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«La invención de Hugo» y «Mi semana con Marilyn», entre las críticas de los estrenos del 24 de febrero

La película de Scorsese, la más nominada este año a los Oscar, se mide en la cartelera con la interpretación de Michelle Williams

«La invención de Hugo» y «Mi semana con Marilyn», entre las críticas de los estrenos del 24 de febrero ABC

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POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

El cine puede ser muchas cosas, sí, pero, en lo que a mí respecta, el cine es esto, una llave compartida que le da aliento, vida, que abre y da movimiento a unas emociones que estaban ahí, quietas, a la espera de ese gesto de vuelta de manivela. Podría decirse que "La invención de Hugo" es un homenaje al cine, pero es mucho más: es un elogio a lo ilusorio, al anhelo, al tiempo rescatado, al homenaje en sí mismo, y el portento es que lo cante en alto un cineasta como Scorsese, capaz de hacer un cine de pedernal y sentirlo con el delirio y el espejismo de quien dibuja animales con la forma de las nubes. En un 3D prodigioso, alucinado, entre los mecanismos de relojes sin tiempo, maquinarias de sueño y estaciones de tren, la película se concentra en un niño huérfano y su mundo, hilado con la memoria de George Méliès y sobre la metafórica imagen de un cohete rudimentario clavado en el ojo de la luna. Técnicamente, "La invención de Hugo" sacia la avidez de cualquier ojo, y su puesta en escena, su visualidad, el modo en que se mezclan las sensaciones de cine arcaico con lo nunca visto, el movimiento con el sentimiento, el guiño con la cinefilia y la razón con el corazón lo mantienen a uno como al autómata de la película, siempre a la espera de otra media vuelta de la llave. Pura magia: uno no tiene edad mientras ve esta película, igual cinco que noventa y cinco, y asiste jovial a las carreras chaplinescas del niño delante del policía que interpreta Sacha Baron Cohen con el corazón de Charlot, y asiste también con nostalgia centenaria al sentimiento de pérdida de Ben Kingsley, que mira hacia atrás con los ojos de Méliès, el padre de todas estas batallas, la mayoría de ellas lamentablemente perdidas.

POR O. R. MARCHANTE

Hay dos historias, dos temperaturas, que se quieren entrelazar aquí con la armonía de dos manos amantes, y ambas las cuenta el recuerdo de Colin Clark, de cuyas memorias emerge visualmente "Mi semana con Marilyn". La del propio Clark con Marilyn Monroe durante los días de rodaje de "El príncipe y la corista", suave, neblinosa, profundamente romántica, y la de la gran estrella con todo lo que le rodeó durante aquel rodaje, con Laurence Olivier, con el torbellino de su personaje, Elsie Marina, con su recién marido Arthur Miller, con su frustrado embarazo... Lo extraordinario de la película que ha dirigido Simon Curtis es la precisión con la que llega hasta el alma brumosa y desventurada de la gran estrella a través del cuerpo de otra actriz, Michelle Williams, que moldea su carácter, su complejidad, su fortaleza y fragilidad con enorme detalle interior. Sin duda, una interpretación que vale un Oscar, se lo den o no. En ese estadio, el de la instantánea en aquel tiempo de la estrella imprevisible, insegura, quebradiza y, por momentos, resplandeciente, "Mi semana con Marilyn" se eleva hasta lo casi sublime, y las anécdotas del rodaje, su modo de estar y no estar en él (su infinita impuntualidad), el retrato que Kenneth Branagh hace de un desesperado Laurence Olivier o el de Judy Dench de la shakespeariana Sybil Thorndike, resultan tan divertidos y exasperantes como enternecedores; en cambio, lo que es la memoria del levísimo romance entre aquel muchacho y la estrella flota sin tanto sentido en el magnífico cuadro, aunque funciona en realidad como un mero marco del asunto. La ambientación es exquisita y el esfuerzo de Michelle Williams por "rellenar" el paraíso carnal de Marilyn Monroe hay que tomarlo como lo que es: un empeño.

POR O. R. M.

Como un documental con el ojo guiñado, "Polisse" simula frescura y agitación en su retrato del día a día de la brigada de protección de menores de la policía de París, aunque lo ficticio y lo novelesco se le acaban subiendo a horcajadas al lomo del argumento. La dirige y protagoniza la peculiar Maïwenn Le Besco, que pretende reunir demasiados elementos, desde el puramente romántico (con una delirante historia entre su personaje, fotógrafa, y uno de los policías), hasta el étnico o el puramente policíaco. Tal vez se deba a un problema de ritmo, pero el caso es que el espectador se queda fuera del meollo de la brigada, como si se cayera del coche, mientras que los policías enhebran investigaciones y casos a velocidad de vértigo, y saltan de suceso en suceso sin conseguir la más mínima adhesión sentimental, a pesar de que al tratarse de menores los debiera hacer especialmente emotivos. No produce eso que ahora se llama empatía. Es un filme rápido, duro, seco, con un punto de vista tan frío como la cámara del personaje de Maïwenn, espinoso en su retrato de grupo, pero que se añoña en el individual y por parejas.

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