Cinco horas con Mao, el «emperador rojo» de China
ABC publicó hace 50 años en exclusiva la conversación del periodista Edgar Snow con el «Gran Timonel» comunista
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Mao Tse-Tung no quería ser entrevistado. El «Gran Timonel» comunista que fundó la República Popular de China en 1949 y dirigía desde entonces el país con mano de hierro dejó muy claro al periodista estadounidense Edgar Snow que aquel encuentro del 18 de diciembre de 1970 sería una simple «conversación». Con independencia de cómo se quisiera llamar, el resumen de esas cinco horas de charla constituía «uno de los más importantes documentos periodísticos de los últimos tiempos» y ABC quiso ofrecérselo en exclusiva a los españoles, dejando claro, eso sí, su «enérgica repulsa del totalitarismo maoísta, sistema que extirpa de raíz la libertad humana y que mantiene a 750 millones de chinos sometidos a una de las opresiones más atroces que recuerda la Historia».
Precisamente porque el hombre libre estaba en contra de la dictadura totalitaria de Mao, precisamente porque este periódico discrepaba de forma radical de muchas de las afirmaciones del dirigente de la Ciudad Prohibida, ABC creía conveniente que sus lectores tuvieran información de primera mano sobre la política china y adquirió en exclusiva para España los derechos de aquella conversación histórica entre el dirigente comunista chino y Snow, autor de un libro sobre Mao que lo había conocido en los tiempos de la Larga Marcha.
+ infoMao expresó en ese coloquio algunos juicios sobre las relaciones de su país con los Estados Unidos y con la Unión Soviética, sobre los problemas de la política internacional, y sobre la «gran revolución cultural proletaria» y sus consecuencias, avanzó Snow. También «criticó el ritualismo del culto a la personalidad, explicó las razones por las cuales había llegado a ser un "fastidio" necesario durante la revolución cultural y previó su modificación gradual». Además, el presidente chino declaró que el país admitiría en breve cierto número de visitantes norteamericanos -políticos y periodistas- de distintas tendencias y se mostró favorable a la apertura de conversaciones con representantes del Gobierno de EE.UU. al más alto nivel, sin excluir al propio presidente Richard Nixon.
La entrevista se publicó en junio de 1971, cuando le confirmaron a Snow que no había nada que objetar si publicaba alguno de los juicios que había expresado Mao sin hacer uso de las comillas.
La residencia de Mao en Pekín se hallaba en la parte suroriental de la ex Ciudad Prohibida, emplazada no lejos de Tiananmen, donde el dictador chino asistía a los desfiles que se celebraban en los aniversarios de la Revolución de Octubre. Dentro de aquellos muros de color rojo oscuro en los que residieron en otro tiempo los funcionarios del régimen imperial habitaban entonces los miembros del Politburó, en estrecho contacto con el primer ministro Chu En-Lai.
Snow atravesó la puerta occidental que flanqueaban dos guardias armados y recorrió el camino entre árboles que conducía hasta una casa de una planta de tamaño mediano y estilo tradicional. Dos generales le acompañaron hasta el umbral del estudio de Mao, que salió a su encuentro. El reportero estadounidense se excusó por su retraso. Aún dormía cuando le convocaron de improviso. Era muy temprano. Comió con Mao y después empezaron a hablar, en presencia de dos funcionarias chinas que actuaron como testigos y tomaron notas. El líder comunista chino estaba resfriado y comenzó preguntándose para qué servían los médicos si no sabían evitar un pequeño inconveniente como el resfriado que, sin embargo, hacía perder tanto tiempo.
+ infoEl gran estudio de Mao estaba rodeado de estantes con centenares de libros chinos y algunos volúmenes extranjeros. Sobre la mesa se amontonaban periódicos y papeles. A través de sus amplias ventanas se veía el jardín donde Mao cultivaba personalmente hortalizas. «Tal vez él necesita producir algo, en vista de que hace poco su "salario" sufrió una reducción del 20%», apuntó Snow.
