Chagall: el poeta con alas de pintor

El barón Thyssen, que adquirió cuatro de sus lienzos , le preguntó en cierta ocasión por qué siempre pintaba vacas tocando el violín en los cielos de sus pinturas. Le respondió que había crecido en el campo: «Por eso siempre que puedo pinto vacas en el cielo». Así era Marc Chagall, genio y figura.

Hoy se inaugura en Madrid la primera gran retrospectiva del artista ruso en España . El Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid se reparten las más de 150 obras que han cedido una veintena de los principales museos del mundo (Pompidou, MoMA, Tate Modern, Stedelijk, Guggenheim de Nueva York,Fundación Beyeler) , además de destacadas colecciones privadas. La familia Chagall ha prestado también un importante conjunto de obras. Y, como comisario de la muestra, Jean-Louis Prat, presidente del Comité Chagall. Con todos estos mimbres, el resultado solo podía ser espectacular.

El poeta con alas de pintor —así definió Henry Miller a Chagall— vivió 98 años . Tiempo suficiente para que de la portentosa imaginación del artista surgiera una tan extensa como brillante producción, por la que van desfilando saltimbanquis, violinistas, rabinos, parejas de enamorados, flores, nubes... Y colores, muchos y vibrantes colores, que manejó a su antojo y con maestría: azules, rojos, verdes, amarillos. Siempre muy intensos y fascinantes.

El surrealismo le tiró los tejos. No en vano fue su precursor. Decía Breton que «con él la metáfora hizo su entrada triunfante en la pintura moderna». Había absorbido el cubismo, el fauvismo, el expresionismo, pero Chagall prefirió ser un verso libre, sin las ataduras de pertenecer a nigún grupo, fiel a la figuración.

Una de sus grandes pasiones fue la literatura . Siempre anduvo rodeado de poetas y novelistas (Malraux, Apollinaire, Max Jacob) e ilustró numerosos libros. Algunos de ellos se incluyen en la sede del Museo Thyssen, que acoge la primera parte de la muestra, bajo el título «El camino de la poesía».

Vemos allí (en paredes y vitrinas) su particular visión de l as «Fábulas» de La Fontaine, maravillosos textos que alimentaron, más aún si cabe, su fértil imaginación: el ratón transformado en niña, la gata transformada en mujer, el zorro y las uvas, las ranas que quieren un rey, el zorro con la cola cortada...

Estos grabados son un alarde de fantasía e ironía. También están presentes sus ilustraciones de textos como «Almas muertas», de Gógol, o la Biblia , libro que sacó lo mejor de sí. Todos estos trabajos fueron encargos del marchante Ambroise Vollard. Como buen judío, lo sagrado juega un papel muy importante en su vida. Procedente del MoMA, cuelga en el Thyssen un impresionante lienzo: «Gólgota» (1912). «Chagall inscribe en la modernidad el motivo de la Crucifixión», apunta el comisario.

En las salas del Thyssen hay pinturas de sus años en Rusia y su primera estancia en París, adonde llegó en 1911 de la mano de su profesor Leon Baskt. Fue amigo de pintores como Modigliani, Léger o Soutine. «Allí lo descubrí todo —cuenta en su autobiografía—. En el Louvre era donde más a gusto me sentía . Cuando recorría las salas de Veronés, Manet, Delacroix o Courbet no quería nada más». A estos años pertenecen obras maestras como «La habitación amarilla», «El violinista», «La boda» y «Dedicado a mi prometida», un extraño lienzo presidido por un extraño ser, mitad hombre mitad animal, vestido de un rojo intenso.

En 1914 regresa a su pueblo natal, Vitebsk, para ver a su novia, Bella, con quien se casaría un año más tarde. Pero quedó atrapado en Rusia hasta 1922 a causa del estallido de la I Guerra Mundial , primero, y la revolución bolchevique, después. La nostalgia se queda pegada como un chicle a sus óleos: «La casa gris», «Hombre-gallo sobrevolando Vitebsk»... Ya de vuelta a Europa (Berlín y de nuevo París), regresa a sus telas lo sobrenatural: enormes ángeles, caballos y gallos, todos rojos; y novias —una con dos caras, otra casada con un animal con cuernos y rostro amarillo—.

En 1944 muere su esposa y Marc Chagall abandona durante unos meses su pintura. La retomaría esta vez en el sur de Francia, concretamente en Saint-Paul de Vence. La luz tan especial de la Provenza le motiva para pintar de nuevo. La Fundación Caja Madrid retoma en este punto el discurso narrativo y cronológico de la exposición, que pasa a titularse «El gran juego del color».

El gran espacio central de la Sala de las Alhajas acoge maravillosas obras como «El circo azul», «La danza» y «Los tejados rojos» (tres de las nueve obras que ha prestado el Pompidou), o «La guerra», de la Kunsthaus de Zúrich (la trágica escena está presidida por un animal mítico blanco). Pero Chagall no se limitó a pintar . Su espíritu inquieto y su merecida fama de trabajador incansable le llevaron a probar cosas nuevas: esculturas, cerámicas... Se muestra en la Fundación Caja Madrid una muy interesante selección de ambas.

También hizo figurines y decorados . André Malraux le encargó en 1963, siendo ministro de Cultura en Francia, los frescos del techo de la Ópera de París. Cuelga en la exposición su boceto definitivo. Además, hizo vitrales para lugares como la catedral de Metz o el Art Institute de Chicago. El recorrido concluye con una amplia selección de sus trabajos sobre el circo . Chagall, el encantador de almas, despierta nuestros sentidos y nos traslada a un mundo mágico.