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LA NADA NADEA

A cualquier precio

Los tribunales dirimen un conflicto que no enfrenta a los defensores de catalán o castellano como única lengua vehicular, sino a los primeros con los que desean que ambas lo sean

JUAN CARLOS GIRAUTA

CADA paso adelante en la construcción nacional de Cataluña exige un paso atrás en las libertades y derechos de los catalanes, y hay que ser cándido para ver aquí una paradoja. ¿Dónde está escrito que una nueva nación soberana, producto de la quiebra de España, haya de procurarnos mayores cotas de bienestar, más anchos horizontes o más plenas libertades de las que ya gozamos? No nos engañemos; salvo honrosas excepciones en forma de «independentismo no nacionalista» (tendencia muy minoritaria), los precursores del abandono de España están dispuestos a sacrificar estabilidad, prosperidad, libertades, Unión Europea y el futuro de sus hijos (y de los ajenos) en pos de un conglomerado emocional, no racional; un ensueño sentimental, no un proyecto práctico; una quimera romántica (en sentido estricto) y una pasión arrebatada de identidad y pertenencia, no un perfeccionado Estado de Derecho. Los últimos avatares de la lengua vehicular en la escuela ilustran el juego. En Cataluña hay dos lenguas oficiales y sólo una de ellas es vehicular.

Es un caso de discriminación objetiva que los nacionalistas intelectualmente más exigentes ya no se molestan en negar. Los tribunales dirimen un conflicto que no enfrenta a los defensores de catalán o castellano como única lengua vehicular, sino a los primeros con los que desean que ambas lo sean. El Tribunal Constitucional dio la razón a estos últimos. Asimismo el Tribunal Supremo, como ya lo había hecho el TSJC. Instado a cumplir con la ley y las sentencias, el gobierno de la Generalitat presentó recurso mientras anunciaba que no alteraría el modelo actual.

Venda antes de la herida, o desacato preventivo. Como suele suceder por estos lares, en el momento oportuno se han movilizado las múltiples y bien financiadas terminales que los cachondos llaman «sociedad civil», sometiendo al TSJC a una presión que, obviamente, no ha soportado. Para que un tribunal se desdiga y enmiende la plana al Supremo hay que minar su independencia.

Así se ha hecho. Por una causa mayor. La que todo lo justifica. Cuando seamos independientes, no quedará sobre este suelo nada parecido a las libertades políticas.

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