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«¡Abajo el régimen!»

En Dara, donde saltó la chispa revolucionaria, muchos no hablan. Otros ya han perdido el miedo

«¡Abajo el régimen!» mikel ayestaran

MIKEL AYESTARAN

«¡Todos al minibús, vamos, vamos!». Los funcionarios del ministerio de Información están nerviosos. Un niño al grito de «¡abajo al régimen!» trata de atraer la atención de los cinco periodistas extranjeros que visitan la mezquita Al Omari, el lugar donde estalló la revuelta siria en marzo del pasado año cuando miles de personas secundaron una marcha para pedir la libertad de quince jóvenes encarcelados por escribir grafitis contra el sistema. Aunque el templo no está en el programa, los enviados del ministerio aceptan la sugerencia de los enviados especiales.

A las tradicionales visitas a la gobernación y a las ruinas del palacio de Justicia y el edificio de la televisión nacional , atacados durante los primeros días de manifestaciones, se le suma una parada de cinco minutos frente a la mezquita de piedra negra, epicentro de las protestas, que termina de forma abrupta por el temor a que se repita una escena como la vivida con los observadores de la Liga Árabe que en pocos minutos fueron rodeados por una multitud.

Dara está en la frontera con Jordania, a unos cien kilómetros al sur de la capital, pero ya no hay camino seguro en Siria. Bandas criminales aprovechan el desconcierto para cometer robos y secuestros exprés, algo a lo que los ciudadanos sirios no estaban acostumbrados.

Taller de explosivos

A unos veinte kilómetros de nuestro destino final decenas de soldados toman posiciones en los aledaños de Khirbat al-Ghazali. «Se trata de una operación contra los insurgentes en una zona en la que ayer encontramos un taller en el que fabricaban explosivos », apunta el gobernador, Mohamed Jaled al-Hanuse, durante la recepción oficial que ofrece a la delegación internacional en un despacho decorado con fotografías de gran tamaño del actual presidente y sus fallecidos padre y hermano.

Como ocurre en Damasco, también en Dara los distritos de la periferia cuentan con importante presencia de la oposición. La gran diferencia es que el centro urbano aquí está absolutamente tomado por las fuerzas del orden. «No es Ejército, son efectivos de la seguridad» , matiza un gobernador cuyo nombramiento en lugar de Faisal Khalthum, una de las exigencias de los manifestantes, no sirvió para sofocar las protestas.

El paseo oficial, escoltados por un vehículo de la Policía diplomática y otro todoterreno con hombres armados, discurre por una ciudad repleta de puestos de vigilancia. Los hombres, con chaleco, casco y uniforme verde oliva, se protegen detrás de sacos terreros en muchos de los cuales se aprecian impactos de bala. La estatua del anterior presidente en la plaza principal fue arrancada durante las manifestaciones de marzo y el pedestal sigue vacío. Las habituales fotografías de Bashar al-Assad y su padre que presiden lugares públicos y edificios oficiales en todo el país han sido destrozadas en su mayor parte. Un detalle al que resta importancia un agente de la Policía local «porque al propio presidente tampoco le gusta que su imagen esté en todos lados, por eso tampoco pensamos en volver a colocar su estatua».

Antes de volver a Damasco el minibús se detiene cerca de una zona comercial. No es sencillo hacer entrevistas a pie de calle rodeados de miembros de las fuerzas de seguridad. Cuatro personas rechazan hacer cualquier declaración. El profesor Enad, de 34 años, acepta y asegura que «no hay problemas como tú mismo puedes ver, lo más importante es que se cumpla el guión de reformas marcado por el presidente». Un joven de 23 años licenciado en Informática habla pero lejos de la escolta. «¿Me puedo fiar de que vas a traducir lo que te digo?», le pregunta al funcionario del ministerio. Toma aire y se desahoga: « Mataron a mi padre, a dos hermanos y a un sobrino. Los únicos terroristas en Siria son ellos. La solución a nuestros problemas es la caída de Bashar al-Assad, no hay otra salida». Muchos han perdido el miedo. El régimen ha dejado de ser un tabú.

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