Paesa «resucita» en África

Tras aterrizar, junto a un sobrino y dos pilotos senegaleses, en el aeropuerto internacional de Lungi a bordo de un avión de la compañía Senegalair, fue detenido por la Policía, que quería averiguar el motivo de su viaje. El doble agente portaba pasaporte español en regla, y su sobrino, Alfonso García Paesa, documentación francesa. En su declaración, Paesa aseguró «que trabaja esporádicamente como asesor en operaciones financieras internacionales», y que viajaba a Sierra Leona «en representación de un abogado francés para verificar una partida de antigüedades» consistente en «botellas de perfume antiguas y varias máscaras de oro chinas», según consta en las diligencias abiertas. Asimismo, declaró que su intención era entrevistarse con el proveedor en el mismo aeropuerto, verificar la mercancía, cargarla y regresar de inmediato a Senegal. Sin embargo, el proveedor no apareció durante los siete días que Paesa permaneció en Sierra Leona. Por su parte, el sobrino del doble agente argumentó que ejerce como abogado en Luxemburgo, así como que acompañaba a su tío porque tiene mala salud —ha cumplido 76 años— y para ofrecerle asesoramiento legal. Ambos pudieron abandonar Sierra Leona el 11 de octubre, pese a que la Policía sospecha que intentaban cerrar una operación de narcotráfico o de compra de oro. Lo hicieron en un vuelo de Air France con destino a París.

Paesa no está reclamado por la Justicia porque las causas que tenía pendientes ya han prescrito. Sus relaciones y contactos a nivel internacional con turbios negocios, como el tráfico de armas, le abrieron las puertas para colaborar como espía con el Ministerio del Interior en la etapa del felipismo; su capacidad para ejercer de diplomático en nombre de exóticos países —representó a Santo Tomé y Príncipe ante los organismos internacionales con sede en Ginebra; colaboró con el dictador Macías para luego estafar al Banco Nacional de Guinea— le dieron suficiente impunidad para moverse como pez en el agua bajo las cloacas.

Ello le permitió «colocar» a ETA en el mercado negro internacional dos misiles tierra aire con sus correspondientes detectores. El 5 de noviembre de 1986 los artefactos condujeron a la Policía francesa hasta la fábrica de muebles Sokoa, de Hendaya, donde la banda ocultaba el mayor arsenal encontrado hasta entonces y toda su contabilidad, que incluía tanto la relación de empresarios que pagaban el «impuesto revolucionario», como las partidas que los etarras destinaban a Herri Batasuna, Jarrai, HASI...

Entre 1994 y 1995, mientras permaneció prófugo, Luis Roldán nombró a Paesa «testaferro» para que custodiara los 1.700 millones robados que había depositado en una cuenta suiza. El doble agente no dudó en traicionarle. Falsificó documentos para entregarlo a la Policía española en Laos y se quedó con el botín de Roldán, así como con la recompensa de 300 millones de pesetas que le dio el Gobierno. Paesa huyó a Francia, Luxemburgo... hasta que en julio de 1998 simuló su muerte en Bangkok (Tailandia). Familiares cómplices publicaron su esquela y durante un mes encargaron misas por su «alma», en las que no faltó la música gregoriana. Pero en 2004 «resucitó» en París. Y tras su «letargo», ahora revive en África.