Ángela Murillo, el azote de los etarras
Atípica por su espontaneidad, esta magistrada ha saltado a los titulares por sus respuestas a los desplantes de los terroristas durante los juicios
NATI VILLANUEVA
En Plaza de Castilla todavía recuerdan a una inspectora del Consejo General del Poder Judicial que a principios de los años noventa iba a pedir cuentas al juzgado que en aquel momento estaba investigando. Concluido su trabajo, ponía su maletín encima de la mesa y ... con una sonrisa en los labios preguntaba a los funcionarios: «¿Y ahora no les interesará un reloj? Los llevo en esta maleta y tengo varios modelos. El sueldo de juez no da para mucho y hay que ganarse la vida por otro lado... Ya me entienden». El personal se quedaba atónito y entonces ella sonreía.
Han pasado veinte años de aquella anécdota, y Ángela Murillo , la juez a la que no le tiembla el pulso con los etarras en los juicios, conserva su sentido del humor, quizá algo mermado por las piedras que la vida le ha ido poniendo por el camino. En apenas unos años perdió a dos de sus hermanos, a su pareja y más recientemente a su madre. Todos estos tragos los ha superado refugiándose en el trabajo, del que se confiesa una apasionada, y en sus sobrinos-nietos, gemelos que, siguiendo la estela de Murillo, el otro día metieron al gato en el váter. Ahora, a sus 58 años, ha descubierto el gimnasio.
Grupo en Facebook
Si hay un prototipo de juez, la extremeña Ángela Murillo no encaja en él. De hecho, incluso enfundada en su toga a veces cuesta verla como tal. Su espontaneidad, también atípica y criticada dentro y fuera de la Audiencia Nacional, le ha llevado a titulares de prensa. Pero también a tener un grupo de seguidores en Facebook a raíz de aquella frase que pronunció cuando la abogada de Otegi le preguntó si su cliente podía beber agua. «Por mí como si bebe vino» , dijo. También con Otegi protagonizó un episodio que, lejos de la anécdota, supuso un enorme mazazo para ella. Fue cuando le instó a condenar la violencia y él se negó: «Ya sabía yo que no me iba a contestar» . Por esta frase el Tribunal Supremo ordenó repetir el juicio al quedar en duda su imparcialidad. En otra ocasión se tuvo que retirar de la vista en la que se juzgaba al siempre desafiante «Txapote» por el asesinato del concejal de UPN José Javier Múgica. Tras la indiferencia mostrada por el etarra hacia el testimonio de la viuda, Murillo, pensando que tenía el micrófono cerrado, no se pudo reprimir: «Pobre mujer, y encima se ríen estos cabrones» , comentó a sus compañeros.
Otras expresiones, como «oiga usted, esto no es un bar» o «la sala no ha entendido ni papa», forman parte ya del bagaje de esta magistrada, que inició su trayectoria profesional en Lora del Río (Sevilla) en 1980 y, después de pasar por Vélez Málaga, Onteniente, San Sebastián, el CGPJ y la Audiencia Provincial de Madrid, fue la primera mujer que aterrizó en la Audiencia Nacional en 1993.
Murillo, afectada por la poliomielitis (de ahí su particular andar), es consciente de que su espontaneidad le juega malas pasadas y que no está bien vista por muchos de sus compañeros, pero confiesa que no lo puede evitar. Es como su pésima relación con la informática (hasta ayer redactaba con bolígrafo sus sentencias). Se confiesa ama de casa nefasta, mala cocinera y fumadora empedernida de puritos. En el otro lado de la balanza, su pasión por la música (tiene la carrera de solfeo y piano), la lectura y la pintura. Aspiraciones políticas no tiene: cuando sus compañeros propusieron su nombre para presidir la Sala Penal les dijo que ella no valía para ese cargo, «ir a actos, ponerse mona y sonreír».
Uno de los momentos más duros de su vida fue el juicio de Ekin, contra el aparato político de ETA. Dieciséis meses durante los que, tras aquellas maratonianas jornadas, prolongadas aún más por las estrategias dilatorias de las defensas , Murillo abandonaba la sede de la Audiencia Nacional en la Casa de Campo para dirigirse al hospital a ver a su pareja, convaleciente tras una grave operación. Así transcurrieron los meses hasta que Emilio falleció. Ángela no pidió ningún permiso y se presentó en el juicio el lunes por la mañana con la tristeza clavada en el rostro.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete