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El cine que se convirtió en una ratonera infernal

Más de 60 personas perecieron en el horroroso incendio de Villarreal y un centenar resultaron heridas

Los enfermeros del hospital de Villarreal, colocando grandes trozos de hielo en los ataúdes de las víctimas para evitar su descomposición+ info
Los enfermeros del hospital de Villarreal, colocando grandes trozos de hielo en los ataúdes de las víctimas para evitar su descomposición - Barberá Masip
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Aquella noche del 27 de mayo de 1912, el barracón de madera de la calle de la Estación de Villarreal (Castellón) donde se había instalado el cinematógrafo «La Luz» estaba a rebosar. Se habían despachado en la taquilla 280 billetes. Hombres, mujeres y niños ocuparon sus butacas para ver «Alma de traidor». Eran las diez y media de la noche y estaba a punto de comenzar la proyección de la película. Se había anunciado ya el título y cuando la gente, ya impaciente, clavaba sus ojos en el lienzo blanco, de pronto se apagó la luz. El explicador (figura que comentaba las escenas de cine mudo) dijo al público que aguardase unos instantes a que hubiese corriente eléctrica y de pronto, brilló un gran esplendor.

La cabina en donde estaba instalado el aparato de proyecciones, junto a la puerta de salida, se vio envuelta en llamas.

Hubo una gran confusión. El público que estaba más cerca de la puerta de salida trató de ganarla, pero al hacerlo en masa la obstruyó. Algunos se dieron cuenta y quisieron retroceder, pero el resto que avanzaba hacia ella les empujó, aplastándoles contra el tabique. Los más débiles cayeron y los fuertes los arrollaron y pisotearon en su desesperación por salir de aquel infierno. Pero los cuerpos, caídos y estrujados, formaron ante la puerta una barrera infranqueable.

En el cine había otra pequeña puerta de escape, de 65 centímetros de ancha y 1,75 de alta, casi pegada al escenario donde se proyectaban las cintas. Los espectadores de las primeras filas se lanzaron hacia ella, «pero por una imprevisión indisculpable estaba cerrada», según describió ABC. Se abría además hacia dentro y como el público se amontonó contra ella, acabó por obstruirla por completo.

Mientras, la madera del barracón ardía y las llamas prendían en las localidades y la gradería del anfiteatro. Los espectadores de este piso se arrojaron de cabeza al patio de butacas. Unos fueron a engrosar el grupo de desgraciados que se apretaban contra los tabiques del escenario, con la esperanza de que hasta allí no llegaran las llamas. Otros se lanzaron a través de las llamas para ganar la puerta principal. Estos fueron los únicos que lograron escapar de la hoguera, según los testimonios que recabó el reportero de este periódico.

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«Un muchacho, llamado José Palacio, fue quizá el único que no perdió la serenidad», relató el periodista. Las oleadas de muchedumbre le habían llevado a pegarse a uno de los tabiques laterales y se le ocurrió romper las tablas del barracón que daban a un solar contiguo para lograr salir. Algunos espectadores le ayudaron y por la improvisada brecha se lanzaron más de cien personas. Se salvaron justo a tiempo porque un instante después la techumbre se derrumbó con espantoso estrépito.

Los vecinos de Villarreal que vieron el resplandor acudieron en masa al lugar del siniestro y también los bomberos. Había una acequia junto al cinematógrafo, pero no llevaba agua. Se carecía de bombas y de personal para hacer frente al fuego. Y por si esto fuera poco, las llamas se propagaron hasta una casa inmediata donde había un almacén de alcohol.

Algunos guardias civiles que tenían a familiares en el interior del cine lograron entrar y salvar a algunas personas. Domingo Martín Sanz, por ejemplo, salvó a una docena de mujeres. El tabernero Joaquín Rocher, dueño de una tienda contigua, consiguió derribar unas tablas por donde pudieron salvarse algunos, aunque sufrieron quemaduras.

Carmencita Fenollosa, que murió en el incendio+ info
Carmencita Fenollosa, que murió en el incendio

Los supervivientes relataron éstas y otras dramáticas escenas, como la de Joaquín Fenollosa, un confitero que logró salvarse, volvió a entrar al local en auxilio de su hija y ambos perecieron.

A las dos de la madrugada el incendio estaba totalmente controlado. Del cinematógrafo no quedaba más que un montón informe de escombros y cadáveres. De entre los restos extrajeron 61 cuerpos calcinados, la mayoría de mujeres y niños.

Mientras, en el hospital, las farmacias y el convento de los franciscanos, así como en casas particulares, se atendía al centenar de heridos de diversa consideración que habían logrado escapar de esa ratonera infernal. Algunos, en estado muy grave, no lograron sobrevivir.

Los bomberos trabajaron hasta el amanecer removiendo los escombros en busca de nuevas víctimas. Una sección de la Guardia Civil impedía el acceso al público, que censuraba a gritos la negligencia de las autoridades, su abandono y su falta de previsión autorizando un espectáculo público en un local que no reunía las condiciones necesarias.

Escenas de dolor y desesperación

A las siete de la mañana comenzó la triste tarea de identificar a los muertos. Los cuerpos estaban tendidos en el suelo y hombres y mujeres enloquecidos por el dolor y ciegos por el llanto se arrojaban sobre ellos tratando de reconocer en aquellos rostros carbonizados a sus seres queridos. «No hay pluma capaz de describir las escenas de dolor y desesperación que allí se vieron», confesaba el reportero de ABC.

Dolores Batalla Pallarés, que pereció en brazos de su madre+ info
Dolores Batalla Pallarés, que pereció en brazos de su madre

El dueño del cine, que fue encarcelado tras el siniestro, explicó al juez que al ir a proyectar la película de celuloide se le inflamó, tiró de ella y fue a caer encendida sobre el pequeño montón que formaban las demás. Como el material de que estaban hechas era tan inflamable, se prendieron al instante y las llamas se propagaron a la cabina.

El día del entierro no se podía dar un paso por las calles de Villarreal. Las puertas de las casas estaban entornadas y de los balcones pendían crespones y paños negros. En los edificios públicos, la bandera estaba izada a media asta. De todo el país habían llegado telegramas de pésame. Entre ellos, el de Alfonso XIII, que además envió 1.000 pesetas para las víctimas. Las campanas doblaban a muerto.

Los féretros, llevados a hombros, iban de dos en dos en la comitiva fúnebre, en grupos de unos diez, con bandas de música intercaladas de Castellón, Burriana, Almazoras, Bechis y Villarreal y la militar del regimiento de Infantería de Tetuán.

Filmando esta tragedia que consternó a España se encontraba el joven operador Francisco Puigvert, que alcanzó la fama con estas imágenes. Con los años se convertiría en propietario de la casa Gaumont, en Madrid. La catástrofe en un cine propulsó curiosamente una carrera cinematográfica.

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