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Jostein Gaarder Escritor, autor de «El mundo de Sofía»

«El niño necesita ser crítico para una buena democracia»

El autor (30 millones de libros vendidos) concede esta entrevista a ABC antes de inaugurar el miércoles la Casa del Lector

«El niño necesita ser crítico para una buena democracia»

ANTONIO VILLARREAL

«El mundo de Sofía», la obra más conocida de Jostein Gaarder (Oslo, 1952) ha vendido desde su publicación en 1991 más de 30 millones de copias y ha sido traducido a 53 idiomas. Muchas de ellas habrán ido a parar, seguramente, a manos de estudiantes de instituto, donde este tratado de filosofía occidental disfrazado de novela es casi de obligada lectura. Gaarder, que inaugura el miércoles la Casa del Lector en Madrid, conversa con ABC desde su residencia en la capital noruega sobre el poder de la narrativa, la literatura infantil o la importancia de la filosofía en la educación.

−El crítico Harold Bloom dice que la literatura juvenil es, a veces, mala literatura disfrazada y que hay ejemplos, como Lewis Carroll o Mark Twain, que demuestran que se pueden escribir libros maravillosos para un público juvenil. ¿Concuerda usted con este punto de vista?

-Creo que muchos libros para niños son apreciados también por adultos, no solo en la actualidad. Hay libros dirigidos a jóvenes, como «El Principito», «Los Viajes de Gulliver» o los cuentos de los hermanos Grimm, que forman parte de la historia de la literatura. He escrito muchas obras específicamente para adultos, porque a veces necesitas una mente adulta para comprender lo que para un niño es aún inconcebible, por su falta de experiencia. Pero creo que el hecho de que un adulto pueda disfrutar de un libro infantil, y no al revés, indica que siempre existe un niño dentro de cada hombre.

-¿Planea sus libros de forma diferente, en cuanto a lenguaje o estructura, dependiendo de si es para un niño o para un adulto?

−Diría que «El mundo de Sofía» está pensado para cualquier adulto a partir de 15 años. Incluso al escribir para adultos, tengo en mente, no a niños pequeños, pero sí a jóvenes adultos. Mi próximo libro, una fábula medioambiental sobre el clima de la Tierra que saldrá en un par de meses en Noruega, está concebido de la misma forma.

−Además de en «El mundo de Sofía», ha utilizado a adolescentes como personajes centrales de otros de sus libros. ¿Cuál es la intención? ¿Quizá por la ingenuidad?

−Así es, tanto en «El mundo de Sofía» como en «El Misterio del Solitario» escogí tales protagonistas porque, en esa edad entre la infancia y la adolescencia, es cuando empiezas a cuestionártelo todo, a hacer preguntas sobre todo. Sofía se dice a sí misma: no seas nunca como un adulto, no des las cosas por hechas, sigue haciéndote preguntas. Esa curiosidad, natural cuando somos niños, ya no está presente a edad adulta.

−Sus libros son parte de muchas «listas de lectura» en clase de filosofía. ¿Cree que la educación debería tender más a que los niños se hagan preguntas en lugar de hacerles memorizar axiomas?

−Absolutamente. Por eso creo que es necesaria la filosofía en la escuela, para alentar esta curiosidad natural, y no solo sobre asuntos filosóficos, sino por cuestiones críticas; sobre la sociedad o la política. El niño necesita hacerse preguntas y, para una buena democracia, estimular su curiosidad es el mejor método de aprendizaje.

Pese a sus estratosféricas ventas, o puede que precisamente por eso, las novelas de divulgación filosófica de Gaarder han sido criticadas por su levedad al tratar a determinados pensadores o escuelas. En la crítica de «El mundo de Sofía» que hizo en 1994 el escritor John Vernon para el New York Times, calificó algunos pasajes de la obra como de «Filoso-Disney», y, aunque reconoce la maestría del noruego en simplificar a Hume o Spinoza, otros pasajes le parecen a Vernon sacados de «una enciclopedia de supermercado».

−En sus obras, usted suele adaptar complejos conceptos filosóficos a una prosa fácil de leer. ¿Cómo se siente al tener que sacrificar o edulcorar algunos aspectos? ¿Es este un mal necesario?

−Una de las razones por las que escribo sobre filosofía es para transmitir narrativas. Como pensador, mi objetivo es el relato. No escribo para académicos, porque nuestra mente está más preparada para una historia que para una enciclopedia. Para mi próxima visita a España estoy leyendo cosas sobre Madrid, sobre la ciudad, pero esos datos siempre se nos olvidan. Pero las historias que he escuchado sobre Madrid, o sobre Salamanca, se quedaron en mi mente para siempre. Por supuesto, hay conceptos filosóficos que en mis libros pueden parecer demasiado simples, de una sobresimplificación manifiesta. Mi intención cuando escribí «El mundo de Sofía» fue presentar el pensamiento europeo en perspectiva, por tanto hice un acercamiento no demasiado difícil para el lector.

−Su objetivo, por tanto, no era enseñar, sino despertar interés.

−Intento estimular la motivación necesaria para el aprendizaje. Usted está en Copenhague haciendo autostop para ir a Roma. Yo le recojo, pero solo voy hasta Milán. Puede usted venir conmigo durante un tramo, pero para llegar hasta Roma tendrá que ir solo.

−¿En qué medida le ha afectado la transición del papel a lo digital, como autor y como lector?

-Como lector, de momento, prefiero leer libros de papel. Y como autor, en la actualidad veo complicado publicar libros exclusivamente en formato digital.

−Entre algunos escritores, pienso ahora en Franzen, parece existir una cierta postura intelectual contra la literatura presentada en soportes digitales.

−No es mi caso. Por supuesto, tengo un «smartphone» donde leo textos digitales a diario, principalmente los periódicos, pero además uso mi teléfono para almacenar mis manuscritos y poder echarles un vistazo en cualquier parte. Así que supongo que, si me vuelve a preguntar dentro de diez años, quizá esté más convencido sobre las posibilidades del libro electrónico.

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