La carta del capitán Scott que confirmó el triunfo de Amundsen: «El 3 de enero seguí con cinco hombres hacia el Polo»
La misiva del explorador inglés se conoció poco después de la noticia de la llegada del noruego en diciembre de 1911

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El explorador Roald Amundsen se mostraba «satisfechísimo» al relatar al «The Daily Chronicle» cómo había logrado llegar al Polo Sur el 14 de diciembre de 1911 y había dejado allí clavada la bandera noruega. Le había favorecido un tiempo espléndido, con una temperatura de tan solo 23 grados bajo cero. El punto terrestre que tantos habían buscado con afán durante años estaba situado en el centro de una vasta meseta, que Amundsen bautizó con el nombre del rey Haakon. Todo hacía pensar en marzo de 1912 que el noruego había sido el vencedor en la carrera geográfica y científica, pero el propio Amundsen creía posible que el capitán inglés Robert F. Scott, del que aún no se tenían noticias directas, también hubiera llegado.

Semanas después se disipaban las dudas sobre el triunfo de Amundsen. El buque Terranova había llegado a Akaroa (Nueva Zelanda) con tres de los expedicionarios y una carta del capitán Scott en la que decía que el 3 de enero de 1912 se hallaba a 225 kilómetros del Polo, hacia el que proseguía su marcha. «Por consiguiente, y cualquiera que sea el resultado de la exploración de Scott, el explorador noruego es, indiscutiblemente, el primer descubridor del Polo Sur», concluía ABC.

«Después de bastantes peripecias - escribió el capitán Scott en esa carta que reprodujo este periódico- dejamos Hut-Point, para dirigirnos a la estación de invierno. Desde hacía tres semanas que no veíamos el sol. La temperatura normal era de 40 grados bajo cero. A fines de junio, el Dr. (Edward Adrian) Wilson marchó al Cabo Crozier con dos compañeros, para observar la incubación de los pingüinos. Esta expedición duró quince días y en ella se llegaron a sufrir temperaturas de 60 y de 77 bajo cero. La recogida de huevos fue abundante (...) A primeros de noviembre emprendemos la marcha hacia el Polo, haciendo jornadas de 15 millas.

El 21 de diciembre llegamos al grado 85 de latitud Sur y al 164 de longitud Este. El 3 de enero estábamos en el grado 87 y a una altura de 3.300 metros. Entonces seguí con cinco hombres hacia el Polo, y envié tres hombres, bajo la dirección del teniente (Edward "Teddy") Evans. Yo seguí con el Dr. Wilson, el capitán (Lawrence ) Oates, el teniente (Henry Robinson) Bowers y el sargento (Edgar) Evans, que tiene a su cargo los trineos. Los que envío al barco van disgustadísimos, porque todos quieren venir hasta el fin.
El tiempo es hermoso y el sol no nos abandona un instante.
El frío, intensísimo; pero lo soportamos bien, porque estamos perfectamente equipados. Hasta ahora todo va bien. Lo más probable es que en todo este año no haya noticias nuestras, porque forzosamente volveremos tarde. Firmado. -Robert F. Scott, capitán de la Marina Real».
En las fechas de abril de 1912 en que se conocieron estas líneas, el mundo entero ignoraba que el capitán Scott y el resto de sus compañeros de expedición habían muerto de hambre y de frío tras alcanzar el Polo Sur el 18 de enero de 1912 y encontrarse que no habían sido los primeros.