El excesivo «culto a la personalidad»
Hablaron de una entrevista que Mao le había concedido en 1965, en la que el periodista había escrito sobre el «culto a la personalidad» de Mao. Alguno le había criticado por ello. «¿Qué tiene de malo -dijo Mao- que yo haya hablado del culto de la personalidad en China? Existía, luego ¿por qué no debía escribir acerca de ello? Los funcionarios que en 1967 y 1968 se oponían a mi regreso a China formaban parte de una facción extremista de izquierda que durante algún tiempo se hizo dueña del Ministerio de Asuntos Exteriores; pero después todos fueron depurados. En la época de aquella entrevista -añadió Mao- no poseía el control de todos los resortes del poder: la propaganda, los comités municipales y provinciales del partido y, sobre todo, el comité municipal de Pekín». Ésta era la región para la que había establecido la necesidad de un mayor culto de la personalidad con objeto de estimular a las masas al desmantelamiento de la burocracia anti-Mao del partido.
+ infoEra notorio que el culto de la personalidad había llegado a extremos excesivos. A juicio de Mao, «era difícil que la gente olvidase de pronto una costumbre de 3.000 años (es decir, la tradicional veneración del emperador)». A Mao se le denominaba con los llamados «Cuatro Grandes» -gran maestro, gran líder, gran jefe supremo, gran timonel- y «era un fastidio», según el periodista estadounidense, que se mostraba convencido de que todos esos títulos acabarían reducidos al de maestro. Al fin y al cabo, Mao había ejercido el magisterio en las escuelas elementales de Chang-sha antes de hacerse comunista.
Por entonces, los guardias rojos creían que si uno no estaba rodeado de retratos o estatuas de yeso de Mao, forzosamente era un enemigo. «En los últimos años se hizo necesario cierto culto de la personalidad, pero ahora ya no nos hace falta y, por tanto, debe ser "enfriado". Después de todo -añadía Mao- ¿no rinden también los norteamericanos culto a la personalidad? ¿Cómo podría tener éxito el presidente o un ministro sin la veneración de alguien? Aquí siempre ha existido el deseo de ser venerado y de venerar».
+ infoEl dictador chino había reflexionado mucho sobre este fenómeno de la veneración, contaba Snow. «A los 77 años y en buen estado de salud, me repite una vez más que pronto "verá a Dios". Es inevitable: al final todos "ven a Dios"».
Mao afirmó después que no existía control de la natalidad en el campo chino. «Allí las mujeres siguen queriendo tener hijos varones. Si el primero o segundo son hembras, traen al mundo otro; y si también éste es hembra, aún prueban de nuevo. De este modo acaban pronto teniendo nueve hijos. Para entonces tienen ya 45 años. Esta mentalidad debe cambiar, pero esto requiere tiempo», dijo Mao.
Snow le estaba hablando del movimiento de liberación de la mujer en Estados Unidos y del derecho al voto cuando les interrumpió la llegada de unas copas de "mao t'ai", un fortísimo licor de arroz. Brindaron. Con gran embarazo por parte de Snow, el dictador chino observó que el periodista no había brindado por las dos mujeres allí presentes. ¿Cómo podía haber cometido semejante falta? «Evidentemente, no consideraba todavía a las mujeres en un plano de igualdad», anotó Snow.
«Espero a Nixon en China»
«De momento -dijo Mao- no es posible lograr una paridad completa entre el hombre y la mujer. Pero entre chinos y norteamericanos no deben existir prejuicios de clase, sino mutuo respeto e igualdad. Tengo mucha confianza en los pueblos de los dos países». A Mao, escribió unas líneas después el reportero, «le haría feliz ver surgir en los Estados Unidos un partido que se pusiera a la cabeza de una revolución», pero no esperaba que eso pudiera ocurrir en un futuro próximo.
«En el ínterin -le informó Mao- el Ministerio chino de Asuntos Exteriores examina la posibilidad de consentir que visiten China los norteamericanos de la izquierda, del centro y de la derecha. También los hombres de la derecha como Nixon, que representan a los monopolios capitalistas, serán autorizados a venir. Nixon será bienvenido, porque actualmente los problemas entre China y los Estados Unidos no se pueden resolver sin él. Sería conveniente que viniese a China como turista o como presidente. Y yo me alegraría de hablar con él».
