Resacón con Jeff Koons

No en vano, y para seguir con los bodorrios, de lentejuelas y carteles luminosos, ya saben que antaño se casó con la estrella del porno –también antaño– Cicciolina. Y como a los estirados europeos, si son suizos más, nos gustan los maridajes extravagantes , este verano Koons inunda con la profusión de sus obras las salas de la seria, lineal, arquitectónica (obra de Renzo Piano) y equilibrada Fundación Beyeler , cuyo jardín estará presidido durante estos meses por uno de sus perritos Puppy , tan verde como los valles aledaños.

Para ser sincera, he de confesar que Koons queda bien en todas partes , ya sean espacios ampulosos como los de Versalles, donde ya expuso, o el inmaculado cubo blanco, como este de la Beyeler. Será porque entretiene un rato . No solo él y sus muñequitas porno, sino también los visitantes de alto postín que acuden a sus citas. Ya saben, por cierto, por qué su obra, hortera donde las haya , está cotizada a más alto precio que un rembrandt.