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Así contó Unamuno su cara a cara con Alfonso XIII tras su condena por injurias al Rey

«Más que los ataques a mí, me duelen los agravios a mi madre», le dijo el monarca

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Época del destierro de Unamuno en Fuerteventura
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Por pedir «que hombres no fracasados sean quienes gobiernen», por escribir, entre otras cosas, que «el problema político de España (...) no es tanto de monarquía cuanto de monarca» y por llamar al Rey «irresponsable» en tres artículos que publicó en «El Mercantil Valenciano», Miguel de Unamuno fue condenado hace 100 años a 16 años de cárcel y a pagar una multa de 1.000 pesetas de entonces (que ahora serían unos 30.000 euros) por injurias a Alfonso XIII y a su madre, la Reina María Cristina.

La sentencia de la Audiencia de Valencia suscitó «muy vivos comentarios» y una «gran impresión» cuando se conoció en septiembre de 1920. «¡Se trata de Unamuno!» Esta es la general manifestación de indulgencia que ha seguido a la noticia del inevitable fallo condenatorio», contaba ABC. El periódico afirmaba, sin embargo, que Unamuno no iría a la cárcel. «Estamos en el secreto», aseguraba. Y no se equivocaba. Unamuno fue indultado.

El propio escritor contó a su manera los pormenores de este episodio y de su posterior entrevista con Alfonso XIII en una conferencia que dio en 1922 en el Ateneo de Madrid y que ABC recogió en sus páginas con detalle, pese a discrepar con él tanto por su campaña contra el Rey como por sus explicaciones sobre la reunión con el monarca. «La ejemplaridad; no tiene otro interés la visita del Sr. Unamuno al Rey, explíquela como la explique y diga lo que diga. Aunque lo hubieran llamado, es más cierto que nadie le obligaba a ir y es de creer que no habría ido si en sus diatribas contra el Rey hubiese habido un poco de sinceridad y convencimiento», defendía este periódico.

Madrid. A la puerta del Ateneo. El público que formó la cola desde las primeras horas de la mañana, para oír el discurso del Sr. Unamuno+ info
Madrid. A la puerta del Ateneo. El público que formó la cola desde las primeras horas de la mañana, para oír el discurso del Sr. Unamuno - Julio Duque

La charla de Unamuno en el Ateneo había despertado gran expectación. El amplio salón de actos estaba rebosante de público. No se podía andar en los pasillos y aún en la calle, una multitud hacía cola para intentar entrar. Aplausos y murmullos de protesta recibieron a Unamuno, que relató así su historia:

«He dicho, amigos míos, que iba a explicar un episodio histórico, porque lo que yo me propongo hacer aquí es, ante todo y sobre todo, una lección de historia. Me he preocupado muchos años de hacer historia; y una de las maneras de hacerla es contarla. Contando historia se hace historia. Por eso, cuando antes de ahora se me ha invitado a entrevistas reservadas, yo repliqué siempre que lo creía peligroso, porque luego salía el historiador. Yo no vengo aquí como un residenciado (Varias voces: ¡Bien!) Vengo a decir la verdad, por estimar que éste y no otro es el momento oportuno. He visto que en torno a este suceso se ha tejido una telaraña de artimañas y ardides, y por ahí no puedo pasar. Siempre me ha indignado esa fábula de claudicaciones inventadas en el lecho de muerte de los hombres ilustres. Pero yo no he muerto; yo estoy vivo todavía.

Ahora contaré la historia. En 1914 vine a esta tribuna, a raíz de mi destitución de rector de Salamanca; y en aquella conferencia ataqué no solo al ministro que me había destituido, sino al actual presidente del Ateneo. Al año siguiente, en septiembre, estaba yo en Guernica, cuando llegó allí Su Majestad el Rey. Me vio y me saludó personalmente, saliéndome al encuentro y diciéndome estas palabras:

-¡Cuánto tiempo de no vernos, después de estas cosas que han pasado! Vaya a verme, que tenemos que hablar.

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Así que volví a Madrid, le envié una carta pidiéndole día y hora para celebrar la entrevista a que previamente había sido invitado de palabra. Pasó un mes, y no tuve contestación a esa carta. Entonces tuve que marcharme, y avisé a Palacio para que la respuesta, si es que se me respondía, la enviasen a Salamanca. Así llegamos a septiembre. Vino la lucha entre francófilos y germanófilos, que tuvo bastante importancia en el desarrollo de este asunto. Se celebró después en la plaza de toros aquel mitin en que hablamos Ovejero, Melquiades Álvarez, Lerroux y yo. Y entonces, en aquel mitin, comencé yo a combatir al Rey personalmente. Llegó luego aquel verano triste y lamentable de 1917, aquella Asamblea de parlamentarios y aquella huelga, en la que todos sabéis la actitud que guardé yo; durante algún tiempo no se oyó más voz de protesta que la mía. Posteriormente se me procesó por unos artículos que publiqué en «El Mercantil Valenciano». Se me acusaba de supuestas injurias al Rey; se vio el proceso y se me condenó, ordenándose previamente el indulto; pero como yo no lo necesitaba, porque no había delinquido, me alcé al Tribunal Supremo. Protestó también el Claustro de Salamanca; protestaron muchas Asociaciones y Centros culturales de España y de la Argentina. De Chile me enviaron un álbum de adhesión y una enérgica protesta por la enormidad del fallo condenatorio. A propósito del indulto, escribí una carta al entonces ministro de Instrucción pública, Sr. Francos Rodríguez, pidiéndole que la leyese al Rey. En aquella carta decía yo que no podía agradecer el indulto, porque estimaba injusta la condena. Añadía que, si bien el Tribunal de Valencia pudo equivocarse de buena fe, no se podía suponer lo mismo, sino algo peor, respecto al injusto fallo del Supremo. Esa carta parece que no le fue leída al Rey; pero luego lo he repetido yo de palabra.

