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Platko El oso rubio de Hungría

Un vendaje en la cabeza con el que terminó un partido y un poema de Alberti le hicieron entrar en la historia

Platko El oso rubio de Hungría

Sucedió el 20 de marzo de 1928, en Santander, en la final de la Copa del Rey, jugando con el Barcelona contra la Real Sociedad. El portero húngaro sufrió una herida en la cabeza y volvió a jugar, «envuelto en un turbante de vendas». El joven Alberti escribió su Oda a Platko, el primer poema español dedicado a un portero de fútbol. (Miguel Hernández dedicará, luego, un poema a Lolo, «sampedro joven en la portería del Orihuela»).

Platko nació en Budapest, en 1898. Con su equipo, el MTK, vino a jugar contra el Barcelona, en 1922: mantuvo a cero la portería, en dos partidos. Los culés, que acababan de perder a Ricardo Zamora, vieron en él al adecuado sustituto. Jugó con el Barça ocho temporadas, de 1923 a 1930, 187 partidos; ganó una Liga y dos Copas. Al retirarse, se hizo entrenador: dirigió dos veces a los azulgrana, en 1934 y 1955. También entrenó a equipos hispanoamericanos: River, Boca Juniors, Colo Colo. Murió en Santiago de Chile, en 1983.

En aquel año 1928, el joven poeta Rafael Alberti, que había publicado con éxito cuatro libros, sufrió una crisis personal y poética. Lo acogió en su casona de Tudanca el generoso José María de Cossío (el futuro tratadista taurino), que le invitó a acompañarlo a ese partido. Lo cuenta Alberti en «La arboleda perdida»:

«En un momento desesperado, Platko fue acometido tan furiosamente por los del Real que quedó ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el balón entre los brazos... Fue levantado en hombros y sacado del campo, cundiendo el desánimo entre sus filas. Mas, cuando el partido ya estaba tocando a su fin, apareció Platko de nuevo, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar. A los pocos segundos, el gol de la victoria del Barcelona penetró por el arco del Real».

La distancia cronológica y la fantasía del poeta alteran un poco la historia. En las páginas de ABC, «Juan Deportista» nos da, al día siguiente, los datos exactos. No ganó el Barcelona, hubo empate a uno, después de la prórroga. Lo mismo sucedió en el segundo partido (en el que ya no jugó Platko); sólo en el tercero se impusieron los catalanes, por 3 a 1.

Aquel día, bajo la lluvia, a los 33 minutos de juego, Platko se lanzó a los pies del delantero Cholín, «salvando el que parecía inevitable goal», y sufrió una herida en la cabeza. Le sustituyó el delantero Arocha (no estaban permitidos los cambios). Reapareció en la segunda parte, con la cabeza vendada, pero todavía sufrió dos apuros más. En uno, «los delanteros blanquiazules se lanzan al remate, cayendo todos en confuso montón». En otro acoso, pierde el vendaje: «Otra vez se lo colocan y protegen con una boina vasca».

Una semana después, publicó Alberti su poema. El estribillo subraya la idea esencial: la gesta vencerá al olvido. «Nadie se olvida Platko, / no, nadie, nadie, nadie,/ oso rubio de Hungría». Al sufrir la lesión, se convierte, metafóricamente, en una «llave rota». Toda la naturaleza, humanizada, sufre con su herida: «El mar, la lluvia, el viento». Pero vuelve al campo, vendado, y todo se llena de «alas celestes y blancas» (los pañuelos). Los hinchas parecen «doradas insignias». Platko flamea como una bandera y sale en hombros, como los toreros: «Desmayada bandera en hombros por el campo».

También estaba allí Carlos Gardel, que había viajado con Alberti por los pueblos de Castilla la Vieja, donde le habían fascinado los nombres de algunos establecimientos: «Repuestos de Cojoncio Pérez»... Varió luego Gardel su tango «Patadura» para incluir algunos nombres españoles: «El corazón de Platko / te falta, ché, chambón».

Volvió Platko a Barcelona con motivo de las Bodas de Platino del club. Seguía pareciendo un oso húngaro, alto y corpulento, pero ya no era rubio sino calvo...

En los últimos años, le dijo a su mujer: «Cuando yo me muera, quiero que mandes al Fútbol Club Barcelona todos los recuerdos que guardo en el viejo arcón. Nunca podré olvidar a este gran club».

Vivió su momento glorioso aquella tarde, en Santander. Gracias a una herida, a una venda aparatosa y a un amigo poeta, nadie ha olvidado a Platko: «No, nadie, nadie, nadie».

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