Álex de la Iglesia: «En este país nadie dice lo que piensa»
El director estrena «La chispa de la vida», protagonizada por José Mota y Salma Hayek
josé eduardo arenas
De la balada triste al gran carnaval, el ex presidente de la Academia reaparece más directo y mediático que nunca, con una historia dirigida con cincel y martillo en la que José Mota y Salma Hayek demuestran lo cerca que están de los Goya.
– ... Nunca ha hablado con semejante claridad al espectador. En la pantalla hay tantas expresiones distintas en los rostros —casi de tragedia negra—, y en las reacciones de los personajes, que es imposible no identificarse.
–Leí el guión y le respondí al productor Andrés Vicente Gómez en una hora. Respondía a mis necesidades de aquel momento. La esencia de lo que quería estaba en el guión de Randy Feldman. No se desarrollaba en un anfiteatro romano, sino en una obra en la calle, como en «El asfalto», de Chicho Ibáñez Serrador. Tampoco existían algunos personajes, como el alcalde creado por Juan Luis Galiardo, o la directora del museo arqueológico que ha hecho Blanca Portillo... Lo adapté.
–Como una desventura grotesca, con final esperanzador, en la que todos los personajes tuvieran una vuelta al circo mediático, donde, según me comentó en otra ocasión, también hay periodistas que merecen la pena. Todo parte del accidente de un hombre que se clava una barra de hierro en la cabeza.
–La primera impresión que ha sacado la prensa, con razón, es la referencia a «El gran carnaval» (1951), de Billy Wilder. Y a muchas más películas, añado. Sucede siempre.
–En España hay dos «muertes en directo» televisivas clásicas que pueden cerrar un tríptico con «La chispa de la vida»: «El asfalto» y «La cabina».
–De eso se da cuenta poca gente, pero es cierto que el espíritu de la película está marcado por esos inolvidables trabajos.
–Le achacan el ser demasiado directo contando sus historias.
–Es el problema de un país en el que nadie dice lo que piensa.
–Desnuda a la clase política, a empresarios y banqueros, a programas concretos de televisión; y, en un más difícil todavía, la doble pirueta de agradar sin ser conciliador, porque hay mucha rabia dentro.
–Todos los personajes son simbólicos, arquetípicos. Galiardo es la política, Portillo la cultura, y así con el resto del reparto. Lo que me gusta es que cada uno tiene su porqué: que el alcalde tenga a alguien por encima que le esté machacando, cuando él no sabe ni por qué hace las cosas. Le mandan y las ejecuta. Todos se sienten manipulados o ninguneados.
–La falta de movimiento corporal del protagonista hace más difícil el rodaje. Solo plano y contraplano.
–Tuve claro que toda la película era un ejercicio técnico con el que trabajar. El hombre queda atrapado y al ser fotografiado no quería que fuera contra el suelo, sino encima de una estructura metálica limpia que permitiera que la cámara viera debajo las estatuas de un yacimiento romano y la cabeza de una diosa que busca el alcalde. El contraplano, unas gradas con 400 personas que coincidieran con el ángulo de visión del hombre atrapado con la cabeza rígida.
–De esa manera, el accidentado es alguien elegido por los dioses, ¿no?
–Sí, aunque yo también tengo una barra de hierro incrustada en la cabeza. Somos como insectos clavados en una pared, mariposas en una vitrina. El caso es no dejar que nos movamos.
–Salma Hayek es todo fuerza, tesón, rabia sin gesticular…
–Ha hecho esta película por capricho. Penélope Cruz le habló de mí, aunque yo la conocía desde «Perdita Durango». Contestó enseguida. Que sea Salma la intérprete ayuda a entender la sensación de desamparo, como diciendo que no pertenece a ese mundo. Es una mujer de mucho carácter.
–¿Y la apuesta por José Mota?
–Idea del productor. Fue un truco narrativo, como jugar con la complicidad de un personaje. A la historia le viene bien que el espectador crea que José va a contar un chiste, y no lo hace. Eso genera una ansiedad importante. Quiero que el público disfrute.
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