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«Tan fuerte, tan cerca», «La montaña rusa» y «Contraband», entre las críticas de los estrenos

La nueva película de Tom Hanks, lo último de Emilio Martínez Lázaro y una trepidante historia protagonizada por Mark Wahlberg se miden en la cartelera

«Tan fuerte, tan cerca», «La montaña rusa» y «Contraband», entre las críticas de los estrenos ABC

ABC.ES

POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Tal vez no haya encontrado Stepehn Daldry el tono adecuado para ser al tiempo verosímil y emocional, pero lo que sí ha encontrado este peculiar director es a un niño, su joven protagonista, Thomas Horn, capaz de barrer del plano a actorazos que no los tapa ni un bulldozer, como Tom Hanks, Sandra Bullock, Viola Davis, John Goodman..., y el único que se resiste a desaparecer ante él es el gran Max Von Sydow, aunque se quede literalmente sin palabras. Daldry es un director que produce emociones como un chiquillo pompas y "Las horas" o "El lector" son talleres de sentimientos, aunque en esta ocasión su empresa los teje con la compulsión más bien de taller clandestino. Se centra en la frustración de un niño que perdió a su padre en las Torres el 11-S y en el sentimiento absolutamente dislocado que lo empuja a encontrarle un sentido (la llave que abra el significado de aquello) y recorre la ciudad a la búsqueda de un bálsamo para su angustia... El personaje es tan real como improbable y se abre de par en par, hasta el mismo límite del pudor, ante un espectador forzosamente angustiado. Se podría decir que Daldry te cuenta su historia mientras te aprieta la garganta: las llamadas del padre en el contestador, la orfandad de ese niño emotivo y desvalido que se acompaña de una pandereta para tapar sus miedos, el personaje del anciano mudo, la solidaridad y comprensión, la cantidad de abrazos y achuchones en la herida abierta de la ciudad, toda entera aprisionada en el dolor y el sentimiento de extraña culpabilidad del niño... Probablemente, "Tan fuerte, tan cerca" tenga una voluntad de apósito, de vendaje, pero se pierde su efecto consolador entre su tono forzadamente lírico e impostado, como de dureza blanda.

POR O. R. M.

La cama es al cine de Emilio Martínez Lázaro lo que el Monument Valley al de Ford, y buena parte de su filmografía apunta a un lado o al otro de la piltra como generadora de sentimientos y fabricante de comedia. Con personajes y situaciones familiares, "La montaña rusa" reproduce nuevamente las impresiones de este director sobre el amor, el sexo, la pareja, la fidelidad y la amistad, y elige para ello un tono ligerísimo, amparado casi exclusivamente en la comicidad de sus tres protagonistas, Ernesto Alterio y Alberto San Juan, que se conocen sus personajes tanto como el propio espectador, y Verónica Sánchez, que le procura frescor, naturalidad y ese toque exclusivo de la comedia española, siempre más dispuesta a mostrar que a sugerir (es impresionante la cantidad de "piel" que necesita siempre destapar la comedia española para expresar lo que en otras cinematografías expresan mientras tapan o eluden). No es fácil encontrar ideas o sentimientos nuevos en "La montaña rusa", y sí lo es tropezarse con la impresión de que, en cierto modo, ya se ha visto antes, con lo que la experiencia se resume en querer "divertirse" otra vez con la recreación de Alterio y San Juan de dos tipos cuyos genuinos sentimientos y mejores diálogos les brotan donde los pantalones se hacen uno.

«Las malas hierbas»

POR O. R. M.

Casi nadie cumple noventa años y sigue profesionalmente activo, pero Alain Resnais, el director de “Las malas hierbas”, como se puede comprobar, sí. Y nadie, absolutamente nadie, los cumple sin que la vida le haya enseñado a tomársela con una actitud comprensiva y ligera hacia cuantas cosas ocurren en ella. El último cine de Resnais es un canto jovial y lleno de un chispeante sentido del humor a todas esas puñetas que le nacen al ser humano sin que ponga voluntad en ello, sin que las riegue y abone, como esas hierbecillas tozudas que aparecen entre los adoquines y las piedras. La historia que cuenta aquí Resnais podría calificarse de encantadora, adorable, sin que eso signifique que no esté profundamente atravesada por el sentimiento trágico, la fatalidad y una sensación filosóficamente ridícula de lo que mueve los hilos de nuestras vidas. Los personajes están vistos casi exclusivamente por dentro, una mujer llena de peculiaridades que pierde su cartera y un hombre lleno de posibilidades narrativas (igual podría protagonizar una historia de psicópatas que la de un tierno cuenta cuentos infantiles) que la encuentra. Los indescriptibles André Dussollier y Sabine Azéma son personajes insólitos que llevan una vida tan aparentemente normal que, para entenderlos, la película nos cuela en sus pensamientos mediante una voz en “off” tan expresiva como el cordón de un zapato, muy en “nouvelle vague”. Alain Resnais se preocupa tanto de que sus personajes y sus situaciones se comporten racionalmente como de que abran una pista de patinaje en su barrio: son asumidamente marcianos y se comportan como tales, y lo extraordinario es que a través de ellos Resnais nos habla serenamente de los terrícolas. Es decir, convierte con absoluta maestría y delicadeza la subversión en comprensión. No es, claro, una comedia para partirse de risa, sino más bien para enroscarse en ella.

