archivo notarial del patriarca
Para que conste en acta
EN las hojas de los legajos, en los pliegos repletos de cláusulas, en los mamotretos abultados de los registros, permanece adormilada la vida, el mundo incandescente de otra época. Todo lo aletargado está esperando la ocasión de despertar, la oportunidad de manifestarse: los documentos administrativos, en definitiva, son radiografías sentimentales, diagnósticos acerca de las pasiones humanas, puestos sobre el papel con un lenguaje que aspira a no ser pasional, pero que no puede evitar que se le vea el plumero de las efusiones.
Hay que visitar los archivos notariales como terapia contra las hinchazones del presente inmediato, asombrarse ante los anaqueles repletos de expedientes, inhalar el polvo de jurisprudencia que se ha depositado sobre sus lomos y disponerse a revivir con nuestro calor la algarabía de nuestros antiguos conciudadanos. Conviene que nos demos baños de antigüedad bibliotecaria, para inmunizarnos contra los sarpullidos de las modas.
Por eso yo me paseo en éxtasis por las dependencias idénticas del archivo, igual que si me extraviase en las galerías de un sueño cuadricular, y acaricio los volúmenes de piel de cabrito como quien acaricia un gato siamés que ronronea con nuestro contacto. Y de repente, todo cobra sentido, y se levantan de sus tumbas los acreedores y los propietarios, los inquilinos y los prestamistas, los demandantes y los deudores. Suena de improviso una música extraña, que es el producto, armonizado en su discordancia, de las quejas y de los asentimientos de los protagonistas, de los suspiros y de los llantos, de los gemidos y de las risas. Hay en el aire un ajetreo de mercado, un eco de zoco en hora punta.
Tomo al azar un ejemplar cualquiera de un estante, desato los nudos de su cordel y abro una página a la que me ha conducido la diosa casualidad (con su álgebra certera que no sé traducir). Quema la temperatura que el pergamino transmite a mi mano. Allí están las hipotecas y las autorizaciones de derribo, las ventas y las compras, los préstamos y las transacciones, pero lo que yo veo es el accidentado discurrir de la historia. Veo las ilusiones recién nacidas de algunos y las ilusiones truncadas de otros. Veo la alegría que brota y que después declina. Veo el miedo y las noches de insomnio. Veo las horas inacabables del insolvente, haciendo cuentas frente al fuego de casa. La prosa de los renglones notariales no encierra menos aventuras que las líneas de las novelas románticas. Debajo de las fórmulas y de las anotaciones registrales, por detrás de los datos de propiedad y de las actas constitutivas se transparentan los mismos apetitos que mueven a los héroes y a los villanos de las fábulas.
Así lo he visto, y aquí queda signado, firmado y rubricado.
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