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El ocaso de la diva

La cantante y actriz deja tras de sí una exitosa carrera salpicada de ventas multimillonarias pero también de escándalos y adicciones

DAVID MORÁN

«Incluso si no hace nada más, seguirá siendo la voz negra de jazz más apasionante y original de su generación», puede leerse no en una antología crítica del pop negro de los ochenta ni en una sesuda historia de la música americana, sino en «American Pshycho», la novela de Bret Easton Ellis que pasa revista a las disfunciones de la década de los ochenta y que dedica nada menos que siete páginas a glosar la figura de Whitney Houston. «Sorprendentemente, “Whitney Houston” es uno de los discos de Rythm And Blues más cálidos, más complejos y perfectos de la década, y la propia Whitney tiene una voz que casi ni se puede creer», remata Ellis en un texto que, pese a no tener gran valor musical, sí que ayuda a entender el deslumbrante brillo y magnetismo que durante las décadas de los ochenta y los noventa rodearon a Whitney Houston, cantante de voz portentosa y exuberante y artista capaz de combinar una más que jugosa carrera discográfica —más de 140 millones de copias despachadas— con el éxito masivo de su salto al cine con «El guardaespaldas».

Luego llegaría el cambio de siglo, la tormentosa relación con su exmarido, Bobby Brown, la adicción a las drogas, los conciertos cancelados y, en fin, más de diez años de agónico ocaso rubricados por una dramática coda final. Porque el final de Whitney Houston (Nueva Jersey, 1963), escrito quizá desde hace demasiado tiempo, acaba casi igual que arrancó su meteórica carrera, alrededor de unos premios Grammy que celebraron la llegada de su debut homónimo de 1985 reconociéndola como la mejor intérprete femenina vocal de pop. Y fue precisamente esa voz sedosa y suave que lo mismo le susurraba al soul que caldeaba la pista de baile la que Houston utilizó para construir una pasarela dorada entre el gospel y el pop de consumo y colocar su nombre junto al de otras grandes divas afroamericanas como Aretha Franklin y Dionne Warwick, madrina y prima, respectivamente, de la cantante.

Un nuevo hito

Su segundo disco, «Whitney» (1987), marcó un nuevo hito al ser el primero de una artista femenina que debutaba directamente en el número de Billboard, y cualquier que no haya pasado los últimos treinta años encerrado en un cubículo habrá oído dos o doscientas veces canciones como «I Wanna Dance With Somebody (Who Loves Me)», «Love Will Save The Day» o «I'm Your Baby Tonight», tema que dio título a su tercer y no menos exitoso disco. Fue precisamente en ese momento, a principios de los noventa, cuando Houston se convirtió en la novia de América y en la artista más popular del momento tras interpretar el himno nacional en la final de la Super Bowl de 1991 y, solo un año más tarde, protagonizar junto a Kevin Costner «El guardaespaldas», espaldarazo cinematográfico reforzado por el rotundo éxito de «I Will Always Love You».

Celos profesionales El éxito había llegado para quedarse, sí, aunque junto a él apareció esa otra cara menos amable del estrellato que empezó a erosionar, poco a poco al principio y a velocidad de crucero más tarde, la carrera de Houston. «Yo, en un principio, lo único que quería era cantar, no toda la locura que implica el estrellato y con la que me cuesta mucho lidiar. Es algo ridículo», explicaba la propia Houston en una entrevista a mediados de los noventa. Su matrimonio con el rapero Bobby Brown tampoco ayudó, añadiendo al inestable cóctel que manejaba la cantante una peligrosísima dosis de celos profesionales y abusos físicos y psicológicos.

Así, si los ochenta y los noventa fueron la cara, con el siglo XXI llegó la auténtica cruz de la cantante. «My Love Is Your Love», su cuarto trabajo, se hizo esperar ocho año, una auténtica eternidad en el negocio discográfico, y «La mujer del predicador», película en la que aparecía junto a Denzel Washington, apenas consiguieron eclipsar sus cada vez más visibles problemas con las drogas: en enero de 2000 fue detenida por posesión de marihuana y ese mismo año el compositor Burt Bacharach tuvo que reemplazar a Houston en la ceremonia de los Oscar.

Su imagen se resintió y con ella una carrera que ya había empezado a desinflarse entre especulaciones sobre posibles trastornos alimentarios, entradas y salidas de hospitales y clínicas de desintoxicación e incluso síndrome de Diógenes. Ni siquiera «The Look», trabajo que publicó en 2009 y con el que parecía buscar impulso en artistas como Alicia Keys, R. Kelly y Akon, entre otros, acabó de enderezar el rumbo. Habrá que esperar a escuchar las canciones que grabó para la película «Sparkle» para comprobar si esa rehabilitación había llegado también a su faceta musical. Para la vital, lamentablemente, ya no existe prórroga alguna.

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