La gran fiesta de la poesía resiste
Un libro celebra 30 años de la poesía de Jesús Maroto
POR ANTONIO LÁZARO
Es célebre y celebrado el adagio de JRJ: poesía cada día. He conocido y tratado a un buen número de poetas de toda clase, edad, tendencia y condición. Pero creo que ninguno como Maroto es fiel a ese lema juanramoniano. Nunca le he visto disociar ... vida de poesía. Y ello en una interacción que le permite injertar fulgores poéticos (un libro dedicado, un poema improvisado en una cuartilla, una cita de otro poeta) en la prosaica cotidianidad, al tiempo que su poesía incorpora y poetiza situaciones cotidianas como un encuentro en la escalera con un vecino o uno de esos ratos grasientamente zen que todos pasamos alguna vez en un taller mecánico.
En medio de un continuo tejer y destejer de homenajes y referencias que Maroto no esconde sino que incorpora al flujo de su poesía, ésta sin embargo resulta inconfundible, personalísima, acaso intransferible. La contención, la economía expresiva, un minimalismo sólo aparente que suele estallar en frases en los confines del aforismo: rotundas, inapelables, de esas que provocan en el lector la sensación de una súbita iluminación definitiva.
Esta antología de autor tiene la virtud de espigar una amplia selección que incluye inéditos y pone sobre el tapete o bajo el sol la obra de un poeta singular, granado pero siempre abierto a la indagación. Es un libro además bellamente editado, con un elegante papel en cubierta e interior y que cumple todos los parámetros y requisitos que debe reunir la edición de poesía en 2011. Está editado por si fuera poco por Almud, un sello editorial de la tierra con un catálogo importante de buenos literatos de la región. Por concepto, por formato y por contener una selección panorámica de un creador con voz propia e inequívoca merece tener un feliz recorrido editorial y proyectar la poesía de Jesús Maroto al nivel de reconocimiento por parte de lectores y de críticos que sin duda merece.
Tras siete poemarios y una web abierta sobre poesía, esta selección ofrece un recorrido panorámico a través de una poética singular. Sorprende un poco el que no se daten los poemas ni se adscriban a tal o cual poemario. Y sorprende más por cuanto Jesús Maroto demostró ser un minucioso antólogo en Inmaduros, la antología de poetas jóvenes de Castilla-la Mancha que él ideó y ejecutó en 2007. En este sentido, es coherente hablar de «propología», como bien apunta Santiago Sastre, prologuista del libro, en vez de antología en un sentido canónico y estricto.
La interacción vida-poesía es permanente en este poemario. Todo es susceptible de ser poetizado y la poesía puede rastrearse en casi todo, tras el gris barniz de la realidad. Muy bello el poema dedicado a la mano trabajada del poeta, superpuesta a la tierna y frágil mano de una de sus hijas. Directo el poema en el que el poeta se dirige a su padre en una de esas pausas laborales sin historia, en un café cualquiera. Desnuda la propia exposición de su trayectoria poética en el texto que dedica al prologuista:
«Recuerdo que de poeta adolescente
No fumaba. Escribía. No viajaba.
Ni me enamoraba. O sí. Pero escribía.
Escribía largos poemas automáticos.
Y otros libres y pequeños…»
La praxis de la poesía conlleva su ritual:
«Una mesa del color del mundo./ Casi cien poemas tremendamente en blanco. / Suficientes cigarrillos./ Un espejo…»
Aunque no siempre esto es imprescindible. Cualquier acto o circunstancia, por prosaico que parezca, puede transmutarse en un acto poético, en ese instante para la poesía:
«Escribo/ conduciendo...»
La ironía, esa forma melancólica de humor, fulgura a menudo en los versos de Maroto, dotándolos de otro relieve, de nuevos e impensados matices que alivian los temas eternos desde Homero: el paso del tiempo, la amistad, el amor, la guerra fatal que se libra en nuestro interior y, con no poca frecuencia, contra nosotros mismos.
Pero hay en Maroto algo que trasciende formalismo o experiencia, ismos transitorios y de estéril debate: un trasfondo colectivo, una voluntad de comunicación que tiende un arco hacia algunos de los maestros de los 50 y 60 e incluso con el viejo León Felipe, ese boticario errante que es lo más parecido a Whitman que dio nuestra poesía. Hablo de Ángel González, de Blas de Otero, de Carlos de la Rica, de Ángel Crespo… No importa que el mecánico jamás haya leído un verso de su cliente: existe la posibilidad de una comunicación total con él a través de la poesía, una iluminación que el propio poema hace realidad. Finalmente, y esto es lo decisivo, la poesía, que no tiene valor de cambio en un mundo como el actual, sirve para dotarnos de un lenguaje común para elaborar, procesar y comunicar emociones.
«No conservo mi primer poema
Pero no he olvidado sus consecuencias.
y si bien la poesía no me ha hecho rico.
Ni más feliz o desgraciado de lo que ya era.
Sí me ha dado un lenguaje para hablar con casi todos».
Si el propio poeta nos invita en esta su gran fiesta de la poesía a un «Valente bien seco», a «un Luis Alberto con mucho hielo» o a «un traguito de Vallvey», les sugiero de cara a un otoño que avanza ya a las decrepitudes del invierno este buen Maroto, tonificante como una copa de Jerez.
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