Pero mira cómo beben los peces...
«El gran libro de los villancicos» recorre la historia de este popular género musical y poético
MANUEL DE LA FUENTE
«Pero mira cómo beben los peces en el río, pero mira cómo beben por ver a Dios nacío...». No parece que estos versos, acompañados de zambomba, mazapán, polvorones, y la abuela con la cuchara rasca que te rasca la botella de anís del Mono, ... revistan la solemnidad y la compostura que una celebración religiosa requiere. Pero es que las navidades son mucho más que unos días de profundo sentimiento cristiano. Son días de fiesta, de algarabía, de calidez en el corazón porque en el Portal de Belén, además de estrellas sol y luna, la Virgen y San José, hay un niño que está en la cuna . Y ese Niño, Jesús, es la esperanza de los humildes, de los perseguidos, de los pobres, de los parados.
Y por eso, son los villanos (hoy, el pueblo) gente como los Cipri, Satur y Margarita de «Águila Roja» quienes cantaron y cantan los villancicos. Pero aunque no sea del todo conocido, su origen se remonta en la noche de los tiempos de la cultura castellana, hasta el punto de que al Marqués de Santillana, a mediados del siglo XV, ya sentía este tipo de coplillas como «cantares antiguos».
Desde entonces, los villancicos crecieron y se multiplicaron como versos festivos, del pueblo y el decir populares, también pasaron a los escritores cultos, a los Cancioneros, a los maestros de capilla, a las casas y a las iglesias, hasta llegar a Juan Ramón, Alberti, Miguel Hernández, Lorca, convirtiéndose en una tradición lírico-musical que hoy persiste.
Tradición e historia que se recoge en «El gran libro de los villancicos» (El Aleph Ed.), un libro tan preciso y meticuloso en su estudio, como en su entrañable y hermoso significado. Un libro cuya edición ha corrido a cargo de la filóloga Silvia Iriso. «El villancico —explica— al principio es un término que surge simplemente como manera de identificar una composición popular (por eso también al principio “baila” el término para designarlo: “villanesca, villancete”), la ligada a la gente que vive en la “villa”, y no en la Corte. Porque villano antiguamente no tenía el sentido despectivo que tiene hoy. Luego, los autores cultos para “identificarla” comenzaron a utilizar ese nombre: villancico».
Pop de otra época
Incluso, como subraya Iriso, puede considerarse al villancico como la música pop de hace siglos: «Fíjese, cuando los clérigos utilizan las músicas del villancico para difundir sus composiciones religiosas (y dicen “cántese al son de...” o “al tono de...”) o incluso cuando deciden que se canten dentro de la iglesia (durante los siglos XVII y XVIII) están actuando como cuando los sacerdotes de hoy utilizaron (y utilizan) música pop (de los Beatles o el “Blowin' in the wind” de Dylan), con otra letra, para cantar durante la misa».
El origen de tan popular género es «completamente castellano —continúa la editora—, aunque se “exportó” a otros lugares, como Hispanoamérica, desde finales del XVI. Los villancicos de sor Juana Inés de la Cruz que recojo se cantaron en México a finales del XVII. Otro compositor muy conocido de la época es Juan de Araujo, aunque el más curioso, quizá, es Gaspar Fernández. A él se debe el llamado “Cancionero de Oaxaca” (hacia 1613), en donde el autor musicaliza villancicos de Lope de Vega, pero en donde también compone otros ¡en nauahtl! Los musicólogos advierten, además, de la riqueza que en esta tradición hispanoamericana adquieren los ritmos e instrumentos también “propios”. En todo caso, los compositores se formaron en la Península».
Así que cuando en estos días a ustedes se les antoje darle a la zambomba y al Xixona, mientras cantan con mayor o menor fortuna pero mira cómo beben los peces en el río, sepan que acaban de sumergirse en el hermoso e imperecedero río de nuestra tradición. No lo duden, un sorbito de anís del Mono, y ¡a zambullirse en ese río!
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