Hay veces en las que por muchas cosas que pasen y por muy difícil que parezca que es todo, basta poner un poco de entusiasmo, interés, e ilusión para que lo demás fluya solo. Al menos esto es lo que pasó en esta historia, en la que se mezcla un sueño hecho realidad que permitió abrir una nueva etapa y una moda en auge que cada vez tiene más seguidores.
Estamos hablando de tejer, de hacer punto, ganchillo, de una actividad en la que cada uno aporta su estilo y que desde hace unos años se ha convertido en una pasión para muchas personas, que además de ser una práctica de antaño, ha cobrado protagonismo y se realiza en sitios especializados, en cafeterías, en forma de encuentros... y hasta existe un movimiento, el «Urban Knitting», que viste las ciudades con el «grafiti del ganchillo».
Por eso hemos querido indagar más en este «mundo» y por casualidad nos hemos encontrado con la historia de Julia y Antonia, dos amigas desde hace 30 años y a las que su pasión por esta actividad las unió aún más al estar al frente de «La Laborteca».
El nacimiento de una idea
«Siempre había querido empezar un proyecto así, tener un negocio personal. Por eso cuando me decidí, quedé con Julia, que en ese momento estaba sin trabajo, en la plaza de Oriente y le dije: "Julia, voy a montar un negocio"."¿Con quién?", me respondió ella. "Contigo"», nos explica Antonia.
A partir de ahí parece que todo salió rodado ya que el local para dar las clases de tejer lo encontraron muy rápido (tan rápido que solo miraron ese y se decidieron) y, paradójicamente, Antonia se quedó sin trabajo el día 29 de marzo, en plena huelga general, y un día antes de que firmaran el contrato para empezar este proyecto juntas. El resultado es «La Labortecca», un pequeño local reconvertido en taller que abrió el 10 de julio con solo dos alumnas: Miriam y Mónica. En septiembre ya eran 23 las personas que estaban apuntadas y este mes de octubre, 36.
«Sentí ganas de aprender a hacer algo con las manos, lejos de una pantalla de ordenador. Era una forma de activar otra parte de mi cerebro y una actividad en la que dar rienda suelta a mi creatividad. Pensé que apuntarme a este taller me permitiría también conocer a gente nueva y sería como una salida de escape al estrés. Así que este julio estuve navegando y encontré este taller y me pareció suficientemente informal y original como para no sentirme desplazada por no tener absolutamente ni idea de punto», explica a ABC.es Miriam Hernanz.
A partir de ahí, según nos describe esta alumna, Antonia y Julia han conseguido que sea «un espacio en el que las alumnas nos sentimos bien, nos apetece volver constantemente. Creo que lugares como estos talleres hacen más humanas las grandes ciudades. Mientras tejes siempre saltan temas de conversación y es sorprendente la de cosas que tenemos en común la gente de mi generación con la de mi madre, mucho más de las que en un principio había pensado».
Recuperar el valor de las cosas
Precisamente de esta afición llama la atención que se trate de una actividad que hasta ahora los más jóvenes asociaban a algo del pasado pero que, sin embargo, se ha reinventado y constantemente encuentra nuevas formas o espacios donde desarrollarse como los «encuentros laneros» o las «Knitting Parties», quedadas donde compartir esta afición e intercambiar procedimientos e ideas. Pero hay algo más que queda vinculado a esta práctica y sus múltiples variantes: también se recupera la originalidad y el valor de lo hecho, de lo trabajado a mano.
«En España y en buena parte de Europa no existe una tradición en la que lo manufacturado esté especialmente bien valorado, económicamente hablando. Al contrario de lo que sucede con el arte, es muy frecuente encontrarnos con que el precio de algo fabricado por uno mismo y lo que nos ha costado hacerlo no estén correlacionados. Sin embargo, parece que ahora se empieza a valorar más, como pasa, por ejemplo en Estados Unidos», nos explica Julia.
Por su parte, Miriam, nos aporta también su visión sobre lo que aporta en este sentido la actividad de tejer: «Es verdad que la gente a priori no aprecia las diferencias entre un producto hecho artesanalmente y otro hecho industrialmente. Pero cuando te paras a entender ese producto, a apreciarlo, a conocerlo, a olerlo, a tocarlo... disfrutas mucho más de las cosas. Supongo que pasa en el punto, pero también con la cerámica, el cuero... Vamos, es una forma de apreciar más las cosas, tanto tenerlas como el esfuerzo que se ha hecho por hacerlas bien. Y en eso el público español va poco a poco recuperando el sabor de antaño, además de que ahora valoramos que los productos sean originales, que no haya copias. Yo estoy haciendo ahora mi primer jersey y es más que probable que no me siente el primero como un guante, pero me encanta la idea de saber que no va a haber ninguno igual».
La tendencia parece que se está consolidando aunque según nos cuenta Julia aún queda algo pendiente: atraer más al género masculino. «Muchas veces entran en el taller chicos preguntándonos por los cursos pero la verdad es que de momento ninguno se ha llegado a apuntar. Esperemos que esto cambie».