¡Que vienen los vikingos!
En 1902, Jennie Hall recuperó en «Cuentos vikingos» varias de las narraciones que dieron origen a las sagas islandesas
manuel de la fuente
A los vikingos se les tiene por un pueblo feroz, combativo, una apisonadora guerrera (aunque ya sea sabido que lo de los cuernos era una leyenda) que desde el año 793 en el que arrasaron el monasterio de Lindisfarne no dejaron de realizar ... aterradoras expediciones relámpago de asalto y pillaje en casi todo el mundo conocido.
A media Europa no le llegaba la camisa al cuerpo a la espera de que alguien con los pelendengues de corbata gritara «¡Que vienen los vikingos!» . Y vaya si venían. El norte de Francia, el Báltico, la actual Rusia, Alemania e Inglaterra supieron de las iras de los guerreros del norte, de los combatientes surgidos del frío al amparo de Odín y Thor.
En sus correrías los vikingos llegaon hasta Al-Andalus
Pero llegaron mucho más allá. Hasta Al-Andalus y el Levante hispano, hasta la costa gallega (todavía hay festejos y romerías que lo recuerdan) hasta Bizancio, hasta París, hasta Sicilia, hasta Jerusalén.
Además de una invencible fuerza de combate, los vikingos fueron uno de los grandes pueblos marineros de la Historia. A bordo de sus ligeros y velocísimos drakkars (veleros así llamados por ir ornamentados en proa y popa por dragones) descubrieron Groenlandia, como Erik el Rojo , y llegaron hasta la actual Norteamérica, viento en popa al timón Leif Eriksson . Tipos durísimos como el Kirk Douglas de la película de Richard Fleischer .
Al principio, la vikingada se conformaba con simples operaciones de guerrilla con el ánimo (de lucro) de conseguir el mejor botín posible. Pero con el tiempo se irían asentando en los territorios ocupados y con el pasar de los años y de los siglos incluso serían la semilla de algunas monarquías europeas.
Vikingos y mala Prensa
Pero este pueblo que nunca tuvo buena Prensa en la Europa medieval (se les consideraba un castigo divino por los pecados de Occidente) también dejó para la historia su legado literario en forma de sagas , que recopiló la investigadora y profesora norteamericana Jennie Hall en 1902 con un libro maravilloso, «Cuentos vikingos» que ahora felizmente recupera Erasmus Ediciones , con atinadísima traducción de Carlos Ezquerra.
La obra de Hall parte de la más suculentas historias vikingas como las de los ya mencionados Erik el Rojo, Harald I de Noruega y Leif Eriksson. En el precioso preámbulo se da cuenta de cómo fueron naciendo estas historias en los veranos islandeses cuando los hombres decidieron rescatar las viejas leyendas noruegas para que sus hijos supieran de dónde venía y quiénes eran. A menudo se hacían acompañar por el arpa y cantaban y contaban sus historias, así nacieron las sagas. Sus autores, los llamados escaldos .
Salvarlas del olvido
Las interpretaciones podían durar horas y el tiempo propicio eran los días del solsticio de verano. Las sagas no estaban escritas, se aprendían de memoria, pocas personas sabían leer y escribir. Pero finalmente decidieron dejar constancia impresa de ellas: «Estas canciones son demasiado preciosas para perderse. Debemos ponerlas por escrito para salvarlas del olvido». Dicho y hecho, y recogido por Jennie Hall en este bellísimo libro.
A ese Bibliotecario Universal que fue Borges , otro fabulador, otro contador de historias como los remotos escaldos esta literatura le apasionaba, veía en ella una prosa realista, sencilla, natural, directa hasta el punto de que llegaría a decir: «La más rica de las literaturas germánicas medievales. Estas sagas prefiguran la técnica del cinematógrafo», tal consideró su eficacia narrativa el autor de «El Aleph».
Abra usted esté libro y a bordo de un drakkar navegue con la imaginación a este mundo remoto y legendario.
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