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Funcionarios: el mito del cafelito

Miles de empleados públicos bregan a diario por ofrecer un buen servicio al ciudadano. Aunque el escaqueo es cada vez más residual, el sector público sigue necesitando una racionalización

Funcionarios: el mito del cafelito JOSÉ ALFONSO

guillermo d. Olmo

La mala prensa de los funcionarios viene de antiguo. Desde que Larra caracterizó a la burocracia española como una lacra que alimentaba a holgazanes e incompetentes a cargo del erario público, la reputación del colectivo quedó para siempre mancillada. El tópico, real o no, ha perdurado hasta nuestros días y ahora, en un contexto de apreturas y sacrificios para toda la población, muchos miran con resquemor a esos 2,6 millones de españoles que por su condición de empleados públicos tienen garantizado su puesto de trabajo y unas condiciones óptimas en él.

La idea está tan arraigada que incluso provoca deslices a altos cargos tan curtidos como Antonio Beteta , secretario de Estado de Administraciones Públicas , que la semana pasada exhortó públicamente a los funcionarios « a olvidarse de tomar el cafelito y de leer el periódico », unas declaraciones por las que luego se ha tenido que disculpar por carta a los sindicatos.

Pero, ¿qué hay de cierto en el arquetipo del oficinista haragán a cargo del contribuyente? Un recorrido por Madrid, capital del Estado, donde se concentran innumerables dependencias oficiales, parece el lugar adecuado para verificarlo

- Facultad de Derecho de la Universidad Complutense : Nueve de la mañana en la facultad. Paula ocupa desde hace 23 años una plaza como personal laboral aquí. Mientras los alumnos se dirigen a la primera clase de la mañana, ella permanece absorbida en un ordenador de la conserjería. Reclamamos su atención y nos cuenta que trabaja desde las ocho hasta las tres de la tarde y que su cometido es, básicamente, el de un bedel, aunque oficialmente recibe el nombre de auxiliar de servicios administrativos. Cuando se le pregunta por el cafelito y el periódico , contesta: «Yo aquí eso no lo veo». Un compañero llega para colocar correo en los casilleros de los profesores. Lo hace con parsimonia. Le preguntamos a Paula cuántos son en total: «Creo que somos diez por la mañana y once por la tarde».

- Diez de la mañana. Hospital de la Princesa : Hay servicios públicos mucho más ajetreados que los universitarios. Los pasillos del Hospital son un hervidero de enfermos, visitantes y batas blancas. Todos forman un bochinche que nada tiene que envidiar al de la hora punta en la cercana línea 6 del metro. En una abarrotada sala de citaciones y admisiones nos acercamos a dos mujeres que bregan con denuedo con dos aglomeraciones, la de pacientes y la de papeles. Les preguntamos si es verdad que los funcionarios viven demasiado bien. Una de ellas responde con otra pregunta. Señalando a la sala de espera repleta y a un pasillo que es un auténtico velódromo de personal sanitario y público, nos espeta: «Dímelo tú, chaval, ¿trabajamos poco?». La segunda pregunta la despachan remitiéndonos a la dirección. No tiene tiempo que perder con desconocidos. Cuando la guerra diaria le da una tregua, el personal de la Princesa comenta la ampliación de jornada que se les ha impuesto recientemente o el hecho, también reciente, de que en el Centro de Salud Mental del distrito, los administrativos ya no atienden las peticiones de cita telefónica porque dicen que no tienen tiempo, aunque hay quien dice que esto último se debe más a la falta de celo que a la de recursos.

«Cuanto más aprendes, más tareas puedes desempeñar, y hay gente que no quiere desempeñar ninguna»

-Once y media. Junta Municipal de Chamartín: La Junta Municipal de Chamartín alberga unas modernas dependencias donde una decena de funcionarios atienden al público acerca de trámites en su mayoría relacionados con tributos locales. No hay que esperar mucho porque hay suficiente personal. Allí trabaja María. Es joven y lleva solo tres años en la función pública. Solo responde a las preguntas cuando ya no quedan ciudadanos en espera. Lo primero es lo primero. Nos cuenta que «en negociados que no estén de cara al público sí puede haber vagos, pero aquí no, porque estamos siempre cara al público». Aquí trabajan 37 horas y media a la semana. Salen a las cinco de la tarde, con un descanso de 20 minutos por la mañana y otro de cuarenta para comer. María dice que «ahora todo el mundo habla mal de los funcionarios, porque además los políticos nos señalan con el dedo, pero las cosas ya no son como antes» y señala el factor clave de la formación: «Ahora para cualquier plaza, hasta para la más básica, te piden una titulación».

-Agencia Tributaria: Completamos el cuadro con una conversación telefónica con un funcionario de los que en estas semanas tiene más trabajo, uno de la Agencia Tributaria. Prefiere guardar el anonimato para evitar problemas en la oficina. Nos cuenta que el paisanaje allí es diverso: «La mayoría trabajan y trabajan bien, pero hay algunos que se rascan las narices descaradamente». Nuestra fuente completa el cuadro del funcionario poco modélico que todavía pervive en algunos recovecos de la Administración: «Suelen ser los mayores, que solo hablan de jubilarse y que no quieren aprender nada nuevo». Esa aversión a aprender tiene una curiosa explicación: «Cuanto más aprendes, más tareas puedes desempeñar y hay algunos que no quieren desempeñar ninguna».

En cualquier caso, este tipo de comportamientos parecen minoritarios y en vías de extinción. El propio Beteta elogiaba en su misiva de disculpa la «dedicación» y «valiosa contribución» de los trabajadores del sector público. El problema es que para un fisco cada vez más desfondado, uno solo de estos insolidarios en nómina ya supone un lastre insoportable. Y aunque están desapareciendo, todavía queda más de uno.

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