Córdoba

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Las peñas como pasaporte cultural

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José Mariscal, versificador aficionado, ha llenado más titulares por su apetito que por su labor en la Diputación

Día 18/12/2011

Los corritos de las copas institucionales tienen algo de batiburrillo democrático. Siempre hay quienes se rodean de una corte de pretorianos cervezóforos para escenificar el poder y la distancia, pero otras muchas veces sirven para echar abajo los escalones y hacer que se midan en horizontal varias escalas de distintas jerarquías de mando. Otras veces, y para quien sea asiduo, medirán la evolución de quienes acuden con el traje planchado y la longitud de miras para cazar al interlocutor adecuado.

Por ellas se paseaba en los felices finales de los 90 José Mariscal Campos (Villaviciosa de Córdoba, 1949) sin que nadie sospechara que andados los años iba a tomarle el gusto a aquello de comer a cuenta del erario público, aunque ya evitando la incomodidad de estar de pie y esperando que los camareros se dignasen a acercar los dátiles con bacon. Iba entonces con la credencial del movimiento asociativo más mimado de la ciudad: las peñas, aunque mirando de reojo a la cultura con las gafas de lo popular. Todavía hay quien recuerda la fiesta de la Federación de Peñas en honor de San Rafael en 1998, cuando Mariscal se subió al atril y leyó ante el entusiasmo de los presentes un poema titulado «Córdoba romana, cristiana y mora», donde ensalzaba la belleza de la mujer de aquí, «que se pinta hasta para ir a comprar».

Alguno se habría sorprendido al saber que en aquellas manos iban a quedar nueve años después los resortes de una de las promotoras culturales más importantes de Córdoba, y más todavía si supiera que él habla de aquellos once años en la directiva de la Federación de Peñas como los que lo vincularon a la cultura. En el Ateneo de Córdoba también se le recuerda gratamente por su vinculación a la cultura.

José Mariscal es diplomado en Enfermería, pero su actividad profesional nunca se separó de Telefónica, donde llegó a ser responsable de comunicación y relaciones institucionales en Córdoba. A la vez guiñaba el ojo, izquierdo, por supuesto, a la actividad política y sindical y se vinculó a la UGT.

Su perfil quedó algo en segundo plano en Córdoba capital en los años posteriores. La relevancia del apellido Mariscal llegó de la mano de su hijo, José Manuel Mariscal Cifuentes, que alcanzó puestos de dirección en el Partido Comunista y se hizo con un escaño en el Parlamento de Andalucía bajo las siglas de Izquierda Unida.

José Mariscal Campos, a todo esto, aparecía de vez en cuando por la vida social y lo hacía vinculado a la escritura. En 2006 volcó en un libro de poemas su pasión literaria, que por cierto compartía con su hijo, aunque en registros bastante diferentes.

Su nuevo paso al frente se produjo en 2007, cuando residía en su pueblo, Villaviciosa, y trabajaba en el gobierno municipal del PSOE como primer teniente de alcalde. En la legislatura que se inició aquel año, y que pocos pensaban que sería la última de la larga hegemonía del puño y la rosa, Mariscal llegó al ex convento de la Merced como diputado y, acaso avalado por su experiencia cultural en las peñas, le cayó en suerte una de las áreas más lucidas y emblemáticas.

No se puede decir que sea un hombre querido en su pueblo. Su costumbre de hacer presentaciones en las que eclipsaba al protagonista, unos aires de cierta superioridad intelectual y su mal encaje de las críticas fueron sumando agravios a la cuenta de unos vecinos que ahora se llevan a medias las manos a la cabeza, porque sospechaban lo que había aunque no podían imaginar tal magnitud.

Merluzas de cuatro dedos

Por Villaviciosa se habla de que a aquellas comilonas pagadas con dinero de la Fundación Botí se llevaba a gente de su cuerda, y se le recuerda presumiendo de su afición a las «merluzas de cuatro dedos», lo que concuerda con sus facturas en determinada marisquería que esta semana ha desvelado ABC. «Altanero, pedante y antipático», dicen de él no pocos de quienes lo conocen, que señalan que gustaba de hacerse pasar como el intelectual del pueblo. De hecho, nada más llegar al Ayuntamiento, en 2007, se «tuneó» el despacho y se compró un sillón de mil euros con el pretexto de problemas de espalda.

Ahora Mariscal vuelve a la actualidad y sólo se podrá decir que tiene relación con la cultura si se contempla que determinada gastronomía es una de las bellas artes y que él, su equipo y los organizadores de las exposiciones, tenían que pedir a cuenta del contribuyente los platos más interesantes a loor y gloria de Córdoba y los cordobeses. Aunque se dejaran en el empeño más de 43.000 euros todos los años.

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