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Museo Arqueológico Nacional, la nueva joya de la corona cultural en Madrid

La obra arquitectónica ha concluido y las piezas comienzan a ocupar su espacio. ABC desvela el proyecto

ABC

NATIVIDAD PULIDO

Aunque Prado, Reina Sofía y Thyssen se lleven la fama, los visitantes y la mayoría de los presupuestos museísticos de Cultura, hay en Madrid otros museos que, pese a la altísima calidad de sus colecciones, han estado siempre a su sombra. Es lo que le ha ocurrido al Arqueológico Nacional , anclado durante décadas en «cualquier tiempo pasado fue mejor». Ya era hora de retirar de este museo ese tufo a naftalina que ha impedido valorar los grandes tesoros que alberga. El museo adolecía de instalaciones obsoletas, problemas de accesibilidad, falta de adaptación a las normativas actuales... Tenía que mejorar su comunicación interna, actualizar su discurso museológico y poner en valor su colección permanente.

El museo, obra del arquitecto Francisco Jareño y Alarcón, se abre al público en su actual sede en 1895. Se halla en el antiguo Palacio de Bibliotecas y Museos de la calle Serrano: la Biblioteca Nacional ocupa dos tercios del mismo, y un tercio, el Arqueológico Nacional. Este ha sufrido algunas reformas a lo largo de su historia . La última, en 1968, cuando estaba al frente del museo Martín Almagro.

Pero este museo, como sus propias colecciones, seguía anclado en el pasado. Se convoca un concurso de ideas en 2006: se adjudica a la UTE Frade Arquitectos S.L. y Prointec S.A. Juan Pablo Rodríguez Frade sabe muy bien lo que es remodelar museos: el Palacio de Carlos V en la Alhambra, proyecto por el que ganó el premio Nacional de Restauración; el Museo Sefardí de Toledo, el Museo Municipal de Arte Contemporáneo y el Museo de Historia, ambos en Madrid; el Museo de Medina Azahara en Córdoba... En primavera de 2010 se convoca el concurso para la museografía del museo, que gana de nuevo Frade Arquitectos, en colaboración con la UTE Acciona-Empty. El presupuesto de las obras ha sido de 33.094.008 euros. A ello ha habido que sumar 18.666.200 euros más de equipamiento y museografía . En total: 51.760.208 euros. Un presupuesto que parece «razonable» —aunque sea políticamente incorrecto decirlo en estos tiempos de crisis—, si tenemos en cuenta la complejidad de las obras llevadas a cabo o lo que nos costaron otros museos.

Durante más de tres años, la mayoría de los trabajos se han llevado a cabo con parte del museo abierto. Se expusieron en una sala sus tesoros y ha habido visitas guiadas para que el público pudiera conocer la obra arquitectónica y una exposición con fotografías de José Manuel Ballester, que ha inmortalizado el proceso de reconstrucción. La obra arquitectónica está acabada y a punto de entregarse. Falta por saber si el nuevo museo se abrirá escalonadamente por zonas —como pretendía el anterior Ministerio de Cultura— o si Wert prefiere esperar a finales de año para inaugurarlo cuando esté completamente terminado.

Recorremos el edificio, aún con las tripas al aire, junto a su artífice, Juan Pablo Rodríguez Frade. Llama la atención que es una arquitectura anónima, sencilla, limpia, sin alardes, silenciosa. De 7.000 metros cuadrados se pasa a 9.000 . Apenas habrá más obras expuestas (seguirán en torno a 12.000; más de un millón se mantienen en los almacenes), pero sí cambiará radicalmente el entorno en el que se exhiben y los servicios al visitante, que hasta ahora eran casi inexistentes. El primer gran cambio se verá ya desde la entrada. No se entrará al museo por la parte noble, como hasta ahora —reservada para personal y actos protocolarios—. Se han creado tres puertas de bronce ranurado en el ala sur.

