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Gervasio Sánchez planta los desastres de la guerra en el corazón de Madrid

«Antología» recoge 25 años de fotoperiodismo en guerras y posguerras de América, Europa, África y Asia

CORINA ARRANZ

ALFONSO ARMADA

Te reciben a tiros. Aquella noche de diciembre de 1992, los que cercaban la ciudad de Sarajevo no estaban dispuestos a dar tregua a la capital de Bosnia-Herzegovina . Y la mole del hotel Holiday Inn, construido para los Juegos Olímpicos de Invierno, junto a la Avenida de los Francotiradores, era un blanco fácil.

Abrimos la puerta de una de la habitaciones que daban a la fachada que daba a las colinas donde estaban emboscados los artilleros y los francotiradores serbios. No tenía pared. Agazapados, pisando cristales, asistimos a ese zafarrancho que Gervasio Sánchez recogió en su grabadora de bolsillo. No solo tomaba fotografías, sino que escribía y hacía radio.

Casi nueve minutos de cañonazos y armas automáticas. Es lo primero que se escucha al entrar en el antiguo edificio de Tabacalera, donde ayer se inauguró “Antología”, su viaje retrospectivo por veinticinco años de fotoperiodismo. Los lúgubres y desconchados corredores de la antigua Tabacalera, en el barrio madrileño de Embajadores, no han sido adecentados. Hace frío. Parece un hospital no muy lejos de la línea del frente. Un espacio inmejorable para ese repaso por cinco brazos de un árbol doloroso, pero vivo: América Latina (1984-1992), Balcanes (1991-1999), África (1994-2004), Vidas minadas (1995-2007) y Desaparecidos (1998-2010).

Dedicatoria

“Esta ‘Antología’ está dedicada a todas aquellas personas que me ayudaron en este largo viaje de un cuarto de siglo”, escribe en el arranque del catálogo. Pero sobre todo a compañeros muertos en acto de servicio mientras Gervasio Sánchez cubría las mismas o parecidas guerras y posguerras en El Salvador, Guatemala, Croacia, Bosnia, la República Democrática de Congo, Liberia, Somalia, Sudán, Sierra Leona, Angola, Mozambique, Afganistán, Irak... Juantxu Rodríguez, Jordi Pujol, Luis Valtueña, Miguel Gil, Julio Fuentes, José Couso, Julio Angita Parrado y Ricardo Ortega .

Como escribe en un catálogo que no se puede abrir sin conmoverse, “todos ellos murieron o fueron asesinados mientras ejercían el periodismo con mayúsculas en la delgada línea que separa la vida de la muerte. Todos ellos embellecieron, fortalecieron y dignificaron este oficio tantas veces pisoteado por hombres y mujeres sin escrúpulos que, desde sus puestos directivos, se dedican a defender a cualquier precio los intereses enmascarados de sus empresas”.

Son 148 fotografías, cerca de cien retratos y seis audiovisuales, comisariados por la fotógrafa Sandra Balsells, que pidió como condición al colega poder sumergirse en su archivo en Zaragoza. De ahí rescató veinte imágenes inéditas. “A veces el autor no es el mejor editor, y unos ojos ajenos ven lo que él no ve”. Ella no comparte del todo la idea de que sus proyectos más sólidos y literarios (“Gervasio no es sólo un fotógrafo, es un fotoperiodista, que escribe y va más allá”), como “Vidas minadas” o “Desaparecidos” son los que contienen imágenes que van a perdurar, “porque hay fotos que son iconos de la fotografía documental española y van a quedar como tales”.

«Fotógrafo de guerra»

Tiene toda la lógica del mundo que su blog se llame Los desastres de la guerra . Hablando en una ocasión de su obra, el escritor y crítico de arte británico John Berger , autor de libros tan útiles como “Modos de ver”, dijo que “si Goya viviera hoy día sería un fotógrafo de guerra” . La última imagen de este recorrido por túneles en los que a pesar del espanto siempre queda un resplandor perfectamente humano es la de la mozambiqueña Sofía Elface Fumo, víctima de una mina antipersona, a quien fotografió por primera vez en febrero de 1997, cuando tenía 14 años.

El fotógrafo la ha ido acompañando, como a todos los retratados en la serie “Vidas minadas”, a lo largo de todo este tiempo. En la imagen tomada el pasado 13 de febrero, el día en que cumplía 30 años, con sus hijos, Leonaldo y Alba. Una prueba de vida. En abril, Gervasio Sánchez volverá a carretera, otra vez a Afganistán, a perseguir los desastres de la guerra. Y a tratar de palpar algo de luz al final de un túnel perfectamente humano.

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