POR J. M. CUÉLLAR

Se ha puesto de moda lo frenético. Y nos felicitamos por ello. Sea o no herencia de Bourne, que lo es, bienvenido sea un cine ágil, rápido, casi frenético,sin reposo para la mente, fresco y muy poderoso. Todo eso se encuentra en esta incursión en el cine comercial de escandinavo Baltasar Kormakur. Venido del frío islandés, Kormakur busca la frontera entre el bien y el mal para, básicamente, ciscarse en ella. El argumento es súpertrillado: un hábil contrabandista (el gran Wahlberg) ha logrado entrar en el camino recto hasta que un cuñado más patoso que el recluta de Kubrick la pifia y vuelve a meterle en el fregado, quiera o no, vaya a que cuelguen de los pelos a la bella Beckinsale, que aquí hace un papel de esposa florero, aunque eso lo mismo nos da, que nos da lo mismo. Así pues, ya sabemos que no vamos a encontrar nada nuevo en esa mina cerrada. Sin embargo, Kormakur comienza a sacar oro a pico y pala, con mucha ansiedad en cada toma, con complicaciones del guión a cada giro de la trama. Una vuelta de tuerca: una atmósfera de presión más. Las manecillas del reloj que corren más deprisa, la aparición de un paranoico (excelente aunque breve) Diego Luna, la traición que no se espera, la ausencia y la lejanía. Todo se va enredando y parece que no hay salida. El islandés mete más paroxismo en el corazón del que sufre en la butaca y, de esta forma, el ritmo se vuelve asfixiante y la incertidumbre te vuelca el corazón. Pero todo sucede si te dejas llevar. Si das un paso atrás y ves la cinta con frialdad observas detalles nimios: esa calma fría que desprende Wahlberg (un problema para la cinta aunque no lo parezca) y un nimio pero constante deslizarse de la película hacia un final demasiado acaramelado. El desenlace es algo decepcionante porque en el teñir de campanas los malos ya son buenísimos y la estafa a la ley es pecata minuta. Vale, lo dejamos pasar, pero porque es Wahlberg, y solo porque es él...

«Tenemos que hablar de Kevin»

POR ANTONIO WEINRICHTER

Tilda Swinton posee un peculiar y poderoso físico que no la predispone precisamente a papeles maternales. Pero nunca había hecho una película que la enfrentase a un hijo que parece el Demian de “La profecía”: un niño que es el demonio en persona. Como el instinto de madre es inasequible al desaliento, lo que se presenta aquí es el choque entre una fuerza irresistible y un objeto inamovible: con las chispas resultantes se construye el poco luminoso argumento de una película que, aun en su sordidez, logra atrapar al espectador de forma notable. Quizá esto ocurra por ser una obra de mujer: escrita por una mujer, dirigida por otra y dominada por la Swinton, puede hablarse sin duda de una perspectiva femenina. El padre de Kevin, al que parece dirigirse la frase que titula el filme, está como ausente, o no quiere enterarse, durante gran parte del metraje, y el “combate” se da entre madre e hijo con la ferocidad de todos los grandes crímenes pasionales. La narración consigue ser al mismo tiempo un tanto previsible y un mucho pretenciosa por alambicada: partiendo de la subjetividad post-traumática de la protagonista se avanza de forma mecánica hacia un ordenamiento de los hechos por medio de un fastidioso flashback continuo y entrecortado: es un modelo antiguo, es lo que hacían en los años 70 Nic Roeg o Altman (en “Tres mujeres”) y ahora parece un tanto rebuscado. Pero supongo que logra crear un cierto sentido del suspense, a la espera del inevitable choque de trenes.

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