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ANÁLISIS

Putin: Él es Rusia...

Hoy los rusos le votarán para que vuelva a la presidencia, que ya ocupó de 2000 a 2008, se la cedió a Dimitri Medièvev y ahora la recupera, de una tacada o en una segunda vuelta

ENRIQUE VÁZQUEZ

Hace unas tres semanas, la flor y nata del KGB, los servicios secretos rusos, acudio en un cementerio moscovita al homenaje rendido a una de sus leyendas, el agente Guerork Vartanian, multicondecorado y que acababa de morir cerca de los noventa años. Entre los presentes estaba Vladimir Putin. Lógico: el muerto era un distinguido colega porque, es sabido, el hoy primer ministro y con seguridad próximo presidente de la Federación Rusa, es del oficio y su carrera empezó y se desarrolló mucho tiempo en el KGB.

Hoy los rusos le votarán para que vuelva a la presidencia, que ya ocupó de 2000 a 2008, se la cedió a Dimitri Medièvev y ahora la recupera, de una tacada o en una segunda vuelta. No solo no hay sorpresa en que un espía sea un político y reciba eventualmente la primera magistratura, sino que es una tradición desde los días de la Cheka leninista. Pocos recuerdan ya que en la Rusia post-soviética han sido primeros ministros ya dos grandes figuras de los servicios de inteligencia, Mijail Fradkov y Evgenny Primakov quien fue además ministro de Exteriores y es un escuchado octogenario que también estaba en el camposanto.

Los servicios secretos son todavía un pilar del sistema, han crecido mucho y se han modernizado, disponen de grandes medios y mantienen la tradición que permite percibir a Rusia como un país asediado por sus enemigos, siempre en guardia, como si temiera que un fantasmagórico IV Reich estuviera preparando su invasión. El largo régimen estaliniano y la gesta de la victoria sobre Hitler labraron la reputación de los servicios, que subsisten lozanos y en auge con varios nombres: el KGB es ahora el “Servicio Federal de Seguridad” y su gran aparato de inteligencia internacional es el SVR.

'Mister Rusia'

Frente a la sobriedad occidental al respecto, en Rusia el valeroso servidor público que es el agente confidencial tiene buena prensa, no en la oposición liberal, desde luego, pero sí en la calle… es decir, allí donde Putin recoge sus votos. Atlético por gusto, fibroso y en gran forma, Vladimir gusta de fotografiarse en escenarios que sugieren valor o esfuerzo, es musculoso y optimista, firme y… también populista y, desde luego, nacionalista.

El es la cara de Rusia, una especie de “Mr. Rusia”. Es el político nacional por definición, el ejemplo del patriota que se acomoda mal con el cosmopolitismo (la horrible palabra de resonancia estaliniana) que se atribuye a la oposición liberal, percibida como entreguista y anti-nacional. El discurso de Putin, que no se inhibe ante las acusaciones de que su discurso es arcaico, populista y de perfume aldeano, retoma la tradición soviética en su dimensión nacionalista y entiende advertir al pueblo de la amenaza exterior salvo que el país sea una gran potencia militar, se mantenga unido y firme.

Es verdad que esto es también el resultado del proceloso y convulso periodo post-soviético, tras el desconcierto suscitado por el reformista Gorbachov al firmar la disolución de la URSS y el advenimiento del largo periodo de Boris Yeltsin, descubridor perspicaz del joven de San Petersburgo con conexiones en Alemania (el oficial de inteligencia Putin ejerció como tal en Alemania) y quien fue uno de sus mejores recaderos personales. Yeltsin le protegió y afianzó su carrera donde se hacía entonces una carrera, en la llamada “administración presidencial”, la casa civil del Jefe del Estado que funcionó como un gobierno paralelo al servicio del presidente.

Una cuestión generacional

Este periodo de consolidación culminó en 1998. Putin, ya con una base política y clientelar en Moscú, decidió volar más alto y crear un partido de masas hecho de funcionarios y gente del común, la masa que no terminaba de recibir una orientación de país pero no quería votar necesariamente al partido comunista. El nombre final de la formación, “Rusia Unida”, ahorra comentarios. Es una maquinaria bien engrasada al servicio de un proyecto fuertemente personal que, sin embargo, respeta las prescripciones legales.

Visto lo visto en Rusia en materia de genuinos hábitos democráticos, funcionamiento de la Justicia, tratamiento de los conflictos territoriales o calidad media de la prensa, es obligado volcarse en la explicación que necesariamente tiene el fenómeno Putin. Y esta parece ser esencialmente generacional: Putin estaría llenando el paréntesis que parece ser la vida rusa tras la revolución de Yeltsin – que, entre otras cosas, procedió a facilitar un gigantesco programa de privatizaciones y creó la nueva clase de oligarcas multimillonarios, muchos de los cuales se arreglan bien con Putin y otros, como Berezovski o Jodorkovski, rehusaron el papel y pagan las consecuencias, con el auto-exilio o la cárcel.

Pero lo que parece entre nosotros arbitrariedad es en Moscú solo una crítica parcial y con problemas de expresión y el discurso oficial funciona, en la medida en que es percibido como nacional, popular y patriótico. La generación que hizo y ganó la II Guerra Mundial ya no está y la siguiente desmanteló la URSS porque tal cosa era inevitable, pero el campo putinista, que redistribuyó los papeles y cambió el rumbo, le reprocha el cómo y sobre todo el para qué. El célebre “ruso medio” prefiere la seguridad elemental del putinismo que, en definitiva, es conservador. Con la próxima generación, los adolescentes y jóvenes que solo han visto a Putin al timón, todo será distinto…..

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