Xavier Rey, comisario de esa exposición excepcional, comenta: «En vida, Degas solo vendió y fue apreciado, públicamente, por sus bailarinas, sus caballos de carreras, sus escenas de café y vida diaria, en un París que estaba viviendo una gran transición histórica. Sin embargo, Degas consagró buena parte de su obra, durante toda su vida, al desnudo femenino. Pero esa obra, que conocieron y apreciaron muchos de sus contemporáneos, se quedó “enterrada” en su taller, sin compradores, jamás. Hasta que pasó a ser propiedad del patrimonio nacional. Con esta exposición se presenta, por vez primera, una visión completa del puesto excepcional que el desnudo femenino tuvo en la obra de Degas».
En un prostíbulo
Desde su primera juventud -pintando señoras y señoritas desnudas, a la manera del arte neoclásico- hasta la madurez definitiva -cuando Degas llegó a instalarse en un prostíbulo, para «observar de cerca»-, el artista resumía esa faceta proscrita de su obra con esta frase: «En verdad, me gusta mirar por la cerradura de las puertas».
Era una manera elíptica e irónica de confesar una realidad sensiblemente distinta. Degas se instalaba en un sillón -pertrechado con el material de trabajo un maestro del dibujo y el pastel, el óleo y la acuarela-, sentado frente a señoras y señoritas que podían encontrarse en los lugares más íntimos y variopintos -dormitorios, cuartos de baño, salones burgueses, salones prostibularios- y se pasaba horas y horas intentando captar la silueta de un número excepcional de jovencitas, jóvenes, menos jóvenes, maduras, menos maduras, dejándonos un impresionante legado de estudios sobre el desnudo femenino.
No son mujeres «ideales»
Degas, tras Courbet, fue uno de los primeros en «enterrar» el cuerpo idealizado de la mujer del gran arte clásico. Degas no idealiza: está consagrado a captar los infinitos matices, siluetas, contornos, geometrías, volúmenes y colores del cuerpo femenino, desnudo, en su gloriosa diversidad.
Las mujeres de Degas no son divinidades que salen inmortales de míticas aguas, como las señoras de Botticelli. Las mujeres de Degas salen de las aguas de bañeras, están secándose al pie de lechos abandonados, se perfuman ante espejos de habitaciones de paso, se despiertan o se duermen -quizá- tras un glorioso abrazo amoroso.
Degas llegó a instalarse en un prostíbulo, para poder trabajar con más «libertad». Pero, en verdad, no siempre es fácil distinguir o adivinar la condición social de las mujeres inmortalizadas por el artista. Todas ellas tienen algo bello y profundamente turbador. Pero no son mujeres «ideales», quizá tampoco son «grandes bellezas». Si son siempre mujeres muy atractivas, tocadas por la gracia de la mirada del artista.
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