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El fútbol enredado en palabras

La palabra ha hecho a veces cosas asombrosas con el fútbol, siempre dispuesto a proporcionarle jugosos pretextos. Ha sido el lado luminoso de las letras, acostumbradas en otros ámbitos, como la economía de mal pronóstico, a funcionar como oscuras humaredas. Agotadas de la crisis, las palabras extienden estos días su emborramiento al fútbol, y en concreto al intenso serial de los Madrid-Barcelona. Tanto, que añora uno esas escenas que trae cualquier viajero que regresa de lejos, asombrado con posaderos madridistas y taxistas del Barça. Se trata de cierta nostalgia del fútbol sin alrededores. De lugares en los que del juego lo que se emite son los partidos. Al imaginarlo, puede también pensarse en el desdichado don de los afásicos.

En uno de los episodios que relata Oliver Sacks en «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero», un grupo de pacientes se carcajea mientras ve por televisión un discurso del presidente. Sucede en el pabellón de afasia, la zona de su hospital de los pacientes incapaces de entender las palabras en cuanto que tales. Estas personas descifran gestos, entonaciones, miradas, maneras de plantarse. Como un viejo detective. Como un vendedor del zoco de Marraquech, que quizá entre hoy y el miércoles sueñe con que el Madrid pueda darle en el Camp Nou la vuelta a la eliminatoria de Copa. O el maitre del restaurante de Beirut, que amanezca pasado mañana con el ahogo inesperado de haber visto con toda claridad, mientras dormía, cuatro goles de Benzema. Afásicos por geografía, seguros de la incertidumbre, pendientes del fútbol. Afortunados sin las palabras de estos días.

Como los pacientes de Sacks: «Reaccionaban ante aquellas incorrecciones e incongruencias tan notorias, tan grotescas incluso, porque no los engañaban ni podían engañarlos las palabras. Por eso se reían tanto del discurso del presidente».

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