En el camino de regreso, Evans sufrió una caída que empeoró su estado, ya bastante deteriorado mental y físicamente, y murió un mes después, al pie del glaciar Beardmore. El capitán Oates pereció después. Tenía los pies y las manos heladas y sufría desde hacía semanas de manera horrible. «El 16 de marzo -escribió el capitán Scott en el diario que hallaron sobre su cadáver- sabíamos que su fin estaba próximo, pero él no se quejaba. Se acostó creyendo no volver a despertarse, pero, sin embargo, se despertó. El huracán rugía. Oates nos dijo: "Salgo. Tal vez tarde en volver". No debíamos volver a verle. Sabíamos que iba a la muerte y hubiera sido inútil que hubiésemos tratado de retenerle. Sabíamos que se conduciría como un hombre bravo y como un gentleman inglés». Sabiendo que se estaba muriendo, el capitán Oates se suicidó para no retrasar la marcha de sus compañeros.
El capitán Scott, Wilson y Bowers intentaron avanzar hacia el norte, pero el mal tiempo les obligó a detenerse el 21 de marzo a solo unos pocos kilómetros del lugar que habían escogido para base de aprovisionamiento. Allí soportaron durante ocho días una violentísima tormenta de nieve, y el día 29, vencidos por el hambre y el frío, sucumbieron.
El capitán Edward Atkinson, que había salido en su busca el 30 de octubre, encontró sus cadáveres dos meses después. Y con ellos, el diario que el capitán Scott escribió. Entre sus papeles, figuraba un mensaje al público que decía: «Es cierto que este mal tiempo (del que no me explico la causa) y que nos ha asaltado repentinamente, es la causa de nuestra pérdida. No creo que haya ser humano que pueda haber pasado un mes como el que hemos tenido. Sin embargo, hubiésemos podido resistir y vencer a pesar del mal tiempo. Desgraciadamente, otro de nuestros compañeros, el capitán Oates, cayó enfermo. Nos faltó el combustible y fuimos sorprendidos por un huracán espantoso, a 15 kilómetros del depósito en que pensábamos procurarnos provisiones.
La medida estaba colmada, porque no nos quedaba más combustible que el necesario para una comida caliente y provisiones para dos días.
Durante cuatro días estuvimos sin poder salir de la tienda por la violencia de la tempestad. Estamos débiles: nos es difícil tener la pluma; pero, por mi parte, no me arrepiento de esta empresa, que demuestra que los ingleses pueden arrostrar pruebas terribles, ayudarse y mirar la muerte de cara con tanto valor como en el pasado.

Hemos corrido peligros. Sabíamos que íbamos a correrlos. Las circunstancias se han vuelto contra nosotros; no tenemos por qué quejarnos, sino que inclinarnos ante la decisión de la Providencia, decididos a haer lo más que podemos hasta el fin. Pero si hemos dado voluntariamente nuestras vidas en esta empresa, ha sido por el honor de nuestro país. Apelo a mis conciudadanos para pedirles que cuiden de que no sean abandonados los que dependen de nosotros.
Si hubiésemos vivido, yo tendría que contar una historia de valor, de perseverancia, de mis compañeros, que hubiera conmovido el corazón de todo inglés.
Estas notas groseras y nuestros cadáveres contarán esta historia; pero es seguro que un país grande y rico como el nuestro tomará a su cargo el cuidado de los que dejamos detrás de nosotros. -R. Scott. 25 de marzo 1912».
La esposa de Scott, la escultora Kathleen Llody Brue, que había embarcado el 4 de enero para ir a esperar a su marido, se hallaba en el Pacífico a bordo del «Aorongi» cuando se enteró, por telegrafía sin hilos, de la fatal noticia. Su hijo Pedro tenía solo diez meses cuando el capitán Scott partió en 1910. Su madre había enviado al audaz explorador unos retratos del niño, retratos que el capitán Scott no llegó a recibir.

A los funerales por el capitán Scott y sus compañeros que se celebraron en la catedral de San Pablo de Londres asistió el Rey Jorge, el Gobierno y el Cuerpo diplomático así como más de 7.000 personas.
Para el explorador francés Jean-Baptiste Charcot, a Scott se le debía el descubrimiento del Polo Sur. «Es un homenaje que hay que hacerle; porque si bien no tuvo la débil satisfacción de clavar en él el primero su bandera, fue él quien mostró el camino» durante la Expedición Discovery de 1901-1904.