ruta 45: un año de la catástrofe
«La curiosidad es más fuerte que el miedo»
El corresponsal de ABC en Asia, Pablo M. Díez, entra por segunda vez en la zona de exclusión nuclear de Fukushima
PABLO M. DÍEZ
En abril del año pasado, cuando entré por primera vez en la zona de 20 kilómetros evacuada en torno a la central de Fukushima 1 pocos días antes de que la cerraran definitivamente, me encontré a Kazuyuki Suenaga. Como su casa, a siete ... kilómetros de la planta atómica, había sido barrida por el tsunami, se jugó el tipo para buscar a su gato, al que finalmente encontró herido entre las ruinas. Lo salvó. Cuando volví a quedar con Kazuyuki Suenaga al regresar a Japón este año, me contó que “mereció la pena jugarse el tipo por el pobre animal porque es como el hijo que mi mujer y yo nunca tuvimos”.
A eso se le llama valentía . En mi caso, no es el valor, ni mucho menos, lo que me ha impulsado a entrar de nuevo en la zona de exclusión nuclear de Fukushima. Tan sabia como siempre, mi madre diría que es la inconsciencia, pero yo creo que es la curiosidad, sin la cual no se entiende este viejo oficio del periodismo tan vapuleado por los nuevos tiempos.
Aunque internet y las restricciones presupuestarias nos tienen a los “plumillas” haciendo más refritos de teletipos que pisando la calle, lo único importante para ejercer el periodismo es estar en los lugares donde ocurran las cosas y tener la curiosidad para contarlo. Parece sencillo, pero en realidad no lo es.
Como tampoco lo es entrar en Fukushima. Para acceder a la zona de exclusión nuclear, hizo falta, además de la consabida curiosidad, mucha suerte. El Gobierno japonés está restringiendo al máximo los permisos de entrada para los medios de comunicación, sobre todo los extranjeros. La explicación oficial es por motivos de seguridad debido a la alta radiación, pero más bien parece una excusa para que las ruinas de la siniestrada central y sus alrededores no se conviertan en un circo mediático, con las estrellas de televisión emitiendo en directo con sus trajes especiales.
A cambio, organiza de vez en cuando visitas guiadas a la central de Fukushima a las que suelen ir, además de los medios nipones, las grandes agencias y televisiones internacionales, pero hasta periódicos de renombre mundial se han quedado fuera de dicha convocatorias.
A pesar de todas estas cortapisas, compañeros de otros medios españoles también han logrado entrar en la zona prohibida de Fukushima. Enhorabuena por el éxito y, sobre todo, por su suerte. En el caso de ABC , fue gracias a la ONG Heart Care Rescue, dirigida por el exsurfero y monje budista Bansho Miura, quien nos invitó a acompañar a Yutaka Kuwabara, un antiguo residente que el viernes obtuvo el permiso oficial para visitar su casa. También resultó fundamental la excelente labor de nuestro traductor y “fixer” en Japón, Ryotaro Sakurai , a quien los lectores de nuestro periódico deben buena parte de las historias que el fotógrafo Álvaro Ybarra Zavala y yo hemos publicado estos días con motivo del aniversario del tsunami.
Antes de cruzar con una furgoneta alquilada el control en la frontera con Minamisoma, nos pertrechamos con un traje aislante, máscaras protectoras, botas de plásticos y dos capas de guantes de látex. Desde que fue cerrada en abril del año pasado, entrar en la “zona muerta” de Fukushima se había convertido para mí en una obligación porque tenía una enorme curiosidad por ver cómo se conservaba este lugar totalmente abandonado y por donde solo se mueven los técnicos ataviados con sus fantasmagóricos trajes blancos. Tener el privilegio de ver semejante escenario de película, pero sabiendo que es de verdad, y luego poder contarlo compensa el riesgo, que por otra parte –y quizás aquí habla la inconsciencia– no debería ser tan elevado porque sólo se puede estar dentro desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
Radiactividad, ni se ve ni se huele
Como la radiactividad ni se ve ni se huele, el miedo solo aflora cuando empiezan a sonar las alarmas de los contadores Geiger y los niveles suben a toda velocidad en sus pantallas. Pero la curiosidad, y sobre todo la emoción de ver y vivir algo que muy poca gente puede contemplar, se imponen. Además, todos estos riesgos o peligrosos se convierten en una fuente de inspiración para intentar expresar de la mejor forma posible, o al menos de la más fidedigna, lo que nos cuentan las personas que entrevistamos y lo que uno está experimentando en ese momento.
Perdonen si, con mi torpeza, no lo he conseguido. Para la próxima vez, prometo que intentaré hacerlo mejor. Porque, lejos de saciarse, mi curiosidad no ha hecho más que aumentar con esta segunda visita a la zona evacuada de Fukushima y ya se ha propuesto otro objetivo para más adelante: entrar en la central.
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