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PUEBLOS CERVANTINOS

Por lienzo, la madre piedra

JOSÉ ROSELL

El pintor de La Puebla de Montalbán, Fidel María Puebla, a pesar de la carrera de obstáculos que es hoy la socio-economía española, continúa trabajando incansable buscando los resquicios que siempre deja entrever el arte y la tenacidad para seguir adelante.

Acaba, hace pocos días, de clausurar la habitual exposición que, anualmente en el mes de noviembre, lleva a cabo en el lujoso «lobby» de «Eurobuilding 2» en la calle Orense madrileña.

Es curioso que la presencia de tan interesante exposición, me obligue en principio a imbuirme en uno de los pasajes más populares de la historia de mi querido don Quijote. Me lo inspira un detalle del que ahora hablaré más abajo.

Dice Cervantes que los pastores de aquellas dos inmensas manadas, que el Caballero vio como sendos y enormes ejércitos dispuestos a la batalla, y a cuyos inocentes carneros alancea sin esperar razones más clarificadoras. Dábanle voces los pastores y zagales intentando detener sus impulsos, pero ante la inutilidad de los gritos, «desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras como el puño». Y en pleno fragor de la cruenta batalla borreguil llegó «una peladilla de arroyo que, dándole en un lado, sepultó dos costillas al valeroso don Quijote».

Al margen delicioso de unos pequeños/grandes toledos, luminosos cual diamante sobre el terciopelo, intensamente azul, de cielos espectaculares, otros en atmósferas grequianas difícilmente definibles; de la explosión alegre y colorista de los almendros en flor, tan magistralmente peculiares en el artista; de la policromía inimitable de los campos de amapolas; de las casas tristemente abandonadas, testigos elocuentes al fin de un campo nuestro tan insólitamente bello como olvidado; o bien las delicadas paletas de pintor, originalísimas, ejerciendo de base implícita para imágenes sugestivas de la Ciudad Imperial…

Lo que me ha llamado poderosamente la atención, dentro de la inusitada creatividad del pintor de La Puebla, han sido los guijarros (habría que llamarlos silíceos, como al coquetuelo cardenal que no quiso llamarse Guijarro). Causa sorpresa y admiración contemplar en tu propia mano los preciosos motivos predilectos de Fidel María Puebla, que evidentemente es la ciudad de Toledo, impresos con tanto arte sobre la rusticidad de la sencilla piedra, el guijarro lavado, remodelado caprichosamente por millones de siglos y avatares históricos.

No tiene límites

El arte no tiene límites y este hombre tampoco lo tiene en su lucha titánica contra las terribles circunstancias. Siempre lleva, como los pastores del Quijote, la honda preparada para enfrentarse a la realidad más hostil, más diferente.

Al noble Caballero, tan versado en desgracias, le quedó el semblante harto apagado como consecuencia la falta y rotura de sus molares, lo cual da pie a Sancho, poco más adelante, para darle el conocido sobrenombre de Caballero de la Triste Figura. De Fidel, el yelmo calado y de la adarga protegido, he dicho siempre que ha de llegar a pisar altos caminos.

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