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Las lecciones que nos enseñaron Malala Yousafzai, Bibi Aisha, Omar Fidai...

Son tres protagonistas cuyas historias ponen nombre a una realidad que padecen miles de niños en países en desarrollo

Día 11/11/2012 - 09.55h

Malala Yousafzai, Bibi Aisha y Omar Fidai. Tres nombres propios para tres historias con un nexo común: la privación de su infancia. También son tres protagonistas de una realidad compartida por unos 61 millones de niños (más de la mitad niñas) en el mundo en desarrollo.

Entre ellos, ha sido la historia de Malala la que ha vuelto a poner ante los ojos del mundo hasta qué punto el hecho de ser un niño en determinados países supone un riesgo cuando reclamas un derecho tan básico y esencial como es el de ir al colegio. «Tengo derecho a la educación, a jugar, a cantar, a ir al mercado, a que se escuche mi voz», escribía ella misma en su blog, todo un desafío en su país, Pakistán, donde los talibanes luchan contra la escolarización.

Un tiro en la cabeza fue el modo en el que intentaron poner fin a sus demandas pero, sin embargo, con él han generado el efecto contrario: miles de niños - y adultos - se echaron a las calles bajo el lema: «Yo también soy Malala». Lo hicieron pese a ser conscientes de lo que suponía ya que lo normal es que se vean obligados a dejar la educación ya que los militantes han terminado con cerca de mil colegios desde 2006 como parte de una campaña contra la educación secular. Este mismo sábado el mundo ha rendido un homenaje a Malala, demostrando el gran número de apoyos con los que cuenta.

Crecer fuera de casa

Tras el ataque a Malala, los talibanes la describieron como una «espía de Occidente» por haber abogado por la educación de los niños en Pakistán. «Por este espionaje, los infieles le han dado premios y recompensas. El Islam ordena la muerte de los que están espiando para los enemigos», manifestó el grupo a través de un comunicado.

«Ella solía hacer propaganda contra los muyahidines y difamar a los talibanes. El Corán dice que el que hace propaganda contra el Islam y las fuerza islámicas deben morir», apunta el comunicado talibán», añadían.

Pese a la gravedad de su ataque, ahora Malala se recupera en Reino Unido y cuenta con un amplio respaldo internacional, hecho que ha favorecido que su historia llegara a oídos de Bibi Aisha, otro de los nombres propios de esta historia.

«Se enteró a través de Internet. Hablamos sobre ello pero estaba muy triste, y no quiso hablar mucho sobre el tema. Tratamos de evitar que conozca este tipo de historias, ya que se le hacen muy dolorosas y no es capaz de digerir este tipo de noticias», explicaba a «The Daily Beast», Rasouli Arsala, próxima a Aisha.

Su caso es diferente al de Malala aunque también pone de manifiesto otro reto al que se enfrentan miles de niñas a diario en Afganistán: el de no quedar anuladas al no disponer de capacidad para desarrollar su autonomía pese a estar sometidas a torturas y explotaciones. Su imagen dio la vuelta al mundo de la mano de la revista «Time». La foto de portada lo decía todo: Bibi Aisha, que por aquel entonces tenía 18 años, aparecía sin orejas y sin nariz. Los talibanes se las habían arrancado por haber intentado escapar de la familia de su marido.

Los nuevos retos

Como Malala, Aisha ha encontrado refugio en el extranjero aunque en su caso es en Estados Unidos donde trata de recuperar la normalidad. Allí ha empezado una nueva vida, se ha sometido a varias operaciones y poco a poco va recuperando la normalidad aunque todavía con dificultades: «Se siente como en casa, pero tiene heridas muy profundas en su corazón por lo que le pasó. Sigue luchando contra todas estas cosas», explicaba a la CNN un miembro del equipo médico que la atiende.

Es un ejemplo de cómo seguir adelante pese a tener un pasado que ha marcado su futuro. Precisamente esto ha sido lo que ha determinado la vida de Omar Fidai, quien con solo 14 años confesó haber formado parte de un plan para perpetrar un doble ataque contra un santuario sufí.

«Hice algo muy mal. Por favor, perdonadme», se pronunciaba él mismo desde la cama del hospital tras sobrevivir al ataque. Es otra cara más de cómo en países como Pakistán o Afganistán - por citar solo algunos - los niños son reclutados para perpetrar ataques, obtener armas y, de este modo, convertirles en parte del conflicto.

De hecho, según el último informe publicado por Unicef sobre este asunto, solo en Afganistán más de 300 niños menores de 18 años han crecido como suicidas.

Son tres historias con nombre propio a los que habría que sumar los de miles de niños que, a día de hoy, siguen bajo las mismas amenazas que en un día a ellos les convirtieron en protagonistas.

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