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El último vuelo en picado de Montilla

El tripartito catalán fue un fracaso político, pero sobre todo económico. Ahora se ven las consecuencias

El último vuelo en picado de Montilla

MARÍA JESÚS CAÑIZARES

«Spanair era un proyecto del anterior gobierno y nosotros pensamos que valía la pena intentarlo» , aseguraba ayer el portavoz de la Generalitat, Francesc Homs. Efectivamente, fue el tripartito, formado por PSC, ERC e ICV, quien concibió la idea de crear una gran compañía aérea catalana para congraciarse con una burguesía recelosa de un ejecutivo de izquierdas liderado por un ex ministro «español», José Montilla; un independentista amigo de la provocación, Josep Lluís Carod-Rovira, y un antisistema confeso, Joan Saura.

Apellidos ilustres se sumaron al proyecto, aunque sin demasiado entusiasmo, lo cual fue suplido con fuertes dosis de patriotismo aeroportuario —c ompetir con Barajas era el principal objetivo — y de ayudas públicas por parte de un tripartito inmerso ya en esas fechas, 2009, en un gasto incontrolado que dejaría las arcas de la Generalitat en números rojos.

Spanair es sólo uno de los grandes fiascos del gobierno del ex presidente José Montilla, consecuencia de su empeño en disfrazar una procedencia natal y política que poco tenía que ver con el nacionalismo imperante hasta el momento. Y eso incluye a su predecesor al frente de la Generalitat, Pasqual Maragall. El ex alcalde de Cornellà, ciudad del extrarradio barcelonés, nacido en un pueblo de Córdoba, se embarcó en una aventura soberanista que llevaría a su propio partido, el PSC, a tocar fondo y a Cataluña, a romper los puentes con el resto de España.

Endesa

Los primeros síntomas de esa transformación se produjeron cuando aún era ministro de Industria y defendió descaradamente la OPA de Gas Natural a Endesa . La apuesta de Montilla, como ocurriría después con Spanair, fracasó y ya como inquilino del Palau de la Generalitat, el dirigente socialista lamentó que los «gestores» de Endesa y el PP prefirieran que la empresa energética «sea alemana —en alusión a E.ON, que pujó por la eléctrica— antes que catalana».

Cuando Montilla participó en la manifestación en contra de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto rodeado de banderas independentistas —julio de 2010—, ya era presidente de un ejecutivo crepuscular enfrentado con el Gobierno del PSOE —que accedió a mejorar la financiación autonómica, pero no a tolerar desmanes pseudoindependentistas—, y con la ciudadanía catalana víctima de un paro galopante que hoy sufren 775.400 personas (un 20,5% de la población activa) y de un rosario de deslocalizaciones empresariales que desgarró el otrora rico tejido industrial catalán.

Tras las elecciones de noviembre de 2010, Artur Mas heredó no sólo el saco sin fondo en que se había convertido Spanair, sino una deuda acumulada que había pasado en apenas cuatro años de 14.043 millones a 30.304 millones , la cifra más alta de la historia. El déficit declarado por el tripartito ascendía a 4.000 millones, pero CiU aseguró descubrir que esa cifra se elevaba en realidad a 7.000 millones. El monto de las facturas pendientes de pago ascendía a 1.766 millones.

A pesar de las reiteradas amenazas de intervención, CiU siguió apostando por Spanair «por una cuestión de país», según Homs. Un nuevo pinchazo en la burbuja nacionalista.

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