poeta de feria
Eduardo Jordá, el hombre que hizo llorar a John Wayne
Creador imprescindible, su nuevo libro es «Tulipanes rojos»
Eduardo Jordá es un hombre de mundo y un hombre del mundo. Uno de esos poetas con los que podrías pasar una tarde en el cine (un viejo western de John Ford , por ejemplo), de cañas, o rebuscando buenos discos de música americana, tal vez los Beach Boys . Pero cuidado, Eduardo (como su admirado Bolaño) también es un apasionado de la historia militar y de la estrategia, aunque sea un hombre de paz de los pies a la cabeza.
Su palabra es cercana, cálida, generosa y compasiva, como la de cualquier hombre que haya dado unas cuantas vueltas por esos andurriales de Dios (y del Diablo) que son nuestro planeta, los espacios abiertos de la Unión, los acantilados encantados de Irlanda, tantos y tantos lugares donde nadie podrá parar la lluvia .
Alguien que escribe sin mirarse al ombligo, pero mirando a las criaturas que nacen, viven (y por supuesto sufren), y mueren, ojalá como dos pájaros enamorados. Alguien que sabe que la poesía no puede ser un abstracto juego de malabares, sino la sonrisa o la lágrima de ese payaso que nos conmueve el corazón.
Jordá también es de esos escogidos a los que no le tiembla el pulso cuando tocan a hacer autocrítica: «Muchas veces escribimos poemas incomprensibles o simplemente idiotas. Y somos demasiado solipsistas (y perdón por la palabra). Nos falta claridad y emoción. Emoción genuina, no retórica ni sentimental, ésa que nos produzca un escalofrío en la espina dorsal al mismo tiempo que nos ilumine con un hallazgo desconocido sobre la vida que llevamos. Eso es lo que intento hacer».
Ecuación poética
Estas son las claves y las incógnitas despejadas de lo que es su ecuación poética: emoción, inteligencia y música , esa es su patria lírica, y cualquier que cante ese viejo himno será tenido por compatriota por Eduardo.
Apenas hace un año que editaba su imprescindible antología «Pero sucede» (Ed. Renacimiento), pero esta temporada regresa de nuevo con «Tulipanes rojos» (Visor, IX Premio Alarcos), otra lección poética dictada desde el corazón y desde la experiencia, desde la sencillez y desde la clarividencia.
Los poemas de Eduardo Jordá son como canciones, y sabemos desde que Bruce Springsteen clamara en el desierto de la era Reagan, que «aprendíamos más en un disco de tres minutos que en todas las lecciones de la escuela».
Sin vida, no hay poesía y Eduardo no es un poeta enfadado ni desesperado. Sin embbargo, sus versos huelen ropa recién tendida, a pájaros en la ventana, y te humedecen los ojos como si fueras John Wayne mirando el crepúsculo y estuvieras a punto de jubilarte en el Séptimo de Caballería .
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