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La masiva afluencia a las urnas en Egipto apaga las protestas de Tahrir

Las largas colas, el caos y algunas irregularidades marcan unas elecciones en las que los islamistas parten como grandes favoritos

PAULA ROSAS

Muy pocos se esperaban lo que sucedió ayer en Egipto. Tras una semana de disturbios y protestas contra la Junta Militar que gobierna de facto el país, los egipcios acudieron ayer de forma masiva a votar en las primeras elecciones democráticas de las últimas décadas. Con ilusión, con alguna preocupación, pero, sobre todo, con la esperanza de que el país consiga pasar finalmente la página negra de la dictadura, los egipcios soportaron ayer con paciencia colas de hasta tres horas para depositar su voto y elegir un primer Parlamento representativo. Las irregularidades, tan presentes en los años de Mubarak, tampoco faltaron a su cita con las urnas.

Desde primera hora, cientos de personas aguardaban en línea en los colegios electorales bajo la vigilancia de la Policía y el Ejército. La Junta Militar había asegurado que los soldados protegerían los centros de voto para tranquilizar a todos aquellos que pudieran sentirse intimidados y para controlar a posibles alborotadores. Poco trabajo tuvieron, sin embargo. Salvo pequeñas excepciones, la jornada se vivió en paz. En la gran mayoría de los casos la principal tarea —si no la única— de los soldados fue la de hacer de escudos humanos para evitar que los más impacientes lograran colarse.

«Hoy es el primer día del nuevo Egipto» nos aseguraba la septuagenaria Fawziya Said. Sentada en un pequeño taburete en el patio del colegio Mansuriya, en el popular barrio de Sharabiya, la mujer se abanicaba con un folleto de propaganda electoral de los Hermanos Musulmanes, mientras comentaba con las vecinas los procedimientos para votar. Ninguna lo tenía muy claro. «Todos los egipcios tenemos que estar unidos ahora. Hemos esperado mucho, pero, si Dios quiere, todo va a salir bien», confiaba.

La formación política de la Hermandad —Libertad y Justicia— parte como gran favorita de esta yincana electoral que comenzó ayer pero que no finalizará hasta el 10 de enero de 2012, ya que se celebra en tres fases. El Bloque Egipcio, con formaciones como el Partido Socialdemócrata y sobre todo el de Los Egipcios Libres —liberales—, se presenta como la alternativa con más posibilidades de plantar cara al voto islamista, concentrado en dos grandes coaliciones: la Alianza Democrática, que engloba a la Hermandad, y la Islamista, de los más radicales.

Las irregularidades, más propias de la urgencia con la que se han organizado estos comicios que de un plan orquestado, fueron la única nota que empañó la jornada. La falta de cultura democrática es evidente.

Ayer, a las puertas de un colegio electoral del barrio de Shubra, una camioneta con grandes altavoces ignoraba la prohibición de hacer campaña y pedía el voto para el candidato Mahmud el Arabi. Otro vehículo cargado con cajas de comida esperaba para ser repartida entre posibles votantes. Sentadas en un café frente al centro electoral, unas mujeres en grupo aguardaban una oferta por su papeleta. Romani Arian, un observador del partido de Los Egipcios Libres, no les quitaba ojo. «Los votos suelen costar unas cien libras (12 euros). Es normal que los venda la gente que no tiene nada», reconocía frustrado el joven.

Desde los abarrotados colegios electorales de El Cairo, la plaza Tahrir parecía ayer un lejano recuerdo. La protesta que durante diez días ha mantenido el país en vilo con su desafío a la Junta Militar vivió ayer la jornada electoral con tranquilidad y poca concurrencia. Parte de su «núcleo duro» ha boicoteado los comicios, pero la masiva afluencia de los egipcios a las urnas parece haber sofocado el grito de la manifestación.

«No niego que la gente de Tahrir no tenga razón en muchas cosas», reconocía ayer en el adinerado barrio de Zamalek Yailan Heshmat, gerente de una agencia de viajes, «pero no creo que hayan elegido un buen momento para protestar. Apenas tenemos Policía, los militares son los únicos ahora mismo que pueden proteger el país, y sería una traición si nos abandonaran en este momento». A las diez y media de la mañana, Heshmat llevaba ya más de dos horas en una cola que daba la vuelta a varias manzanas.

Dentro, el rostro de Suhir Tassis no podía expresar más felicidad. Reconocía que no sabía muy bien qué es lo que tenía que hacer, qué papeleta correspondía a las listas abiertas y cuál a las cerradas. Pero una vez introducido el voto en la urna —«a los Egipcios Libres, por supuesto»—, Tassis mojaba el dedo meñique en la tinta indeleble y lo mostraba orgullosa a la concurrencia. «Tengo 67 años y esta es la primera vez que voto. No hay palabras para expresar la emoción que siento ahora mismo. Estoy orgullosa por mi país y optimista por el futuro», aseguraba mientras se abría paso entre la multitud para abandonar el colegio.

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