Unamuno, en 1924+ info
Unamuno, en 1924

Antes de eso -continuó diciendo el señor Unamuno- se formó la llamada democracia republicana, que me ofreció un puesto en su candidatura para las elecciones de diputados a Cortes por Madrid. Yo contesté que hicieran lo que les pareciese, pero sin hacer declaraciones de partido -que no las he hecho nunca- y sin comprometerme más que a la defensa de la democracia. Asistí después al mitin de la Comedia; y dije allí, entre otras cosas, que creía más airoso acudir a Palacio cuando se le llamaba -solo cuando se le llamaba, como hacía D. Melquiades Álvarez- que ir por la puerta falsa a tratar de política y quién sabe también si de negocios. (Grandes rumores) Acabé mi discurso haciendo historia de las postrimerías de los Braganza, y diciendo que quien votara por mí votaba personalmente en contra del Rey. Por aquella época recibí algunos emisarios, más o menos de soslayo, buscando no sé qué explicaciones. Pero yo no modifiqué mi actitud. Ahora se ha forjado esa leyenda que con mi llamada a Palacio se trataba de evitar que hiciese propaganda antidinástica en América, donde el verdadero rey de España soy yo. Y hasta hubo un insensato que llegó a decir que yo debía ir a América acompañando a S.M. el Rey. Se necesita ser torpe para no comprender que el Rey no podía ser protegido por mí. Cuando se me nombró vicerrector de Salamanca -porque la rectoría sigue vacante y creo que seguirá- quizá pensarían algunos:

-Ahora callará éste.

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Pero yo seguí diciendo lo mismo. Entonces se celebró en este mismo local aquella memorable sesión en que pedimos el restablecimiento de las garantías. Todos conocéis los discursos de aquella noche y por eso no he de referirme a ellos. En cuanto al efecto que produjeron, yo estoy convencido de que influyeron poderosamente en el levantamiento de la suspensión de garantías. El efecto fue muy grande, según mis noticias. Se quejaba el Rey de haber sido atacado en un sitio donde era socio y no podía defenderse. Poco después me llamó un amigo de Sánchez Guerra y me dijo que había que acabar con pleito y desvanecer rápidamente lo ocurrido en el Ateneo. Yo dije que a mí no se me ocurría nada para realizar ese propósito. Se me replicó que si no se hacía algo podía perjudicarse mucho el Ateneo. Alguien lanzó la idea de celebrar en esta casa un homenaje al Rey, con asistencia de Su Majestad; pero con esto se corría el peligro de que habiendo venido para oír explicaciones hubiese alguien que se las pidiera. (Murmullos) Y conste que por él tengo motivos para creer que hubiera venido no a pedirlas, sino a darlas. Alguien dirá que esto es absurdo; pero ¿es que no puede darse el caso de que una persona que es irresponsable, según la Constitución, se encuentre alguna vez en un estado de ánimo que le obligue a despojarse de ese convencionalismo? (Muestras de aprobación) Sin embargo, yo dije que esa cuestión solo podía resolverla el presidente del Ateneo. Finalmente quedó convenido en que yo iría a Palacio con el Sr. Sánchez Guerra. Después recibí un recado de Romanones y éste me dijo que iría con él. "Bien -contesté yo-; notario por notario, me es indiferente" (Risas)

Alfonso XIII en su despacho en 1919+ info
Alfonso XIII en su despacho en 1919 - Ramón Alba

Relatando su entrevista con el Monarca, dijo Unamuno:

«El Rey me preguntó:

-No tengo más que referencias de su discurso del Ateneo. ¿Qué es lo que usted ha dicho?

¿Podía yo negarme a responderle? ¿Podía yo dejar de oír la defensa de sus actos? Tened en cuenta que yo tanto o más que al Régimen ataqué siempre en mis discursos a la persona real. Por eso cuando él me hizo esa pregunta yo se lo dije todo».

Una voz: ¿Todo?

Unamuno, con gran energía: «¡Sí! Yo le culpé de no levantarse la suspensión de las garantías, y cuando se me llamó, ya estaba la suspensión levantada. Yo no he llevado allí una cuestión individual. Ese pleito fue zanjado por mis compañeros de claustro, y yo no necesitaba ninguna clase de explicaciones. Si no fuera esto cierto, yo mismo hubiera preparado la visita. Yo no estuve en Palacio a rendir mis servicios a la Monarquía, sino a la Patria. El Rey me recibió con uniforme de general en campaña. Yo fui -dijo el orador señalando su traje de americana- con este uniforme, que no sé si es de general, pero creo que es también de campaña. (Risas). Mi situación con el Rey era algo más que una cuestión personal, porque yo ataqué también a una persona que es sagrada para él.

