus frutos en un ataque furioso o en una defensa heroica. Los centinelas están en sus puestos, con el fusil apuntando al enemigo. Los vigías, desde sus ocultas atalayas, observan cuanto pasa al otro lado. El oficial abandona cada cierto tiempo su puesto, mientras los teléfonos se ponen al habla con el Estado Mayor. La trinchera es como un organismo, que funciona regularmente. Cuando suene la hora de la batalla, lanzará sus hombres al exterior como un chorro de sangre, resistirá al empuje del adversario o sucumbirá rompiéndose bajo el acero y el fuego de los proyectiles gigantes [...]. Cuando saco mi pañuelo y me lo llevo a la frente para secarme el sudor, uno de los mandos me obliga a retirarlo con rapidez: ‘¿No ve usted que están ahí enfrente y nos observan? La mancha del pañuelo ha podido servirles de blanco’. Parece que, por mi imprudencia, hemos podido recibir una bala de Mauser».
En la siguiente crónica, la del 11 de agosto , Insúa describe perfectamente aquella vida: «Lo que más me interesa en las trincheras es el elemento humano. ¿Cómo han podido habituarse a esta vida los hombres de nuestro tiempo? A veces aquí se llama vivir a lo que muchas veces es morir. La tristeza de las trincheras es tan sombría que reclama una especie de heroísmo silencioso, algo como una humildad ascética, para ser soportada sin desmayar. Un soldado me dice: ‘Cuatro o cinco meses en una trinchera tranquila es la muerte’».
Inzúa siguió publicando sus crónicas. La atroz guerra se saldó con diez millones de soldados muertos, más otros veinte de población civil. Aunque Alberto era fuerte, no supo si podría volver a sentarse a escribir sobre amores y desengaños. Pero lo hizo, con tanta fuerza que las siguientes novelas serían las mejores.