Espectacular cubierta

Uno de los aspectos más llamativos de la intervención arquitectónica es la construcción de una espectacular cubierta de acero y vidrio en los dos patios (ala norte y sur). Ambos estaban cubiertos originalmente, pero en los años 40 y 50 Luis Moya desmontó las cubiertas originales. Frade ha querido recuperar este espacio como referente museográfico. Ambos tienen acceso por la planta 1. En el patio del ala norte se instalarán grandes piezas del mundo ibérico, entre ellas el Sepulcro de Pozo Moro; en el Sur, esculturas romanas. En ambos se han creado sendas escaleras voladas de gran belleza.

No se ha escatimado en la calidad de los materiales: travertino sin rellenar en el suelo y los muros; madera de Merbau (del sudeste asiático), muy resistente, que además insonoriza bastante. En los techos, la madera es ranurada. El suelo es radiante.

Visitamos la planta sótano, donde están los almacenes de obras de gran formato y peso, una sala de exposiciones temporales y dos salones de actos: uno para 200 personas (para conciertos, presentaciones), con un foyer anexo, y otro para 70. Esta zona puede funcionar a museo cerrado para eventos.

La planta baja (anteriormente era la -1, donde se exhibían las obras de Egipto) es ahora un gran espacio de acogida al visitante (vestíbulo, mostrador de información con paneles digitales...) Contará con una tienda, taquillas (las hay colectivas para colegios), guardarropa, una sala de usos múltiples para actividades didácticas o pequeñas exposiciones, una cafetería —el museo no tenía— con terraza exterior a Serrano y un jardín del que se ocupa el mismo equipo que hizo el parterre del Prado. En esta planta se ha instalado una zona, denominada «Arqueología y patrimonio», que servirá de introducción a la visita al museo. Habrá grandes paneles digitales en forma de mosaico. Será una zona interactiva, donde poder descubrir los trabajos de los arqueólogos españoles en el extranjero. Muchas piezas se agolparán en una especie de peceras que simularán los yacimientos. Aquí estará la parte dedicada a la Prehistoria.

La primera planta alberga el corazón del museo: el mundo ibérico. «España, lugar de encuentros» acoge Protohistoria, Hispania (incluyendo Roma) y parte del arte medieval (hasta Al-Andalus). En una de las salas hay repartidos por el suelo espectaculares mosaicos. Un grupo de técnicos se afanan por instalar uno de ellos en la pared. El proceso es complejo. Nos dice Frade que los habrá tanto en el suelo como en las paredes. La entreplanta entre los pisos 1 y 2 estará dedicada a la exposición de numismática. El museo atesora una colección de más de 300.000 piezas. Llegamos a la segunda planta: «De gabinete a museo». Se completa el arte medieval, a partir de los Reinos Cristianos. Se mantienen las salas nobles del museo. En el ala de la calle Villanueva se ha instalado el departamento de numismática con la impresionante cámara acorazada: un espacio muy singular que descansa sobre la sala Cervantes de la Biblioteca Nacional. Está suspendida y es un gran reto arquitectónico. Además, esta planta alberga Próximo Oriente, Egipto, Nubia —hay una sala impresionante dedicada al Nilo—, Grecia y la Edad Moderna.

Plantas no expositivas

Las dos plantas restantes no son expositivas. La tercera acoge almacenes «visitables» de obras de menor formato y despachos de conservadores. La cuarta: Gerencia y Dirección, una biblioteca con luz cenital, sala de lectura, el archivo histórico... Un espacio en doble altura en las plantas 3 y 4 ocupa el área de restauración que, durante los trabajos del edificio, se ha instalado provisionalmente por todos los rincones. Un equipo trabaja con unas preciosas vigas mudéjares en uno de los patios, mientras otro se ocupa en una de las salas de devolver todo su esplendor a unos paños bordados del siglo XVII. Se crean «in situ» peanas y vitrinas con moldes de cada una de las piezas para que encajen a la perfección. Esperando su turno para lucir de nuevo espléndidas, las esculturas permanecen ocultas, envueltas con plásticos. Parecen fantasmas.

Queda ya muy poco para que la Dama de Elche, la Dama de Baza, la Esfinge de Agost, la Leona de Baena, el Toro de Osuna, la Gran Dama Oferente, la Dama de Ibiza, la Estatua sedente de Livia, y tantos tesoros que alberga este museo, luzcan como nunca en su nueva y espectacular casa. Un Museo Arqueológico para el siglo XXI.

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