Joan Guinjoan, en casa

Lo merece la persona y el creador, de ahí la precisión de la actual Carta Blanca que organiza la Orquesta y Coro Nacionales de España. A ella pertenecen alguna mesa redonda en la Residencia de Estudiantes, una cita en la Filmoteca Nacional para ver su ópera «Gaudí», una exposición en el Auditorio Nacional ordenada minuciosamente por Rosa María Fernández García, un libro grueso y sustancioso coordinado por José Luis García de Busto , amén de varios conciertos en la Fundación Juan March y en el propio Auditorio. Es obvio: no se trata de dar a conocer a quien ya se conoce, sino de justificar que Guinjoan esté, una vez más, en Madrid, que vuelva a traer su arte y ciencia.

La penúltima de las citas de esta Carta ha incidido en el Guinjoan reciente, aquel en el que técnica y espíritu se aúnan con más naturalidad. La sinfonía 3, «Sincrotrón-Alba» habla del potente acelerador de electrones inaugurado en 2010. Sonó junto con la «Fanfarria» que inauguró el Auditori de Barcelona, dos obras inventadas para solemnizar un acto social relevante. Deben ser de los últimos ejemplos de nuestra historia en los que la música ha servido para este tipo de función. Ahora se prefiere inaugurar con otros ruidos. Allá cada cual.

Lo cierto es que son obras de trabajada sintaxis, por eso ahí lo meritorio de la ordenada interpretación de la ONE, y gratificantes en la semántica, en este caso tenuemente sobrevoladas por Josep Pons. Sonaron, así lo aprobó el homenajeado, al lado de «Dafnis y Cloe» de Ravel, evidenciando el «malsano» gusto del oyente Guinjoan y la solidez de su música, impertérrita ante las ondulaciones de semejante obra maestra.