+ infoSegún recordaba Snow, el año anterior diplomáticos extranjeros acreditados en Pekín habían hecho llegar mensajes al Gobierno chino de que Nixon había adoptado una "nueva orientación" respecto a los problemas asiáticos. Que estaba decidido a desembarazarse del Vietnam, a tratar de obtener una garantía internacional para la independencia del sudeste asiático y a poner fin al punto muerto en las relaciones chino-norteamericanas, eliminando la cuestión de Formosa.
En determinado momento de la conversación, Mao aseguró que fueron los militares japoneses los que enseñaron a hacer la revolución al pueblo chino porque con su invasión, la empujaron a abrazar las armas y favorecieron el acceso al poder del socialismo.
La revolución cultural
Snow le recordó que meses antes, durante el desfile conmemorativo de la Revolución de Octubre, Mao le había dicho que «no estaba satisfecho de la situación actual». ¿A qué se refería? Le contestó que la revolución cultural había degenerado en guerra abierta entre facciones; primero con armas blancas, después con fusiles y por último con morteros. Cuando los extranjeros informaban de que en China reinaba el caos, no mentían. Se combatía de verdad.
+ infoMao afirmó deplorar la mentira y también los malos tratos infligidos a los «presos» (miembros del partido y otros funcionarios apartados del poder para ser sometidos a reeducación ideológica). Decía que la costumbre del Ejército de Liberación de no retener a los prisioneros, dándoles sin rodeos dinero para regresar a casa -una práctica que empujó a muchos soldados enemigos a enrolarse en las filas comunistas- se olvidaba con harta frecuencia. «Algunos casos de malos tratos retrasaron la fase de transformación y reconstrucción del partido».
«Si no se dice la verdad -concluyó Mao-, ¿cómo es posible conquistar la confianza de los otos? Esto es también aplicable entre amigos».
Tensión con Rusia
«¿Temen a China los rusos?», le preguntó entonces Edgar Snow.
«No falta quien lo diga -respondió Mao-. Pero, ¿por qué han de tener miedo de nosotros? La bomba nuclear china es así de pequeña (Mao levantó un meñique), mientras que la soviética es así (Mao levantó un pulgar). Puestas juntas, la bomba rusa y la norteamericana alcanzan este tamaño (Mao levantó unidos los dos pulgares). ¿Qué puede hacer un meñique contra dos pulgares?».
«Pero, ¿en una perspectiva más lejana?», insistió el periodista.
Mao le respondió que bastaba saber que había un ratoncillo en casa para asustarse y temer que se comiera el queso... Dijo que los rusos habían disparado el primer tiro al definir a los chinos como «dogmáticos» y que les miraban con desprecio. «Creen que ellos son los únicos que pueden hablar y que todos los demás deben escuchar y obedecer», subrayó antes de señalar que aunque las posturas ideológicas de China y de la URSS fueran entonces irreconciliables, como se había demostrado en sus políticas contradictorias en Camboya, no había que excluir la posibilidad de que al final los dos países pudieran allanar sus problemas.
Y aludiendo de nuevo a los Estados Unidos, afirmó que China debía emplear el sistema de desarrollo norteamericano, es decir, la descentralización y ampliación de las responsabilidades entre cincuenta estados. Pensaba que un gobierno muy centralizado no podía hacerlo todo, que China debía subdividirse y confiar en las iniciativas regionales y locales. «Sería un error, añadió Mao tendiendo las manos, cargárselo todo sobre sus hombros».
La conversación había terminado. Mientras le acompañaba al periodista hasta la salida, Mao decía ser un hombre muy sencillo, «un monje solitario que va por el mundo sin poseer nada». Sin embargo, vivía como un «emperador rojo» en la Ciudad Prohibida. El tirano que causó dos de las mayores catástrofes de China: el « Gran Salto Adelante» (1958-1961) y la « Revolución Cultural» (1966-76), que costaron millones de vidas, falleció el 9 de septiembre de 1976. Tras su muerte, escribió el corresponsal de ABC en Pekín, Pablo M. Díez, «China se abrió al capitalismo y ha vivido la mayor transformación de su historia».
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