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El triunfo de la serenidad y la confianza

El Madrid supera su relajación inicial con las dosis de toque y talento que le dio una alineación creativa. Deja al Barcelona a siete puntos de distancia

El triunfo de la serenidad y la confianza

JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

Llegaba el colista, y todo el mundo se preparó con sus mejores galas para ir al fútbol como si fuera a una boda: festejo, copas, disfrute y a esperar la goleada. Todo el madridismo sonriente y feliz, relajado. Incluso la policía dejó abiertas las vallas de acceso hasta las mismas tripas del Bernabéu. Venía el Zaragoza, ese equipo sobre el que vuelan los cuervos augurando que se va a ir a la caja primero y en breve a desaparecer por mor de una pésima gestión. Así que el Bernabéu se preparó para el jolgorio y el disfrute por un fácil triunfo.

Total, que al minuto 11 marcó el Zaragoza porque los brazos caídos habían llegado al campo y porque el conjunto maño es un equipo que podrá estar mal, pero es un histórico y merece un respeto. Por eso se adelantó en el marcador. Marcelo se puso a mirar las musarañas y Carvalho a las hijas de las musarañas. Entre ambos crearon un hueco como el cañón del Colorado, que es grande y profundo. Pero ni así se alborotaron las masas, plenamente confiadas en ese Madrid que la voz del pueblo ha impuesto a su técnico con mano de hierro: jugones en la medular para deleite de los sentidos y del buen gusto. Con Granero en vez de Lass, Khedira o algún dragaminas suelto tipo Pepe, el equipo funcionaba. Tocaba y tocaba con paciencia, mucha serenidad y gran confianza. Aunque había peros: Ozil, básico en la construcción del equipo, pierde enteros anclado en la banda, por mucho que Kaká deambule entre líneas ofreciéndose y llegando con la navaja en la media presto a apuñalar. Por eso, el equipo tardó más de lo debido en entrar a sangre y fuego en la fortaleza maña.

Ganaba el Zaragoza y nadie se inquietaba porque el Madrid llegaba, una y otra vez. En suma, que los maños empezaron a acusar esa tranquilidad del contrario. Jiménez había metido a Micael como la segunda sombra de Alonso pero, al contrario que en otras ocasiones, el Madrid encontró desahogo, clase, salida y orden en Granero, que hizo un partidazo. Buscó a Ozil y entre los dos acabaron encerrando al rival. A la tercera (curiosamente en un gran pase del desorientado Carvalho), Kaká encontró carne y empató el partido.

Llegan los fantasmas

Tampoco se movió nadie, como si el orden natural de las cosas llevase al mismo puerto aunque el mundo entero se cayese. El 1-1 del descanso pilló al Bernabéu sin mover un músculo de la cara, tan superior veía a su equipo ante otro en el que solo la gran calidad de Lafita inquietaba levemente.

En la segunda parte al Zaragoza se le aparecieron todos los fantasmas. Suele suceder en esta clase de situaciones en las que un equipo anda con el agua al cuello y el florete del rival apuntándole al corazón. De forma inconsciente, dio dos pasos atrás y el Madrid, simplemente por inercia, se le echó encima. Al minuto 4 Cristiano, muy trabajador ayer, marcó tras un pase de Ozil, que se la dio con la sencilla naturalidad de los genios. Al instante el Madrid rompió el choque. Lo hizo de forma contundente, demostrando que tiene futbolistas para jugar a esto como el mejor: Desmarques, triangulaciones y toques de primera entre Granero, Kaká y Ozil para el golazo del alemán, que ponía la guinda a su gran partido, otro más...

Ahí se acabó la poca lucha que había. El Zaragoza, visto lo visto, se limitó al «Jesusito, Jesusito, que me dejen como estoy», que tampoco estaba para muchas más cosas. El Madrid volvió a tumbarse a la bartola y la lesión de Marcelo le dejó con diez porque los cambios ya estaban realizados. Dio igual. Unos y otros se conformaron con el papel que el guión escrito de antemano le había dado. Y ahí se quedó todo.

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