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arte

Agnès Varda: «No se puede competir con la vida. Solo recrearla»

Leyenda viva del cine, representante capital de la «Nouvelle Vague», Agnès Varda se estrena en España como artista en el CAAC de Sevilla, cuidad cuyo festival de cine le rindió homenaje

javier díaz-guardiola

La instalación se titula Bord de Mer (2009). El cielo queda plasmado en una foto. Para recrear el mar se sirve del vídeo, de forma que es posible hipnotizarse con el movimiento de las olas. El elemento tridimensional se refuerza con una orilla de arena. «Si te das cuenta -explica una vivaracha Agnès Varda , independientemente de sus 84 años- lo único real del conjunto es la arena, lo más falso de todo». Ruptura de fronteras; mezcla de técnicas; deseo de dar voz a los que menos se escucha; el feminismo; el mar... Constantes del cine de esta figura capital de la Nouvelle Vague, que desde 2003 vierte al arte; dimensión que por vez primera podemos ver en España en la muestra del CAAC Las dos orillas de Agnès Varda .

Es imposible estar en dos márgenes a la vez. ¿De qué lado se encuentra ahora usted?

«La misión del artista es recrear su ritmo, su desesperación»

Procuro hacer de mí un puente entre dos orillas. Es una bella metáfora que me define bien. Porque de una parte soy documentalista, pero por otra hago cine de ficción; me he especializado en cortometrajes, pero también en largometrajes; he sido fotógrafa y ahora soy «artista»... Estamos en un mundo que no puede evitar etiquetarte. Pretendo escapar de las categorías. Lo que hago es nadar desesperadamente de una orilla a la otra.

Si hablamos de orillas, tenemos que hacerlo del mar, una constante en su trayectoria. Como en «Las playas de Agnès», su biografía cinematográfica.

Han sido las casualidades de la vida las que han hecho que siempre viviera cerca de la playa. Esa película es un homenaje a todas ellas, las de Bélgica de mi infancia, las del sur de Francia tras la guerra... Luego conocí a Jacques Demy, un hombre temperamental de Bretaña. Él me hizo descubrir Nantes y la isla de Noirmoutier. Residí dos veces en Los Ángeles, también cerca del mar. El mar ha sido algo muy físico pero también me ha permitido, de forma simbólica, marcar una especie de horizonte mental en la distancia.

Usted lo introduce en el CAAC. En torno a «Las viudas de Noirmourtier» y «Bord de mer» orbita toda la muestra. ¿Qué historias son las que cuenta?

«Yo no me siento un clásico. Prefiero verme como una investigadora»

Fue el director del CAAC el que me propuso estas salas, que a mí me parecen magníficas. Él quería exhibir Las viudas. Conocía otra obra, El tríptico, pero era complicado trasladarla a Sevilla. Por eso le propuse Bord du mer. Al combinar foto, vídeo e instalación era un puente -otro puente perfecto- entre la sutil selección de obra fotográfica que se muestra y la más cinematográfica. La selección final no supone un cúmulo de obras, sino un conjunto significativo.

Comenzó con la foto, para saltar al cine y de ahí a las instalaciones. Habla de las «tres vidas o edades» de Varda. ¿Tan lineal ha sido el proceso?

Evidentemente no, porque justo lo que me ha interesado siempre ha sido acabar con las categorías. Y lo bueno de esta mi «tercera edad» profesional, la artística, es que puedo utilizar a la vez todas las técnicas. Ahora el cine americano lo domina todo, el cine violento, de efectos especiales. Mi pequeño mundo de cine, a su lado, es muy frágil. Pero ha marcado su camino.

Esa mezcla de técnicas, ¿se debe a que cada una por separado se le queda corta?

«Prefiero que los personajes se escapen de mí misma, aunque yo sea la guionista»

Cualquiera de mis labores como creadora busca crear una representación, y siempre como telón de fondo quedará la realidad. No puedes competir con la vida, solo representarla. Eso sí: puedes crear vida desde el trabajo. Esa es la misión del artista: recrear su ritmo, sus impresiónes, su desesperación. Me gusta dar la palabra a los otros, como lo hago con las viudas, gente a la que no se escucha habitualmente. Mi cine es tan solo una pequeña voz dentro del cine internacional, pero aún así, me gusta saber que hay personas a las que les llena ver mis películas. Solo por eso merece la pena trabajar.

Raymond Bellour dice que no ha dejado nunca de ser fotógrafa.

No estoy de acuerdo. De hecho, él fue de los primeros en definir Las viudas como una instalación y no como una película. Pero quizás he educado mi mirada como fotógrafo. Soy curiosa y astuta como ellos. El fotógrafo es empático con el sujeto. No se trata de enseñar grandes secretos, sino de dar a conocer las cosas y a las personas en las que no reparamos. Por eso creo que las cuestiones más sencillas son las que más se rodean de misterio. No me gustan las películas en las que te lo explican todo. Prefiero que los personajes se escapen de mí misma, aunque yo sea la guionista. Eso para la ficción. Cuando trabajo con el documental, me gusta que los personajes sean tan interesantes que parezcan inventados.

El festival de Cine Europeo de Sevilla le rinde homenaje. ¿Se ha convertido usted en un clásico?

«Tengo la impresión de que la fidelidad es algo muy sutil»

Son los demás los que me consideran un clásico. Cleo de cinco a siete, que se mostró por primera vez en Cannes en 1962, ahora forma parte, restaurada, de la sección «clásicos» del festival. Pero yo no me siento así. Prefiero verme como una investigadora.

Referente de la «Nouvelle Vague». ¿Ha cambiado mucho el cine desde entonces o las pasiones son las mismas?

Siempre habrá autores con mensaje. Me quedo con los cineastas del alma. Lo que ha cambiado es la demanda. El cine ahora es consumido por gente de 15 a 28 años. Y no se puede trabajar solo para ellos. Hay que ser más exigente, atender a los demás, gente de más edad, no tan formada intelectualmente...

Dice sentirse como una de las viudas. En la pieza, les pregunta de qué lado de la cama duermen ahora. ¿De qué lado lo hace usted?

Duermo en la misma cama, y lo hago del mismo lado. Aunque es verdad que estiro mi mano hacia el otro. Y tengo la impresión de que la fidelidad es algo muy sutil. A mí mis fallecidos me acompañan. Es como si Jacques no hubiera desaparecido del todo. Hay teorías que dicen que tenemos que pensar en los muertos para que no desaparezcan. Yo tengo la suerte de tener sus películas. Nuestro hijo Mathieu siempre dice que conoció a su padre gracias a ellas.

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