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ARTES&LETRAS

¿Por qué todavía la pintura?

En su colección Correspondencias, la editorial Pre-Textos publica "De la fatiga de lo visible", donde Marek Sobczyk reivindica el género pictórico como vehículo expresivo irrenunciable

LOLA MASCARELL

No sólo el porqué, sino por qué y todavía. Por qué y todavía en tanto que la pintura no puede pensarse lejos de la relación que establece con el presente. Porque hay quienes dicen que hoy la pintura es una técnica obsoleta que debe superarse. Y también porque envueltos como estamos en la balumba de lo visible, enredados en la hemorragia y la proliferación de imágenes que anega nuestros días, exhaustos y fatigados por su terca omnipresencia, la pintura, como la imagen, se banaliza. Por eso resulta necesario no sólo seguir pintando, sino buscar de nuevo el sentido de la pintura, “volver a descender a la fuente de su necesidad”. Una necesidad no entendida como hambre o como utilidad, sino en su sentido aristotélico como aquello que no puede ser de otro modo, o en su sentido ontológico, como algo que no puede no existir.

Con una delicadeza y lucidez admirables, Marek Sobczyk, nos invita a zambullirnos en el caudaloso río de esa reflexión: pensar la pintura, pensarla de la única forma que puede pensarse, pensarla con imprecisión, con vaguedad, con la misma imprecisión y vaguedad con la que nos habla la pintura, lejos, muy lejos, de todos los vanos intentos de explicar con palabras lo que ocurre al margen de las palabras o de convertirla en una burda herramienta intelectual.

De la fatiga de lo visible (Pre-textos, 2011) es la necesidad de tomar conciencia, de advertir que el discurso pictórico queda en ocasiones anulado por su propia autoconciencia, por su afán de explicarse, por su conversión en discurso, y que por tanto, para no perder el pie, habría que regresar a los verdaderos motivos de su nacimiento, a su carnalidad, a su presencia física, a su vocación de ser materia y misterio, y no un simple mecanismo de comunicación. Algo que, además, comporta una enseñanza ética: la autenticidad de un postulado que revindica la importancia de pararse, de prestar atención, de detenerse en estos tiempos vendidos a la hiperactividad y a la prisa, en esta “sociedad exasperada por el movimiento y la apariencia”. Detenerse y mirar es la principal condición del pintor. Y también del poeta.

Y es que, como no podía ser de otro modo, en Marek se dan las dos vertientes: conoce y practica la pintura, y conoce y practica también la poesía. Y eso es algo que leyendo este libro resulta irrefutable. Porque es el suyo un texto poético, un texto que se abre, que germina y florece en nuestro adentro, un decir que arrastra y que conmueve, que nos lleva en el ritmo de su mecánica, de su fluir, a recovecos de nuestra propia conciencia, de nuestra propia relación con lo real. Todo eso acompañado de un uso magistral y clásico de la metáfora: el intento por tratar de decir lo indecible, lo que no se puede decir de otro modo porque es agua, sedimento, barro resbaladizo. De este modo, cada frase se convierte en una simiente preñada de sentido, una semilla repleta de filosofía y de amor a la pintura. Y es a través de ese pensamiento intuitivo, de ese afecto por el lenguaje y por las palabras, de esa lentitud con la que va desgranando las hebras de su pensar, por donde se vislumbra, de vez en cuando, la luminosa gema de una deslumbrante verdad, la inexplicable verdad de la pintura, espíritu encarnado en materia, nuestro espejo.

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