-Más que los ataques a mí -me dijo- me duelen los agravios a mi madre.

Yo le expliqué noblemente el sentido de aquellas frases por comprender el intenso dolor que le causaban. Y le dije:

-Yo también, no solo soy hijo, sino que he sido educado por viuda; apenas conocí a mi padre.

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Hablamos luego de la lamentable campaña del verano de 1917 y le recordé que todavía estaba sin liquidar; que se nombró una comisión extraparlamentaria, y que de aquellos procesos solo se substanció el del capitán que mató en Bilbao a un niño; que aún no ha tenido castigo el militar que escarneció a Marcelino Domingo en Barcelona y que, en cambio, se condenó ilegalmente al Comité de huelga.

-¿Por qué dice usted ilegalmente?-me preguntó Su Majestad.

Y yo le respondí:

-Porque lo revolucionario de una huelga no se puede juzgar por el fin que se propone, sino por los medios que emplea. Cruzarse de brazos podrá ser un error, pero no es ilegal.

Hice luego mención de ciertas cartas de aquel coronel D. Benito Márquez, que fue expulsado del Ejército. Aludí también a las camarillas políticas, que si las cosas salen bien, se arrogan ellas el buen éxito, y si salen mal, le echan la culpa a él. Agregué que eso tenía un remedio: no tener iniciativas. El Rey se refirió concretamente a su discurso de Córdoba. Y yo confieso que tan confusas se hallaban en aquel instante mis entendederas que no lo entendí; yo tenía otra versión de aquel discurso. De lo que el Rey me dijo no me acuerdo de nada. Su Majestad me hizo la consideración de que no podíamos quejarnos de falta de libertad en España cuando yo había podido atacarle en la forma que lo había hecho. Y yo le contesté:

-Es que aquí, en España, si hay algo intangible, es la Guardia Civil. (A este propósito cita el caso de un pobre pintor gitano que fue a la cárcel por ocurrírsele pintar un Cristo azotado por una pareja de la Benemérita, siendo preciso que el Monarca interviniera en favor del detenido para que las autoridades lo pusieran en libertad). Protesté contra la vergüenza de que aún subsista la profesión de verdugo: pagar a un hombre para que mate a otro. ¡Que lo haga un piquete, que otras veces lo hace sin proceso! (Rumores) El Rey me habló de la Gran Campaña Social, pero yo tengo de eso una idea demasiado vaga. Hablamos también de la autonomía universitaria y de otras cuestiones que afectan solamente a la Universidad de Salamanca. Poco a poco hablamos hasta de Religión; y yo salí, no como había entrado, sino con la satisfacción de haber cumplido un deber para con mi Patria y un deber de conciencia. Porque yo no podía rechazar una entrevista para explicar lo que aquí había dicho, y más ahora, que unos cuantos conciudadanos me han hecho presidente de la Liga de los derechos del hombre.

Pero la historia -siguió diciendo Unamuno- no es sólo lo presente; es también lo porvenir. Ahora más que nunca es preciso continuar la campaña de libertad y publicidad abierta. Hay que reformar la Constitución; crear una conciencia liberal que no existe en España; unir a los liberales, dinásticos y antidinásticos, como sean. Hay que hacer una campaña por la justicia que nos lleve a la responsabilidad de cada uno y a que cada cual responda de sus actos y de sus iniciativas. Hay que impedir que los más responsables lleguen a ampararse en la ficción de la irresponsabilidad. Si no se impide ese abuso, puede llegar un momento en que el irresponsable legalmente haga que se ponga en claro la responsabilidad de los demás».

Continuó el orador haciendo comentarios sobre la democracia y sobre las formas de gobierno y añadió:

«Yo sigo siendo el que era. Alguien me pregunta: ¿Colaborará usted en el Gobierno? Y yo replico que creo que estoy colaborando hace tiempo. En la visita que he hecho al Rey ni me he comprometido a nada ni se me ha pedido compromiso alguno. Ni mi campaña obedece a un pleito individual ni yo voy a desistir de luchar por la democracia, y menos ahora, que tengo medios, en privado, de hacer algunas advertencias. (Rumores)

Si alguno de los que aconsejaron mi llamada a Palacio esperaba otra cosa, eso no es cuenta mía. El Rey mismo no esperaría de mí otra cosa. Y conste -terminó diciendo Unamuno- que lo mismo que estuve ahora en Palacio, y si la contrición iniciada se suspende, no tendría inconveniente en ir de nuevo y decir, parodiando a Cromwll: "¡En nombre de Dios, señor, largo!"».

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En febrero de 1924, Unamuno fue desterrado a Fuerteventura y destituido de su cátedra. Unos meses después se exilió voluntariamente a París y luego a Hendaya, donde permaneció hasta que en 1930 cayó la dictadura de Primo de Rivera y regresó a España.

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