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La casta autonómica

El libro «La Casta Autonómica» hace un repaso al estupidiario del malgasto de lo público en nuestro país

La casta autonómica ARCHIVO

J.SÁNCHEZ / C.GÓMEZ

Decía Groucho Marx que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». De este ejemplo de política, aplicado al ámbito local y autonómico, saben y mucho Sandra Mir y Gabriel Cruz autores de «La Casta Autonómica» (La Esfera de los Libros, 2012), un repaso al estupidiario del malgasto de lo público en nuestro país. ¿Sabe usted que España gasta 400 millones de euros en los 17 parlamentos autonómicos? El montante asciende a 500 millones en lo empleado en las embajadas autonómicas, tenemos más de 8.000 ayuntamientos y 3.200.000 empleados públicos.

Muestra de ese despilfarro y de la duplicidad –o triplicidad- de los organismos públicos lo encontramos en Madrid: tres empresas – esMadrid, Tour Madrid y Turismo Madrid – trabajan con fondos públicos para promocionar la capital. En Extremadura, la empresa Fomento de Jóvenes Emprendedores gasta 558.000 euros en personal. En la misma comunidad, Fomento de la Iniciativa Joven emplea 1.232.000 euros en idéntica función. Sociedad de la Innovación, el Centro de Nuevas Iniciativas y el Consejo de la Juventud cumplen la misma utilidad . Cinco organizaciones, mismo fin. Quintuplicidad. Y para muestra, una caja repleta de botones que no salva a ningún ayuntamiento o comunidad.

Coches oficiales para todos

¿Sabía usted que la administración Obama tiene 412 vehículos oficiales? El incremento del 73% de la flota respecto a la administración Bush supuso un gran revuelo en los Estados Unidos. El Gobierno central español tiene 1.098 vehículos oficiales. Con sólo 47 millones de españoles, tenemos 17 veces más coches que los estadounidenses. Y ello sin sumar el parque móvil de las autonomías: otros 1.200 vehículos para transportar políticos.

En La Casta Autonómica encontramos también el TOP10 de las inauguraciones entre las que encontramos un hospital de Oviedo inaugurado cuatro veces –aunque todavía no esté puesto en marcha-, la inauguración de un curso de informática en Huelva o las plantas de una mediana en una carretera de Valencia.

Las muestras del despilfarro y de lo absurdo del país nos llevan de viaje hasta una localidad cuyo concejal de Medio Ambiente fue condenado por pirómano, otra en la que el aeropuerto sólo sirve para que los vecinos del pueblo entren a conectarse al wifi o hasta una comunidad en la que se compró un tren con una leve salvedad: no estaban construidas las vías.

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