El niño que grabó a Superman

A Kike Maíllo el «gusanillo» del cine le vino implantado como los «chips» a los robots de su primer largometraje, «Eva», ganador de tres premios Goya en las categorías de Mejor Dirección Novel, Mejor Actor de Reparto y Mejores Efectos Especiales. Recuerda su padre, Manuel, que su primer amago de convertirse en el director que es llegó a los 12 años. «Habíamos comprado una videocámara en Nueva York y, a los pocos meses de estar en casa, se le ocurrió grabar. Kike se disfrazó de “Superman” y con ayuda de su hermana filmó la escena. Había volcado la cámara, así que parecía que estaba volando, cuando en realidad estaba echado en el sofá».

Nueva York fue uno de los múltiples destinos que Manuel visitó junto a su familia en los años setenta. «Hemos viajado muchísimo, lo que antes era raro para una familia de clase media. Cogíamos una furgoneta y adelante. A Kike, ya con 13 meses le llevamos a París y Londres, y teniendo su hermana 11 meses y él tres años “aterrizamos” en Yugoslavia».

Ese afán por ver más allá de las fronteras españolas en una época en la que no era tan común viajar le ha servido a Kike Maíllo para no amedrentarse con su vaticinadora «Eva», película por la que le tildaron de «valiente y arriesgado». «Los viajes te abren la mente. Te hacen pensar en cosas que si estás en un terreno reducido no las haces», recuerda su padre que dijo el cineasta durante el coloquio organizado tras la presentación de su película en Salamanca.

Pero no sólo su vida, sino también la de su padre, le ha inspirado en sus primeros trabajos. «Me sorprendió mucho verme retratado en “Las cabras de Freud”», el cortometraje protagonizado por Tristán Ulloa con el que se graduó en la especialidad de Dirección Cinematográfica en la ESCAC (Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya): «Trata de un chico que se había ido a vivir al pueblo después de una separación, que es justo lo que yo había hecho», resume Manuel, que desde hace años reside en Villanueva del Conde, un «coqueto» pueblo de la Sierra de Francia y desde donde disfrutó «emocionado» la gala de los Goya.

Tras el éxito de su primer cortometraje (Premio FAD 1999), Kike inició su actividad como docente en la ESCAC, donde supervisa las clases de prácticas e imparte varias materias de guión y dirección cinematográfica. Un «papel» didáctico del que no se olvidó hace una semana en la gala de los Goya, cuando tras recoger el Premio a la Mejor Dirección Novel hizo levantar de su butaca a la protagonista de su largometraje, la niña Claudia Vega, para recordarle que «sólo con tu trabajo, tu tesón, tu estudio, llegarás donde quieras. Yo no sé si es mucho o poco, pero gracias a estudiar estoy aquí. Primero en los colegios públicos maravillosos y luego en la ESCAC, la escuela de cine donde aprendí todo lo que sé de este negocio.

Aunque Manuel no se acuerda si algún día dio a Kike este consejo —«probablemente», confiesa», lo que sí recuerda es que le sorprendió mucho que en 1994, después del primer curso, dejara su carrera de Ciencias Matemáticas para comenzar en la entonces recién creada ESCAC. «Él ha dicho muchas veces que el cine, igual que la música, tiene muchas cosas que son científicas, de matemática pura, y yo creo que sí».

La primera vez que Manuel tuvo conocimiento de «Eva» fue a través de unos dibujos colgados en la pared del piso de Kike. «Recuerdo que tenía, minuto a minuto, todas las secuencias colgadas de lo que ocurría en la película. Luego eso se convirtió en un guión. Su padre también estuvo presente en el rodaje. «Era uno de los últimos días. Vimos a Lluís Homar —Goya al Mejor Actor de Reparto— y nos enseñaron uno de los robots. La verdad es que era una monada». Enfrascado en su escuela y en sus proyectos a Kike no le queda demasiado tiempo para ir a Villanueva del Conde, donde aún conserva la pandilla de su juventud. Quizá algún día le sirva como inspiración para una de sus películas.